Música

Vida de un lutier en el siglo XXI

Eduard Sitjas es el único constructor de violines, violas y violonchelos de Girona y forma parte de la decena que existe en Cataluña

Eduard Sitjas
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GeronaEduard Sitjas tenía 12 años cuando fue con su padre a comprar un violín en Barcelona. Tocaba el instrumento desde en trabajo cinco y tenía bastante rastro. Se plantaron en la tienda taller de Xavier Vidal, que por entonces estaba en la calle Elisabets, en pleno Raval. "Recuerdo entrar, ver la atmósfera, el olor, la gente trabajando y aluciné. Salí de allí pensando que hacer un violín a mano era un oficio", recuerda. Desde entonces, cuando alguien le preguntaba qué quería ser de mayor, lo tenía claro: "Quiero hacer violines, quiero ser lutier". Más de dos décadas después Sitjas, que ahora tiene 39 años, es el único lutier de Girona y forma parte de la decena de profesionales que construyen violines, violonchelos y violas en Catalunya.

Aunque no tiene una tradición familiar de músicos, tanto su padre como su abuelo eran muy melómanos. De pequeño Sitjas escuchaba ya con su padre conciertos de violines o de música de cámara, unos vinilos que también sentía su abuelo mientras cosía en la sastrería familiar que tenían en Palafrugell. La parte artesana sí le viene de una larga trayectoria familiar. Aparte de su abuelo, su bisabuelo que también era sastre y su padre, que continuó con la tienda, él siempre ha sido muy manitas. Además tiene un tío que era tornero. "De pequeño ya tocaba, ya trasteaba con la madera", explica.

Eduard Sitjas
Eduard Sitjas

A todos ellos tiene muy presentes en su taller. Es una pequeña capilla de un antiguo convento ubicada en la subida de Sant Domènec, una zona muy tranquila a pesar de estar en medio del Barri Vell de Girona. "Siempre había querido tener un taller con buena acústica para realizar conciertos íntimos para presentar mis instrumentos o simplemente para que pudieran venir músicos a pasar repertorio", explica. El taller exuda historia por todas las paredes. Nada más entrar está su stock de maderas que algún día acabarán siendo copias de Stradivarius o Guarneris. Dos de las cuatro mesas en las que trabaja tienen un gran valor sentimental: una era la que había en la sastrería familiar donde su abuelo y bisabuelo cortaban telas; el banco de carpintero, donde da forma a los instrumentos, era de David Bagué, un referente de los lutieres en Cataluña. Aparte de todo tipo de herramientas, también existe el último instrumento musical que se ha hecho un lugar en el espacio, un piano de madera que le han cedido y que ya ha incorporado a los conciertos que organiza. La sorpresa del taller es un pequeño cuarto oscuro donde Sitjas practica una de sus principales aficiones: la fotografía analógica.

Pero llegar donde está ahora no ha sido fácil. "Me ha costado mucho y me cuesta todavía vivir de mi profesión, pero es que estamos en un país donde la cultura está donde está. Los músicos no viven bien y yo vivo de los músicos", apunta. "No tengo nómina, soy autónomo y puedo estar un trimestre sin facturar nada", explica.

Larga formación

Acabado el bachillerato, estuvo dos años en el taller que tanto le había fascinado con sólo 12 años como aprendiz. Allí descubrió cómo funcionaba el oficio. Luego estudió en la escuela de lutieres de Newark (Inglaterra) durante tres años. Y, posteriormente, realizó una estancia en Londres en un taller de restauración: "Lo que yo quería hacer, sin embargo, era construcción". Después de más estancias entre Francia e Inglaterra aterrizó en Girona en 2011. Eligió la ciudad porque es "bonita, pequeña, tranquila y bien comunicada". "Es de fácil acceso para los músicos; pueden venir de Barcelona, ​​París o Madrid con un AVE", explica.

Pero la ubicación actual no fue donde instaló su primer taller. Estaba en un pequeño piso de sólo 30 metros cuadrados situado en las casas del Onyar, donde también vivía, y donde los encargos llegaban con cuentagotas. "Comí muchos días arroz", recuerda, en una dosis de realidad. El primer encargo se lo hizo la violinista barroca de Berga Alba Roca. "La conocía porque ya le hacía el mantenimiento de sus instrumentos". Poco a poco el boca a boca y las redes –a las que ha tenido que sucumbir aunque no le gustan las nuevas tecnologías– fueron funcionando y justo después de la pandemia pudo trasladarse a su actual taller, donde siempre está acompañado de la Madera, su perra.

La violinista Maria Florea es quien le ha hecho el último encargo. Hace año y medio Sitjas había terminado un instrumento que hizo por iniciativa propia, algo que hace de vez en cuando porque "es un proceso más libre", y le pidió a Florea si podría tocarlo durante unas semanas. "Cuando acabas un instrumento necesita un rodaje, abrirse, y siempre suelo dejarlo a músicos; una vez se abre, yo le escucho y analizo el sonido y, si es necesario, cambio cosas", explica. El tercer día, ella le llamó, sorprendida por la calidad del sonido, y le encargó uno para ella.

Proceso de construcción

Un violín puede construirse en el espacio de entre un mes y medio y dos meses, dedicando ocho horas al día. "No estoy trabajando, sin embargo, cada día con un mismo instrumento; los voy intercalando porque va bien dejarles reponer", concreta. De hecho, ahora compagina la construcción de un violín con la de un violonchelo. El precio de uno de sus violines oscila entre 15.000 y 20.000 euros. ¿Qué hace que un instrumento acabe costando millones de euros? La respuesta es clara: "El paso del tiempo; nada tiene que ver con el sonido. Un instrumento antiguo acaba siendo una obra de arte; un Stradivarius del año 1700, por ejemplo, ya no se puede volver a hacer, da igual que un cuadro de Dalí", explica.

Eduard Sitjas

Cuando empieza a construir siempre lo hace de la mano del músico. "El proceso se inicia cuando te explica qué quiere, qué sonido busca", dice. A partir de aquí entre ambos eligen el modelo –lo que hace Sitjas es reproducir instrumentos antiguos de los grandes maestros de la lutiería italiana del siglo XVIII– y con qué tipo de madera lo va a construir. Le ha costado años realizar el stock de maderas que tiene actualmente y donde se puede encontrar desde abeto de la Val di Fiemme hasta el espino de los Alpes italianos o Baviera. "Hay gente que se dedica a la venta de este material y he llegado a ir, por ejemplo, a Alemania a comprarlos". El coste por construir un violín entre maderas, cuerda y el resto de material oscila entre los 1.000 y los 1.500 euros.

Para empezar a dar forma a un violín dibuja el modelo, hace las plantillas con plástico y, de ahí, saca el molde donde encolará los laterales del violín. El proceso es muy laborioso, pero, explicándolo de manera sencilla, a continuación hace la tapa delante de madera de abeto mientras que la trasera, los laterales y la voluta son de espino y el bateador, de ébano (una madera negra). Cuando tiene terminada la caja, construye la voluta, que empotra posteriormente a la caja. Termina el instrumento poniendo el bateador, las cuerdas y el barniz.

La parte que más disfruta es cuando trabaja la madera dando forma al instrumento. "La densidad de la madera, como la trabajas, qué grosor dejas, la bombatura... son fases que determinan el sonido", explica. También disfruta especialmente de poner el barniz. Es un proceso largo, que dura semanas y necesita mucha concentración. El objetivo es dar una imagen del siglo XVIII al violín. "Replico exactamente los rasguños, el color y el desgaste del modelo escogido", afirma.

Eduard Sitjas
Eduard Sitjas

El resultado final es un instrumento contemporáneo pero con una imagen antigua. "Es una reproducción de un violín original, pero le acabas dando tu interpretación". De hecho, explica, tiene compañeros de profesión, con quienes realizan encuentros anualmente, que pueden identificar a sus violines entre varios.

"La principal razón por la que me dedico a este oficio es precisamente porque no ha cambiado nada: uso el mismo proceso, pegamento, barniz –que elabora él mismo– que un lutier del siglo XVIII. Lo único que cambia es que yo tengo luz eléctrica y ellos de aceite. Necesito esa burbuja de paz en el actual contexto digital", admite.

Sitjas tiene claro que construyendo instrumentos nunca tendrá una cuenta corriente de seis ceros, y tampoco sabe si alguna vez se podrá comprar un piso. Pero a pesar de los obstáculos, nunca se ha cuestionado que éste es el camino que quiere recorrer. El paso de los años, o incluso de los siglos, determinará si los Sitjas acabarán convirtiéndose en una especie de Stradivarius. El único inconveniente, bromea, es que si esto ocurre, él no estará ahí para verlo.

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