Estados Unidos

La compra de Intel revela el nuevo patrón de presiones de Trump sobre las empresas

La compañía de microprocesadores no es la única que ha hecho negocios con la Casa Blanca bajo amenaza

Lip-Bu Tan, consejero delegado de Intel, en una imagen de archivo.
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WashingtonLa compra del 10% de las acciones de Intel por parte del gobierno de Estados Unidos rompió con la tendencia de las políticas económicas del país. De hecho, evoca las medidas de tiempos de crisis. El adjetivo "insólito" se ha vuelto cada vez más común para describir las acciones del presidente, y la adquisición de participaciones del fabricante estadounidense de microprocesadores vuelve a requerirle. La intranquilidad se ha instalado en el Partido Republicano –algunos de sus miembros fruncen la nariz porque dicen que la compra huele a "socialismo"– y en otras empresas estadounidenses. No es en vano: "Espero tener muchos más casos como éste", decía el republicano tres días después de la operación.

Más allá de la participación del gobierno estadounidense en una empresa privada –con los riesgos que puede acarrear en caso de pérdidas o quiebra–, el nerviosismo nace por cómo se ha producido la operación. La compra del 10% de las acciones de Intel se remonta a las amenazas de Trump, que a principios de agosto exigía la dimisión de su director ejecutivo, Lip-Bu Tan. El mandatario le acusaba de tener lazos con el Partido Comunista Chino.

"El director ejecutivo de Intel es altamente conflictivo y debe dimitir de inmediato –escribía a Truth Social–. No hay otra solución para este problema". En el post, Trump también explicaba que las acciones de la compañía estaban cayendo más de un 3%. El comentario llegaba al día siguiente de que amenazara con aplicar aranceles del 100% a las importaciones de semiconductores y chips, lo que favorecía a Intel como compañía que fabrica en EEUU.

Las acusaciones contra Tan salían de una carta que envió el senador de Arkansas, Tom Cotton, al presidente de la compañía, Frank Yeary, al que daba a conocer su preocupación sobre las inversiones de Tan y sus lazos con fabricantes de semiconductores de los que se conocen vínculos con el Partido Comunista.

Cuatro días después, y con una llamada de por medio, Tan visitaba la Casa Blanca para reunirse con Trump. En la reunión también estaba el secretario de Comercio, Howard Lutnick, y el secretario del Tesoro, Scott Bessent. No se sabe mucho lo que hablaron. Sólo el mensaje críptico de Trump en Truth Social: "El encuentro ha sido muy interesante. Su éxito y crecimiento es una historia increíble. El señor Tan y mi gabinete pasarán mucho tiempo juntos, y presentarán propuestas durante la próxima semana".

Dicho y hecho, la semana posterior al encuentro a puerta cerrada, Trump anunciaba sus planes para comprar las participaciones de Intel y, este pasado lunes, planteaba que buscaría inversiones similares "lo más posible". "La gente viene y todos necesitan algo –decía el presidente–. Espero tener más casos similares [al de Intel]".

La afirmación no era inocente y confirma un patrón que parece estar convirtiéndose en la nueva estrategia económica del presidente, con la que intenta obtener concesiones favorables cuando las compañías necesitan ayuda. Para poder adquirir la US Steel, la japonesa Nippon Steel aceptó conceder al gobierno de Estados Unidos una "acción de oro" para influir en la dirección de la compañía. En medio de la prohibición que impuso sobre las exportaciones de microchips a China, Trump permitió que Nvidia volviera a venderlos en Pekín a cambio del 15% de sus ingresos procedentes de la venta de chips en ese mercado. Un compromiso que los abogados de la Casa Blanca todavía no tienen claro cómo pueden ejecutar.

Apple también es otro caso de manual: después de que a principios de año Trump amenazara a la compañía con imponerle aranceles del 25% a sus productos, ha logrado que el director ejecutivo, Tim Cook, se haya comprometido a invertir un total de 600.000 millones de dólares en Estados Unidos. Este mismo mes de agosto, Cook anunció la inversión de los últimos 100.000, además de entregarle una ofrenda al presidente: una escultura de vidrio hecha en Kentucky y montada sobre una base de oro de 24 quilates hecha en Utah.

En cierto modo, Trump crea contextos desfavorables para las empresas para que se acaben acercando a él para pedirle ayuda. Mientras algunos analistas lo miran con curiosidad, las reacciones políticas son dispares e igual de insólitas. Por ejemplo, el senador independiente Bernie Sanders, una de las figuras más a la izquierda dentro de la bancada demócrata, celebró la medida de Trump. Una idea difícil de concebir teniendo en cuenta que Sanders es una de las voces más críticas con el presidente, y que no tiene pelos en la lengua a la hora de calificarle de autócrata.

Paradójicamente, la parroquia republicana que suele elogiar todo lo que hace Trump entraba en pánico. "Hoy es Intel, mañana podría ser cualquier otra industria", dijo en un comunicado a Politico el jueves el senador Rand Paul (senador republicano de Kentucky). "El socialismo es literalmente el control gubernamental de los medios de producción". El senador Thom Tillis (senador de Carolina del Norte) dijo sentirse "incómodo" con el uso que hace Trump del poder federal para influir en la toma de decisiones, no sólo en Intel sino también en otras grandes empresas que han intentado ganarse el favor de la Casa Blanca, como Apple. "No me importa si es una participación de un dólar o de mil millones de dólares –dijo Tillis a los periodistas–. Esto empieza a parecer una empresa semipública al estilo de la URSS".

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