Banca

Los ‘años bárbaros’ de Caixa Catalunya (I): euforia preolímpica y tarjetas ‘black’

La entidad, rescatada hace diez años, perdió el rumbo en los 80 con una nueva cúpula. Este es el relato de los directivos que lo vivieron

BarcelonaÉrase una vez Caixa Catalunya. Conviene recordarlo cuando se cumplen diez años desde que la tercera caja de ahorros de España, agrupada con las de Tarragona y Manresa, necesitó un rescate de dinero público de 12.500 millones de euros, de los cuales solo se recuperaron 782. La caja, fundada en 1926 y que acabaría diluyéndose en el BBVA, se perdió para siempre jamás, como se perdió su obra social. El ARA ha querido reconstruir cómo la entidad llegó a aquel abismo, más allá de lo que acabaría siendo una ruinosa apuesta por el sector inmobiliario. Como en toda historia que acaba mal, hay un momento decisivo en el que todo se empieza a torcer. Este momento llegó en los años 80. Entonces el presente era próspero. Pero en los fundamentos de la entidad ya estaba el fermento para que se acabara desencadenando una desgracia económica. 

En aquellos años, en la segunda caja de Catalunya soplaban aires de renovación. Y esta renovación aparecía en forma de críticas a Joan Bilbao, el todopoderoso director general de la entidad desde 1969. “La suya era una caja muy saneada, pero muy pequeña: no quería ni abrir cajeros automáticos, nos decía que usáramos los de la Caixa de Pensions”, dice un banquero desde el anonimato. Como él, una decena de destacados ejecutivos de la época han atendido al ARA para reescribir aquellos años; algunos nunca habían hablado con un periodista sobre estos hechos y otros se habían mantenido alejados de los medios durante lustros. El banquero se desahoga: “Bilbao era desconfiado por naturaleza y esto es una virtud en un director de un banco, antes de dar un crédito se lo miraba y remiraba todo, pero todo tenía que pasar por él y aquello restó posibilidades a Caixa Catalunya”, añade. 

Otra voz es más indulgente: “Era un crack, old school. La caja con él era muy fuerte y conservadora, dominada por su personalidad, no se movía ni un pelo sin su permiso”, explica.

La caída de Bilbao

Aquel talante controlador de Bilbao fue su sentencia. No se entendió con Josep Lluís Sureda, presidente entre 1982 y 1984. Cuando un acuerdo entre socialistas y convergentes llevó a la presidencia a Antoni Serra Ramoneda, las cosas no mejoraron. Entre Bilbao y el nuevo presidente saltaron chispas. Después de años como rector de la UAB, Serra Ramoneda aspiraba a modernizar la entidad. Y topó con un directivo que conocía hasta el último resorte de la entidad y se negaba a ceder poder. El conflicto no tardó en volverse grave y el presidente planteó el ultimátum: “O tú o yo”. Bilbao recurrió a Jordi Pujol –un Pujol que ya estaba salpicado por la tormenta de Banca Catalana– pero Serra Ramoneda ganó el pulso. Muchos trabajadores y directivos han suspirado durante años recordando aquel adiós. Porque con el temido Bilbao, dicen, Caixa Catalunya nunca habría cometido las imprudencias que estaban por venir. 

Las crónicas de la época recuerdan que Serra Ramoneda inició la búsqueda de un nuevo director general, figura clave especialmente en un tiempo en que el presidente era representativo y ni siquiera cobraba. En la prensa aparecieron diferentes aspirantes (como Joaquim Muns o Pedro Martínez), pero el candidato preferido de Ramoneda no había salido a la luz hasta ahora: el presidente de Caixa Catalunya contactó con un prometedor ingeniero aeronáutico que ejercía de secretario de estado del ministerio de Economía. Pero este le pidió tiempo hasta que se acabara la legislatura, un tiempo que Ramoneda no tenía. Según ha podido confirmar el ARA, este candidato respondía al nombre de Josep Borrell. 

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El kafkiano gobierno corporativo de la caja de ahorros hizo imposible que Serra Ramoneda eligiera director general. Los órganos de la entidad constaban de una asamblea general, una comisión ejecutiva, una comisión de obra social, una comisión de control, una dirección ejecutiva y un consejo de administración. Un pacto en este último órgano entre los ocho representantes de los impositores, tres representantes de los sindicatos y el director general interino dobló la voluntad del presidente, que lideraba a los representantes de la Diputación. Así, con 12 votos a favor, siete en contra y dos abstenciones, el consejo nombró director general a una figura capital para entender el viaje a los infiernos que Caixa Catalunya estaba a punto de empezar: Francesc Costabella, un hombre de la casa que fue elegido sin limitación temporal a su mandato.

Costabella era un hombre acostumbrado a vencer dificultades desde siempre. “Trabajaba en la entidad desde los 15 años: empezó de botones, progresó con un esfuerzo mayúsculo”, recuerda un ejecutivo de la época. Fruto de este esfuerzo, se licenció en ciencias económicas, era censor jurado de cuentas, y se diplomó en gestión empresarial por Esade. “Antes de su ascenso, era uno de los subdirectors importantes, el de pasivo”, rememora una voz. 

La sombra de la Caixa de Pensiones

“No quiero hablar mal de él porque ha muerto hace poco”, apunta otro financiero. En efecto, Costabella falleció en 2016 y vio el hundimiento de la que fue la empresa de su vida. Su historia de superación personal se había iniciado en Sant Boi de Llobregat, donde su familia era labradora, según explican los que lo trataron. “Era un hombre de raíces humildes, recordaba haber ido de pequeño en carro a vender coles a Barcelona”, dice un banquero ya retirado. No era extraño que se sintiera intimidado por su flamante cargo y, todavía más, por la verdadera misión que tenía encargada. 

¿Cuál era esta misión? “Los que mandaban querían notoriedad... Los semáforos verdes de La Vanguardia hicieron mucho mal a Caixa Catalunya”, apunta una voz. Otro directivo recuerda que “los referentes eran Vilarasau y Terceiro, [Caixa de] Pensions y [Caja] Madrid”. “Todo el mundo envidiaba La Caixa de Pensions”, remata otro. Aquel era el problema y la ambición. Y para jugar en primera división, tenían que renegar de la fórmula de Bilbao. “Con él todo era muy rígido: las hipotecas, solo para primera vivienda y usuario final. Ahora la idea era diversificar, entrar en seguros, fondos de inversión, servicio para empresas, acercarse a la banca universal”, explica un antiguo banquero.

En una España y una Catalunya que pronto conocería a magos de las finanzas como Mario Conde o Javier de la Rosa, Caixa Catalunya tenía sus propios sueños de grandeza. Y fue así, con la voluntad de ser como la Caixa de Pensions como motor, que la etapa de Serra Ramoneda arrancó. “Costabella tenía delante un trabajo de gigantes”, afirma alguien que lo vivió de cerca. 

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Guiada por el esfuerzo titánico del nuevo director general, Caixa Catalunya se dio la vuelta como un calcetín. “La entidad cogió mucho impulso, se aireó y modernizó”, recuerda un ejecutivo. “Costabella no era brillante, pero era muy, muy trabajador, fuerte, deportista, valiente”. Los directivos de entonces recuerdan a Costabella como “un animador, un seductor”. Recuerdan una frase que acostumbraba decir: “Yo suelto cuerda y si a caso ya pegaré un tirón”. 

"El riesgo era terrible"

Pero la baja percepción del riesgo de Costabella levantaba recelos. “No era prudente. Decía «Si hacemos diez y una sale bien, adelante». Y yo le decía «Hombre, se tienen que mirar los costes»”, explica un directivo, que recuerda que, como caja de ahorros, la entidad no podía hacer ampliaciones de capital: “El riesgo era terrible”. Otra voz coincide: “Todos estábamos de acuerdo en que había que diversificar el negocio, pero discrepábamos en la manera: yo era un obseso de la cuenta de resultados, hacía de freno; pero Costabella decía «Ya veremos, tengamos confianza»”. 

Para hacer aquel trabajo Costabella renovó cuadros y apostó por una generación más joven y con una vocación comercial que no existía en la entidad. Hizo varios fichajes y se rodeó de gente de prestigio como Rafael Jené, Saturnino Anfosso o Josep Maria Montseny. También fichó a un directivo que a la escala jerárquica tenía menos peso. Provenía del Banco de Europa y sería responsable de abrir la división de extranjero. Durante años conseguiría esquivar el radar mediático, hasta el punto que no se encuentran fotos. Era Carles Monreal. Retengan este nombre, como han hecho durante décadas los antiguos trabajadores de la entidad. 

En un par de años Costabella consiguió remontar su relación con Serra Ramoneda y se ganó su confianza. “Tuvo mérito: uno era labrador y el otro hijo de la alcurnia textil Serra Feliu, con casa en la Bonanova”, explica un directivo. “Se dirán muchas cosas, pero la entidad la hizo grande Costabella y con él se acortaron distancias con la Caixa de Pensions”, añade. 

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Aquella feliz etapa de los 80 tuvo una metáfora muy ilustrativa: la compra de la Pedrera, en pleno paseo de Gràcia de Barcelona, imponiéndose al eterno rival, la Caixa de Pensions, en 1986. La operación es un buen reflejo de cómo se hacían las cosas entonces: dos días antes de Navidad, Costabella abordó por sorpresa al presidente y le dijo que si querían comprar el edificio lo tenían que hacer aquel mismo día. Tenía un precio de 900 millones de pesetas y no había tiempo para informes que validaran la operación. Pero a pesar de todo, se sacó adelante y se convirtió en el emblema de una entidad que quería ser grande. “Aquello fue la prueba de que Costabella ya había seducido el presidente”, dice una voz.

Las memorias de aquellos años retratan, con la dudosa estética de la época, la omnipresencia de la marca Caixa Catalunya en una sociedad catalana en la que era una de las empresas con mayor reconocimiento público. También dejan constancia de la febril actividad de acontecimientos culturales a la que se entregó la entidad, con el presidente, Serra Ramoneda, y el director general, Francesc Costabella, al frente.

Un carné del club de golf de El Prat

Aquellas satisfacciones, sin embargo, vinieron con un peligroso compañero de viaje para Costabella: superada la cincuentena, en el cénit de su vigor personal y profesional, acababa de descubrir la semilla que dos décadas más tarde arrastraría a otras cajas españolas: la vanidad personal. 

“Un día vino Costabella a mi despacho y me dio un carné del club de golf de El Prat”, recuerda un alto directivo. “Se lo devolví; yo no jugaba al golf y no me parecía bien que la caja tuviera que pagar aquello, pero él decía que sí, que conoceríamos gente y sería bueno para el negocio”, rememora. No es el único relato de estas características de aquella época. “Él jugaba a tenis en el Barcino, no en el Prat –explica otro directivo–, y para él el Barcino ya era mucho”. “Recuerdo que el día que conoció a [Josep Lluís] Núñez [entonces presidente del Barça] estaba deslumbrado”. Los que estaban más cerca de Costabella no tardaron en percibir que se había operado un cambio en la naturaleza de aquel hombre de férrea fuerza de voluntad: “Quería estar en la élite”.

Y una persona del banco tenía el pasaporte hacia la cúspide de la pirámide social que quería Costabella: Carles Monreal. En el Banco de Europa, donde también había arrancado el negocio internacional, había tratado a la élite de la burguesía catalana que participaba de la entidad: Carles Ferrer-Salat, que fue presidente, Joaquim Boixareu, Jorge Gallardo, José Llorens, Romà Sanahuja y un largo etcétera de nombres que conformaban el Gotha económico de aquella Catalunya eufórica y preolímpica. Monreal, que tenía un brío en el que a buen seguro Costabella se vio reflejado, no fue nunca egoísta con sus contactos: “Le decía «Iremos a Nueva York, a conocer a Ferrer-Salat, y a este otro, y también te presentaré a aquel»”, explica un directivo. Otra voz rememora que Monreal le hablaba a Costabella de Samaranch, entonces presidente de la Caixa de Pensions, “y Costabella era muy sensible a esto”. 

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Esta versión, sin embargo, no es unánime. “A Costabella el tema social le daba igual, no quería ir a inauguraciones, siempre buscaba quién podía ir a los lugares por él”, dice una voz. Otro directivo apunta que “Monreal no era un hipnotizador; era el otro que se hipnotizaba”.

Las fuentes consultadas, sin embargo, insisten que esta influencia fue importante. Monreal es recordado por sus antiguos compañeros como un hombre de un vigor extraordinario. “Había un problema en Zaragoza y decía «Nada de teléfono, cojo el coche y voy»”. Y en aquellos años redobló su actividad, porque no solo impulsó el departamento de extranjero (rápidamente pasó a ser subdirector general de empresas) sino que fue el cicerone del su jefe en la alta sociedad. “Jugaban a golf juntos, viajaban; ningún otro subdirector tenía para Costabella el aura de Monreal”.

Viaje al castillo del barón de Rothschild 

De aquel conocimiento entre personas extraordinariamente dotadas para las relaciones sociales quedó el recuerdo de un viaje que hicieron a Suiza al que, además de Serra Ramoneda y Costabella, fue el mismo Monreal. Fueron al castillo de un financiero mundialmente conocido, el barón de Rothschild. Aquel anochecer uno de los asistentes se admiró ante un Velázquez y preguntó a su anfitrión por qué no lo llevaba a un museo: “Porque no quiero que nadie sepa que lo tengo”, fue la respuesta. Rothschild, por cierto, tenía una discreta presencia en España de la mano de dos financieros, los Grebler, que acabarían teniendo su espacio en el retablo impresionista de la caída de la entidad.

En aquellos años la influencia de Monreal no hizo sino crecer, y las leyendas sobre su persona se multiplicaron. Muchos trabajadores estaban convencidos de que era yerno de Ferrer-Salat, lo cual era falso, y en la caja había envidia indisimulada por su “mundología”. La vieja guardia del banco siempre le profesó un rencor manifiesto por cómo había prosperado en la entidad. Quizás ciertas cosas eran difíciles de perdonar: “Era alto, con buena presencia, carismático, un trabajador hiperactivo, se decía que de familia de dinero”.

Lo cierto es que Monreal era hijo de una familia de clase media y estudió en el Colegio Pérez Iborra, en Barcelona. Si alguna relación tuvo con una cierta élite fue por el hecho de que su suegro, José Acacio Gómez-Vigo, fue un destacado directivo que llegó a ser consejero delegado del Banco de Europa. 

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Alguno que intimó con él destaca un rasgo de la personalidad de Monreal: “Era fantasioso, explicaba cosas que costaba creer. Venía a trabajar y te decía que había pasado la noche en la playa de Vilassar pescando con un barrendero, y decía que le gustaba la filosofía de los barrenderos, y tú decías «Va, pasa, que ya nos conocemos»”. 

Un palacete en Madrid

Con la guía de aquel carismático ejecutivo, Costabella ya no era el directivo temeroso de Dios de mediados de los 80. Había medrado en la sociedad. En la entidad recuerdan aquellos días como los “del lujo y el esplendor”, que coincidieron con operaciones como la compra de la nueva sede de Caixa Catalunya en Madrid, inaugurada en 1990. En tiempos de Bilbao, estas oficinas tenían que tener rentabilidad en dos años y por eso se había buscado una sucursal cerca de un mercado de la capital de España. El tándem Ramoneda-Costabella prefirió tener un palacete en el número 15 del lujoso paseo de Recoletos, hoy el barrio residencial más caro de España. 

Fue en aquellos años bárbaros que Caixa Catalunya se desprendió definitivamente del yugo de prudencia de la era Bilbao. Lo hizo incluso en sus estatutos, según reveló el periodista Andreu Missé en La gran estafa de las preferentes, editado por Alternativas Económicas. Si históricamente la entidad fundada en 1926 decía estar “bajo el protectorado público de la Generalitat de Catalunya”, los estatutos de 1990 ya precisaban que la caja era “independiente de toda empresa, entidad o corporación”, lo cual dejaba a los impositores sin paraguas en caso de crisis. 

En su esfuerzo por crecer, la caja, que se definía en sus estatutos como “de naturaleza no lucrativa, benéfica y social”, entró en los productos estructurados. Eran artefactos financieros sofisticados y de riesgo que podían llevar a grandes rentabilidades o grandes pérdidas. Pero la cúpula estuvo de acuerdo: “Tocaba entrar”. Así, una década antes de que el cáncer de las preferentes se extendiera por las entrañas del sistema financiero español, Caixa Catalunya lanzaba productos como Foncliquet. Los directores de oficina de la época recuerdan que el producto tuvo un éxito “brutal, espectacular”. Y la entidad jugó fuerte: “La bolsa sube y baja. Foncliquet sube y no baja”, decía un anuncio que hoy no pasaría el filtro de la CNMV. Según se decía internamente, el exitoso Foncliquet había sido idea de Monreal y era un producto depositado en Luxemburgo del grupo Edmond de Rothschild. Un alto directivo admite ahora que las comisiones que cobraba Rothschild a la caja eran tan altas que no les salía a cuenta. Años después otro producto financiero complejo, las subordinadas, hacía tristemente famosa a Caixa Catalunya: en nueve años atraparon a 122.000 ahorradores con más de 1.700 millones de euros.

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En plena fiebre de los estructurados, la entidad también entró en el mundo de las participadas, otra práctica histórica de la envidiada Caixa de Pensions. Si en 1986 las participadas eran todas financieras (Ascat Vida, Ascat Previsió, Leasing Catalunya, Servicat, Dinergestió y Fonspensió), con el tiempo la dinámica se disparó y en 1996 Caixa Catalunya ya tenía tantas como 27 filiales y participadas tan variadas como el centro comercial Barnasud, el Hotel Plaza, el Acuario de Barcelona, las autopistas de Acesa o Cable i Televisió de Catalunya. Pero el sector principal era el inmobiliario, con ocho participadas. 

El nacimiento olímpico de Procam

La más importante, y llamada a tener un papel fatal en el devenir de la caja, era Procam: 12 días antes de la inauguración de los Juegos de Barcelona, en julio de 1992, se constituía Promotora Catalunya Inmobiliaria. Caixa Catalunya recorría así el primer metro de una larga carrera hacia el abismo. Aquel año, Procam hacía promociones por 1.500 millones de pesetas y la apuesta fue a más. Tres años después la sociedad ya ganaba 776 millones. Con el tiempo, Procam haría apuestas surrealistas, como promociones en Portugal o Polonia. Caixa Catalunya acababa de probar la droga del dinero fácil que una década después amenazaría con destruir la economía española.

Narcís Serra, que también presidiría la entidad, hablaría décadas después de cuán perniciosa fue la apuesta por el ladrillo que "aplastó” a la caja. “Era la cuarta inmobiliaria de España. ¿Qué no se hizo bien? Construir una estructura desmesurada respecto a las posibilidades de las cajas”. Serra también admitió que, antes de la crisis financiera, el consejo sabía que si tenían beneficios era solo “gracias a la inmobiliaria”.

Pero volvamos a la Barcelona olímpica. Transitando por los pedregales de los derivados, las participadas y el ladrillo, era cuestión de tiempo hasta que Caixa Catalunya llegara a Andorra. “Caixa de Pensions y el BBV ya estaban y pensaron que nosotros también”, rememora un directivo. “No hay que engañarse: a Andorra iba el dinero negro y se hacía mucho dinero”, explica otro miembro de la dirección. “Sí, era un punto de evasión fiscal y lo hacía todo el mundo”, corrobora otra voz. 

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Abrir un banco allí no fue fácil y el primer intento, Catalunya Financera, no tuvo éxito. Los directivos de Caixa Catalunya mantuvieron reuniones con la Caixa de Pensions para estudiar alternativas. Por increíble que parezca ahora, incluso hablaron con el Banco de España, y el regulador les "ayudó y aconsejó” sobre cómo abrir en Andorra. “No es tan extraño; para el Banco de España era mejor Andorra que Suiza o Luxemburgo”, sostiene un directivo. 

Caixa Catalunya recibió entonces una ayuda inesperada: Serra Ramoneda recibió una llamada de un ministro catalán del gobierno de Felipe González en la que se le indicaba que el ejecutivo quería que la Banca Cassany quedara en manos españolas, y no francesas. Era 1993 y aquel pequeño banco andorrano estaba en quiebra. La ley del país, rememora uno de los implicados en la compra, fijaba un máximo del 33% a la participación que una entidad extranjera podía adquirir. Para controlarla, el sistema habitual en la época pasaba para recurrir a “estructuras fiduciarias”, un eufemismo para referirse a los testaferros, hombres de paja andorranos que respondían a los intereses de la entidad. 

Andorra y los Cierco

Así, Caixa Catalunya compró la entidad, cambió el nombre a Banca Privada de Andorra (BPA), y pronto tuvo un presidente andorrano, Higini Cierco Garcia, patriarca de la familia de empresarios andorranos. Varias fuentes apuntan que quien lo puso en contacto con la entidad fue Higini Clotas, diputado del PSC, vicepresidente del Parlament en dos legislaturas diferentes y, de segundo apellido, Cierco.

Caixa Catalunya mantendría aquella plaza hasta el año 2000. “Costabella era feliz yendo a Andorra”, coinciden directivos y empleados, que recuerdan sus frecuentes viajes al Principado. “Y a Serra Ramoneda le encantaba”, añaden. La operación, sin embargo, hizo torcer la nariz a más de uno por la tradición de Andorra en la evasión fiscal: “Aquello no era para nosotros”, dice un destacado directivo. “Dije que no iría ni borracho”, recuerda otro. BPA, por cierto, acabaría siendo señalada por las autoridades norteamericanas en 2015, cuando estaba en manos de los Cierco, como un foco de blanqueo de dinero proveniente de actividades ilícitas, lo cual provocó su intervención, amenazó todo el sistema financiero andorrano y puso a los propietarios en el punto de mira de la justicia. 

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El lector no se sorprenderá de que fuera en aquella época cuando la entidad flirteó con una práctica corrupta que décadas después llevaría a destacados banqueros a prisión. Según un relato detallado que ha oído el ARA, en Caixa Catalunya llegó a haber tarjetas black. A diferencia de lo que pasó en Caja Madrid y Bankia, este sistema de remuneración encubierta, invisible para Hacienda, no se llegó a usar nunca en la segunda entidad catalana. “Entró el director general, dejó una tarjeta sobre la mesa y salió. Yo hablaba por teléfono. Al colgar, vi lo que era: una black”, recuerda un ejecutivo de la cúpula de Costabella. “Fui a su despacho y él tenía una visita. Esperé. Cuando se quedó solo, entré, le dije que no lo podíamos hacer, que era una locura; él aceptó mis argumentos”, explica esta voz. El episodio, desconocido incluso para muchos directivos, se produjo en algún momento entre el año 1992 y el 1993: “Caixa Catalunya tuvo tarjetas black, sí, pero solo durante aquellos 20 minutos”. Los controles internos, sin embargo, no funcionarían siempre. Y muy pronto Caixa Catalunya lo sufriría.

*Esta es la primera entrega del reportaje especial sobre la caída de Caixa Catalunya. Lee aquí la segunda parte: