Opinión

El efecto económico del empobrecimiento del debate político

Se defienden posiciones desde el punto de vista ideológico aunque empeoren la situación

Los ministros María Jesús Montero, Yolanda Díaz y Félix Bolaños en una sesión en el hemiciclo del Congreso de los Diputados. FERNANDO VILLAR / EFE
Salvador Guillermo
19/10/2024
3 min

Los recién galardonados con el premio Nobel de economía han trabajado sobre el papel de las instituciones sobre la economía y su impacto en el crecimiento y el desarrollo. En este contexto, es necesario constatar que el debate político, aunque pueda parecer que sea sobre un proyecto de país, pensado holísticamente, con visión estratégica y llevado desde el liderazgo político activo, cada vez lo es menos. Los debates parlamentarios tienen más tendencia a promover descalificaciones (como ocurre en la campaña en EE.UU.) no siempre basadas en la verdad, o en todo caso haciendo un uso torturado que la pueda hacer creíble, que no real. Así, en algunos casos se defienden políticas imposibles que no permiten alcanzar el resultado querido, y que persisten en reiterarlas por razones estrictamente ideológicas, aunque los resultados muestran el claro empeoramiento de la situación.

Como ejemplo, la medida de cesión obligatoria del 30% para viviendas sociales en Barcelona, ​​ciudad que ha paralizado la actividad promotora. Por otro lado, un debate tanto a escala española como autonómica de la política de vivienda muestra que hoy existe un grave problema para una parte de la población. Hay que rehuir debates del tipo "y tú más", o los que se limitan a recordar lo que no se hizo, lo que sólo interesa a la clase política ya los sucesivos aplausos desde sus respectivas bancadas. La cuestión no está en la defensa de una opción para solucionar el problema, sino que muchas veces se trata de buscar a un culpable, que ya viene dado por la propia perspectiva ideológica. Por un lado –más a la izquierda–, unos culpan a los propietarios o empresarios, cuando sin estos propietarios no habría vivienda de alquiler, teniendo en cuenta el testimonial parque viviendas públicas. O bien –desde posiciones derechistas– creen que los salarios van ligados a la productividad y que debe actuar sobre ella para subirlos, a consecuencia de un intervencionismo excesivo de las administraciones públicas en el mercado inmobiliario. No hacen falta culpables, son necesarias soluciones.

Además, aparecen opciones políticas populistas que complican la situación; y no son los votantes, sino el pobre papel de los partidos tradicionales, que causan crecimiento. Haciendo un paralelismo, podemos decir que si los médicos no hacen cuidadosamente su trabajo para atender a los enfermos, aparecen los curanderos. Afortunadamente no es el caso habitual, aunque hay casos de personas que consideran que su salud se encuentra mejor con el curandero, en lugar del médico –por ejemplo los antivacunas–. Esto sorprende, pero es real. Se puede entender que si tuviéramos médicos que, por ser políticamente correctos, en vez de tratar la enfermedad, dieran calidez, ánimos y algún remedio suave –como una aspirina–, y culpase a otros de nuestros males, seguro que el número de curanderos aumentaría significativamente. Esto es lo que ocurre cada vez más en la política de muchos de los países desarrollados, y es sorprendente que estos mismos políticos se sorprendan la aparición de estas opciones.

Dinamitar el diálogo

Todos sabemos que es necesario tomar medidas adecuadas para resolver los problemas sociales y económicos, pero no lo hacen, o incluso crean fuegos de artificio que distraen y que nadie ha pedido. A veces van en dirección contraria. Así, por ejemplo, en lugar de tomar medidas para mejorar la competitividad y la productividad de nuestra economía, nos encontramos ante una polémica como es la reducción de la jornada laboral de forma normativa, en lugar de realizar una negociación pausada y asumida por las partes. Y ahora la propuesta niega el papel del diálogo social, lo dinamita. Esta propuesta es perjudicial para las empresas, nuestra economía y la sociedad. Y sí, tiene un coste relevante.

Postular la reducción horaria del trabajo sin coste no es factible, alguien debía decirlo, y menos cuando los costes laborales han crecido y la productividad laboral muestra cifras negativas. La base no es la legislación, sino la mejora de la productividad.

El debate político, si fuera de carácter constructivo podría ser un elemento para el impulso económico, en cambio, su empobrecimiento empeora los resultados económicos y genera opciones populistas que cada vez cogen más fuerza.

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