Periscopio global

Ikea cierra su página más oscura de trabajos forzados

Durante décadas, la empresa sueca supo y calló que sus proveedores en la antigua Alemania del Este utilizaban prisioneros políticos

Oscar Gelis
y Oscar Gelis

CopenhagueLa empresa Ikea es sinónimo de muebles asequibles, funcionales y con un toque de diseño nórdico que ha cautivado a millones de clientes en todo el mundo. Pero la compañía sueca, fundada en 1943, tiene también un pasado oscuro. Desde hace algunos años, los vínculos que la compañía de muebles escandinava había tenido con la antigua Alemania del Este han sido investigados y puestos a la luz pública, generando remordimientos entre los actuales directivos de la empresa.

Para cerrar esta historia oscura, hace unas semanas se anunció que la filial alemana de Ikea había prometido compensar con 6 millones de euros a las víctimas del régimen comunista de Alemania del Este. En concreto, la compensación irá destinada a los presos políticos de la RDA que se vieron obligados a trabajar para la empresa de muebles en los años de la Guerra Fría. La compensación se realizará a través de un fondo especial del gobierno alemán.

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En 2012, la empresa sueca ya pidió perdón públicamente por este episodio, después de que una auditoría interna revelara que la compañía fue consciente de que en las fábricas de Alemania del Este que servían como proveedoras de Ikea había trabajadores forzados. El informe, elaborado por la consultora Ernst&Young (EY), también señalaba que durante las décadas de los años 1970 y 1980 la empresa no hizo esfuerzo suficiente para investigar y detener los hechos hasta que, años más tarde, las voces de las víctimas hicieron públicas sus experiencias.

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"Lamentamos profundamente que haya pasado esto", dijo el ejecutivo jefe de Ikea en Alemania, Walter Kadnar, cuando se anunció el acuerdo para pagar la compensación. Peter Keup, de la asociación de víctimas del régimen de Alemania del Este, también aseguró que la empresa ha mostrado una actitud colaboradora en todo momento: “Ikea prometió apoyarnos y ha cumplido la promesa”, comentó. Desde la asociación de víctimas también destacaron que la aportación de Ikea es voluntaria, porque la empresa no tiene ninguna obligación legal de actuar en este caso.

Décadas de relación con la RDA

Las relaciones de Ikea con la RDA empezaron en 1960 y aumentaron durante la década de los años 1970. En paralelo, la empresa vivió un crecimiento enorme de la popularidad en los países del norte de Europa, donde se convirtió en un símbolo de muebles de diseño a precios asequibles para la clase obrera. Con la necesidad de aumentar el volumen de producción manteniendo los precios bajos, Ikea se fijó en la Alemania del Este, donde la mano de obra barata era mucho más accesible que en Suecia.

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En un documental de la televisión pública sueca SVT se descubrió que en los archivos de la Stasi (los servicios secretos de la RDA) había más de 800 documentos relacionados con Ikea. En estos documentos se pudo comprobar que Ikea delegó la fabricación de piezas y muebles enteros manufacturados en fábricas de todo el país en el que trabajaban presos políticos de forma forzada. Entre otros productos, el icónico sofá Klippan, un auténtico éxito de ventas en los años 80, fue fabricado durante décadas en la RDA por empresas proveedoras de Ikea.

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Para las autoridades del régimen comunista, la colaboración con empresas extranjeras (la RDA tenía acuerdos industriales con Suecia y Japón) era una manera de conseguir la entrada de divisas extranjeras en la economía del país. No se sabe a ciencia cierta el número de prisioneros de la RDA que fueron forzados a trabajar en fábricas, pero esta práctica era habitual que el régimen la aplicara a los presos políticos. Según una investigación de la agencia de noticias alemana Deutsche Welle, se calcula que los trabajos forzados afectaron a 100.000 prisioneros de la RDA, y otras muchas empresas de la Alemania Occidental se aprovecharon de estos trabajadores, como el grupo Volkswagen, l empresa de víveres Aldi y la cadena de droguerías Schlecker.

“Los prisioneros eran forzados a hacer el trabajo más sucio y duro que nadie quería hacer, en unas condiciones deplorables”, explica Steffen Alisch, profesor de la Universidad Libre de Berlín especializado en investigar la RDA. Alisch también asegura que Ikea ya tenía constancia de los trabajos forzados en 1984. Cuando tenía 22 años, Alexander Arnold fue uno de los presos políticos que trabajó en una cadena de montaje que servía la empresa de muebles sueca: “No era ninguna secreto, su nombre figuraba en las cajas en las que se envasaban los productos y los guardias de la cárcel no nos lo mantuvieron en secreto. Todo el mundo lo sabía”, relató en el informe de la auditoría EY, que recoge más de noventa testigos.

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Arnold describió que tanto él como los demás prisioneros tenían objetivos de productividad marcados: “Cada día trabajábamos el equivalente a dos días y medio de un trabajador normal y, si no cumplíamos los objetivos, nos encerraban diez días en una celda de aislamiento”. Otros testigos, como el de Dieter Dombrowski, recogen que los prisioneros estaban obligados a trabajar por un sueldo de entre 18 y 25 marcos mensuales, mientras que un sueldo normal en la RDA se acercaba a los 1.000. "Para las empresas de Occidente, los márgenes de beneficio debían de ser más altos que los que existen hoy en China", dijo en una entrevista para la agencia DW.