El mundo está lleno de hombres que trabajan hasta las mil y que ven poco a la familia
A raíz de la serie Adolescence, la catedrática valenciana Gemma Lluch me lleva al libro La voluntad de cambiar, hombres, masculinidad y amor, de la feminista bell hooks, y me atrapan muchos de los conceptos que expone. Y uno de ellos es la cantidad de tiempo que nos permitimos dedicar hombres y mujeres al trabajo y a las relaciones afectivas. Y no es la misma cantidad. La mayoría de hombres priorizan el trabajo y las mujeres el tiempo de las relaciones (familia, amigos, amores). Y todo esto, evidentemente, con matices.
Como mujer puedo decir que el espacio del trabajo, en mi caso vocacional y que me entusiasma, siempre ha sido importante, pero el espacio del amor siempre ha sido importantísimo.
Cuando tuve hijos tuve claro que mi vida profesional seguiría activa y viva, pero que la prioridad serían los hijos mientras fueran pequeños, y el padre de mis hijos hizo igual. De nuevo con matices, porque fui yo quien estuvo de baja maternal (de autónoma), sumando a los tres hijos, casi dos años. Y él ni un mes. Entonces no existía la posibilidad de la baja paternal pero somos dos autónomos y nos habríamos podido organizar. Pero es que no se planteó la posibilidad. Después el día a día nos lo partíamos, aunque la tarea mental fue una carga que llevé sola en un noventa por ciento.
Ahora estamos divorciados, pero creamos espacios de pareja al margen de los hijos. Y yo misma procuré cultivar el tiempo para las amistades. Y también para quereme a mí. Sin este espacio, me ahogo, y cuando no lo he hecho he pagado un altísimo precio en salud mental y física. Cultivar el amor me hace feliz y sin ese espacio trabajo peor. Y aunque queda fatal explicaré que prefiero un café a media mañana con alguien que quiero ya quien hace tiempo que no veo aunque después tenga que ir de culo. Es uno de los motivos por los que me siento afortunada por la vida que llevo y también por ser mujer, porque mi opción entra dentro de lo que podemos hacer las mujeres sin que nos miren mal. Pero últimamente, que trabajo muchísimo, también sufro, porque que una mujer dedique mucho tiempo a su vida profesional ya no es tan habitual. O sí lo es pero se mira diferente, como una mujer que hace algo raro.
El mundo está lleno de hombres que trabajan hasta las mil, que ven poco a la familia. Y sé que quienes no querrían hacerlo no saben cómo salir de ese bucle diabólico. Ser hombre es aún ser proveedor, alguien que no debería dejar una reunión para ir a ver las puertas abiertas de natación del hijo o para quedar con un amigo que lo está pasando mal. Los hombres con una alta carga profesional demasiadas veces lo único que se permiten es el espacio del deporte. Y pregunto en mi gimnasio si ellas hacen lo mismo y me responden que ni de coña. Sabe mal pero todavía estamos aquí. Ojalá ese desequilibrio cambie. Ojalá los hombres puedan dedicar más tiempo a amar y las mujeres a desarrollar su carrera profesional en libertad. Ojalá.