

Nos lo advirtieron. El nuevo presidente de Estados Unidos no venía a quedarse de brazos cruzados. Sólo los escogidos pueden conseguir que América vuelva a ser mayor en cuatro años. Hay que ir al trabajo, debe pensar mientras frunce las cejas. Pero la impaciencia con la que ejecuta su agenda iliberal ha dejado medio mundo de piedra. Parece que nada pueda detenerlo. ¿Pero es realmente así? La incertidumbre que ha generado en 50 días y el riesgo de contracción económica que ya se cierne sobre la Casa Blanca podrían llegar a frenarlo.
La política arancelaria es su principal arma económica, por el momento. La velocidad a la que le ajusta hace difícil mantener el marcador actualizado. Por el contrario, la política fiscal se mantiene hasta ahora en segundo término. El margen para reducir impuestos es escaso. Con una deuda pública cercana al 120% del PIB y un déficit por encima del 7% podría ponerse en duda la sostenibilidad de las finanzas públicas y sería difícil evitar un endurecimiento de las condiciones financieras. Por otra parte, los temores de una posible intervención en el mercado de divisas han reaparecido, pero parece que de momento esta opción tampoco está sobre la mesa. El llamado Mar-a-Lago Accord tendría como objetivo devaluar el dólar para que la economía estadounidense gane competitividad. Stephen Mirran, el economista elegido para presidir el hasta ahora prestigioso Consejo de Asesores Económicos de la Casa Blanca, detalla cómo se podría conseguir en la Guía para la reestructuración del sistema de comercio global. Más allá de las dificultades técnicas y de los efectos disruptivos que una actuación de estas características podría tener en los mercados financieros, Mirran insiste en que es posible y deseable.
En el frente institucional, la actividad es incesante y el objetivo, ambicioso: aumentar la eficiencia del gasto público y hacer la economía más flexible. Pero las acciones que se realizan apuntan en otra dirección. Se teme que los recortes sean selectivas y por motivos ideológicos; se teme que los colectivos más vulnerables queden desprotegidos; se teme que las injerencias en el sistema judicial reduzcan la rendición de cuentas del poder político; y se teme que la política desreguladora se haga en beneficio de intereses particulares. Si así fuera, ni la eficiencia ni la flexibilidad económica saldrían reforzadas.
La incertidumbre, disparada
En ese contexto, la incertidumbre se ha disparado. A escala global se sitúa ya por encima de los niveles alcanzados durante la pandemia. En sólo dos meses ha alcanzado máximos históricos. La incertidumbre, si se intensifica o perdura, es el mecanismo que peor puede hacer a la actividad económica a corto plazo. En EEUU ya se empieza a notar. La caída de los últimos indicadores de actividad, consumo y confianza no permiten descartar que se esté produciendo una contracción económica. A cierre de 2024, la economía de EEUU era una de las más dinámicas del mundo. Es pronto, pero de confirmarse el giro sería histórico. La caída de las bolsas responde, en parte, a ese temor. El nuevo inquilino de la Casa Blanca ha advertido ya que su agenda persigue objetivos a largo plazo, pero un rápido deterioro de la economía podría actuar como un freno a su política económica.
¿Y la agenda institucional? El deterioro de la calidad institucional, de confirmarse, acabará impactando en la economía. La justicia social también se resentirá. Jaume Vicens Vives escribía que la paciencia es "el arte de los pueblos que han dominado la escena política" (Industriales y políticos, Ed. Vicens Vives). Parece un proverbio chino, pero es el tempo que durante décadas, con mayor o menor acierto, ha practicado la Casa Blanca. Lo mismo tempo que impone, desde la pequeña isla de la libertad, la mujer de ojos suaves que espera paciente la llegada de nuevos americanos. Esperamos que la antorcha que levanta con el brazo firme vuelva a encenderse pronto.