No recuerdo a mi madre descansando. Y si descanso, ¿qué ocurre?
Paso un fin de semana en buena compañía fuera de casa, sin más que estar, compartir, ir al teatro, leer, ver series, pasear, dejarme cuidar, y me doy cuenta de que he descansado como nunca. Y que si hubiera estado en casa no hubiera sido así. No pudo evitar hacer todo lo que tengo pendiente: tareas domésticas no urgentes pero necesarias, escritura, gestiones contables, avanzar la preparación de un futuro viaje corto, llamar, quedar, ponerme al día de tantas cosas... Hacer, hacer, hacer. Y aunque me pongo de saber detenerme y descansar, me doy cuenta de que lo hago, pero no suficiente. Que siempre tengo una lista eterna de pendientes en la cabeza y que ha sido así toda la vida. Incluso utilizo una aplicación de listas para no olvidarme de nada. Y siempre tengo la misma fantasía: que un día abriré la aplicación y va a estar vacía de pendientes. Que lo habré hecho todo y podré tumbarse en el sofá y ser como las personas que pueden hacer el manta sin la inquietud de pensar en todo lo que falta por hacer. Pero nunca es así, claro.
Ya sé que va a épocas, pero empieza a ser un estado general y crónico. Querer llegar a todo y sentirme mal porque no lo consigo. Por eso los dos días que me regalé fueron reveladores. Y lo mismo me ocurrió durante la Semana Santa. Ya tenía contratados unos días fuera y me fui tan estresada que perdí las llaves del coche y tuve que utilizar una copia que tengo. Cuando llegué a lugar las llaves aparecieron en el equipaje y me di cuenta de lo necesario que hubiera marchado para detenerme.
Sé que hay una parte de epidemia contemporánea en todo ello, porque parece que siempre debamos estar haciendo. Ya sea trabajo, ocio o vida personal, pero haciendo, produciendo. Y también tiene buena parte de responsabilidad mi vida profesional. Soy autónomo y de un trabajo vocacional, un cóctel perfecto para la autoexplotación. Pero la otra parte de responsabilidad la tiene el ser mujer.
No recuerdo a mi madre descansando. De hecho, mi recuerdo es verla plegar pilas eternas de ropa (somos muchos hermanos, y ella trabajaba como ama de casa). Tampoco se sentaba mucho los fines de semana ni por vacaciones. La mayoría de mujeres hemos crecido con similares referentes. Y encima hemos añadido la vida laboral fuera de casa, sin dejar el rol de quien tira del carro del hogar. No sólo porque seguimos llevando la responsabilidad mental y física de las tareas domésticas (las cifras son clarísimas sobre esta desigualdad) sino porque hemos comprado el mito de la mujer activa que llega a todo: a tener vida profesional, personal, espacio para sí misma y una casa con los cuadros colgados y los armarios aseados. Y mira, no. Hacerlo todo cansa mucho. Y si no descanso voy a pagar una factura muy alta en salud física y mental. Lo siento por los amigos que dejo de ver. O por ese proyecto que va más lento. O por los taburetes que hace meses que no he ido a comprar. Lo siento, pero es más urgente aprender que ser mujer debe tener un nuevo significado: concederme el derecho a no joder y que no pase nada.