Una pareja de pensionistas paseando por la ciudad de Barcelona.
30/06/2025
3 min

Para muchas mujeres, llegar a la edad de jubilación no implica, como debería ser, un merecido descanso después de décadas de trabajo, sino la entrada a una nueva etapa de inseguridad económica. Nuestro sistema de pensiones es, en esencia, contributivo: se cobra en función de lo cotizado. Esto significa que si las trayectorias laborales han sido cortas, discontinuas o con salarios bajos, la pensión será menor. Y éste es, precisamente, el caso de muchas mujeres que actualmente tienen más de 65 años.

De media, estas mujeres acumulan menos años cotizados y, cuando han trabajado, a menudo ha estado a tiempo parcial o en sectores con salarios más bajos. Esto se traduce en que actualmente la tasa de cobertura (es decir, el porcentaje de mujeres que cobran una pensión contributiva) es 27 puntos inferior a la de los hombres. También el importe medio de la pensión de jubilación entre mujeres es un 34% inferior al de los hombres. Esta diferencia no es anecdótica: representa una desigualdad profunda, persistente y evitable si se ponen las herramientas adecuadas.

La brecha de género en las pensiones es, en gran parte, el reflejo de un mercado de trabajo que ha penalizado, y todavía penaliza, la maternidad y los cuidados. Aunque las políticas públicas han hecho avances, como la equiparación del permiso de paternidad al de maternidad, la realidad es que la crianza sigue recayendo de forma muy desigual sobre las mujeres. Los datos muestran que las mujeres reducen la jornada, renuncian a promociones o dejan temporalmente su trabajo cuando tienen hijos. Los hombres, en cambio, por lo general no sufren penalizaciones laborales por ser padres.

A esto se añade un factor creciente y poco abordado: el cuidado de las personas mayores. Con una población cada vez más envejecida y un sistema de dependencia infradotado, las familias asumen gran parte del peso de estos cuidados. Y, dentro de las familias, mayoritariamente las mujeres. Las mujeres mayores de 50 años son las principales cuidadoras de personas mayores dependientes, una responsabilidad que afecta negativamente a sus carreras laborales y que, por tanto, se traduce también en pensiones más bajas. Esta realidad, sumada al retraso en la edad de tener hijos, representa una doble penalización para la llamada generación sándwich, atrapada entre la crianza de los hijos y el cuidado de los progenitores.

Reducir la brecha de género en las pensiones exige actuar sobre las causas estructurales. En primer lugar, es necesario facilitar la conciliación entre vida laboral y familiar, con políticas públicas potentes. La inversión en educación infantil de 0 a 2 años, universal y gratuita, ha demostrado tener un impacto positivo en la participación laboral femenina y en la fecundidad, además de mejorar el desarrollo infantil, especialmente entre los niños más vulnerables.

En segundo lugar, es necesario desarrollar una red pública de servicios de cuidado para personas dependientes. No podemos seguir delegando esta responsabilidad en las mujeres, con el coste que esto supone para sus trayectorias profesionales y sus pensiones futuras. Y, finalmente, es necesario seguir avanzando en la corresponsabilidad dentro de los hogares. Los permisos de paternidad iguales y obligatorios son una herramienta clave pero no suficiente. Es necesario transformar las normas sociales que siguen asociando el cuidado al rol femenino.

La brecha de género en las pensiones no es un problema del pasado ni una consecuencia inevitable de decisiones individuales. Es el resultado de décadas de desigual asignación de responsabilidades y oportunidades, tanto en el ámbito laboral como en el doméstico. Si no se actúa de forma decidida, estas desigualdades se trasladarán a las próximas generaciones.

Avanzar hacia un sistema de pensiones más justo y sostenible pasa, inevitablemente, por garantizar que todo el mundo pueda contribuir en igualdad de condiciones. Sólo así podremos asegurar que jubilarse signifique para todos iniciar una etapa de vida digna y segura. Porque las pensiones no sólo reflejan lo que hemos cotizado, sino también cómo hemos vivido y, sobre todo, cómo hemos sido tratadas.

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