Macroeconomía

El lento declive de la clase media

El grueso de la sociedad que se reforzó después de la Segunda Guerra Mundial vive un proceso de empobrecimiento

BarcelonaLa icónica imagen de la España del Seat 600 que prosperaba y constituía una nueva clase social con capacidad de consumir y la ambición y posibilidad de subir al ascensor social ha ido quedando antigua. Y no tanto por la lejanía histórica –ha pasado ya medio siglo desde ese boom– ni tampoco por el modelo automovilístico que caracterizaba a la época: es, sobre todo, porque la pujanza y optimismo del momento han quedado superados por un tiempo económico mucho menos vibrante con respecto a la clase media.

La definición de clase media ya es, por sí sola, controvertida y el consenso entre los economistas es que no hay consenso sobre cómo definirla. Normalmente, la clase media se asocia a las familias que se encuentran en medio de la distribución de la riqueza de un país, pero el hecho de que haya países más ricos y más desiguales que otros puede hacer variar la concepción de lo que es la clase media según cada territorio. Dicho de otro modo, no es lo mismo tener una riqueza (o unos ingresos) equivalente a la media de la población en Noruega que en Sudán.

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De hecho, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE, la organización que agrupa a las economías más ricas del mundo) da una definición bastante técnica de la que es clase media: cualquier persona con unos ingresos de entre el 75% y el 200% de la renta media de un país. Pero no es la única definición. "Varias instituciones utilizan la distribución de la renta para clasificar como clase media aquellos hogares que se encuentran entre el percentil 30 y 60", es decir, "el tercio de la sociedad que se encuentra en el centro de la distribución de la renta" , explica un informe de CaixaBank Research. Esto significa que, en el caso de Cataluña, en 2019 entraba dentro de la clase media cualquier persona con unos ingresos anuales de entre los 16.700 y los 41.900 euros.

Estas definiciones, sin embargo, presentan tres problemas. El primero es el ya mencionado: no vive igual un sudanés con una renta igual en la mediana de su país que un noruego. El segundo es que si un país sufre una crisis económica que derrumba la economía y los sueldos, las condiciones de vida de la gente considerada de clase media empeorarán. Y el tercero es que no tiene en cuenta otras variables, sobre todo el patrimonio personal (es decir, la riqueza) y la capacidad potencial de prosperar económicamente, hecho que puede ser causado por variables tan distintas como el nivel educativo, el barrio donde se vivo o la empresa en la que se trabaja.

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Sin embargo, sí que mucha gente tiene una cierta imagen mental de la que es una familia de clase media: los adultos tienen trabajos estables y relativamente bien remunerados, vivienda de propiedad (pagado o aún con la hipoteca a medias) y coche. Los hijos podrán estudiar, si lo desean, en la universidad. Y todos tienen un gasto alto en ocio y cultura: teatro, cine, libros, restaurantes. En Europa, se van de vacaciones cada verano, a menudo en el extranjero, y se alojan en hoteles o apartamentos. En Estados Unidos, el número de coches asciende a dos o tres y viven en una casa con garaje y jardín. "El sueño de pertenecer a la clase media está asociado a alcanzar un buen nivel de seguridad y confort financiero: poder pagar las facturas a tiempo, tener estabilidad en el empleo o poder ahorrar para la jubilación", explicaba en un artículo del 2019 el economista de CaixaBank Research Josep Mestres.

A pesar de las dificultades de tener una definición precisa, el hecho es que existe un consenso de que el declive de la clase media desde finales de la década de los 70 es uno de los elementos que explica la evolución política, social y económica en buena parte de las economías desarrolladas. Un buen ejemplo son Estados Unidos, donde en 2021 aproximadamente un 50% de la población era de clase media, mientras que en 1971 el 61% respondía a esta definición, una tendencia que se repite en las economías avanzadas, pero a un ritmo menos acusado: entre los años 80 y 2015 la clase media pasó de representar un 64% a un 61% de la población de los países de la OCDE, según un informe de la propia organización. En España, la cifra era del 59,7% en 2017, unos 3,7 puntos menos que treinta años atrás.

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¿Por qué este fenómeno? Una de las principales razones es la evolución de los salarios. "En los países avanzados, los ingresos de las clases medias han tendido a estancarse" desde el estallido de la crisis financiera, según CaixaBank Research, y las clases medias y trabajadoras viven, básicamente, de lo que ganan trabajando (o de las pensiones que han obtenido después de años de trabajo). Pero a los sectores más ricos de la población este estancamiento salarial no les afecta porque pueden vivir de los rendimientos de los activos que tienen en propiedad, sean inmuebles, inversiones financieras o dividendos empresariales, y en caso de necesidad extrema, venderse parte del patrimonio y conseguir así dinero.

En este sentido, destaca la investigación realizada por el economista francés Thomas Piketty, quien apunta que el aumento de las desigualdades que han erosionado la clase media en Occidente responde en gran parte a que, en las últimas décadas, los rendimientos del capital crecen a un ritmo más rápido que el conjunto de la economía mundial. Esto da un peso cada vez más elevado al capital sobre el trabajo en el conjunto de la economía, lo que aumenta la desigualdad y aleja el nivel de vida de las clases medias de los sectores más ricos de la sociedad.

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En su libro Angrynomics, los economistas Eric Lonergan y Mark Blyth, catedrático de economía política internacional de la Universidad de Brown, apuntan a que el declive de la clase media responde al cambio de paradigma económico aplicado a escala internacional en los países más ricos. Según su hipótesis –que comparten otros economistas de renombre, como el premio Nobel de economía Joseph Stiglitz–, a partir de la Segunda Guerra Mundial los gobiernos europeos y estadounidenses se vieron obligados a aplicar políticas económicas basadas en las ideas del economista británico John Maynard Keynes para tratar de cohesionar a la sociedad y cerrar las heridas de unos años traumáticos.

Keynes era un firme defensor del papel del sector público (en los años 30 ya propuso a la Casa Blanca incrementar el gasto gubernamental para recuperar la economía estadounidense de la Gran Depresión que golpeó al país) para mantener el crecimiento económico y, por extensión, que se cree empleo. Durante estos años, el pleno empleo fue el objetivo principal de los gobiernos, en una política que tuvo lugar en economías cerradas, con mucho peso de la industria, sindicatos fuertes y una gran intervención pública para redistribuir la riqueza: los más ricos pagaban muchos impuestos, que los gobiernos transformaban en servicios sociales, desde la sanidad pública hasta escuelas, becas o vivienda de protección oficial. Durante muchos años, el tipo máximo del IRPF en EE.UU. fue del 90%, una realidad que hoy sería impensable.

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El impacto de las crisis

Con las crisis del petróleo y la enorme inflación de finales de los 70, una nueva corriente más liberal se fue imponiendo –liderada por la primera ministra británica Margaret Thatcher y el presidente de EEUU Ronald Reagan–. Aquel nuevo credo económico fue deshaciendo durante casi cuarenta años buena parte de las políticas redistributivas de la generación anterior. Actualmente, el tipo más alto del IRPF en EE.UU. no llega al 40% y el pleno empleo no es la principal preocupación de los bancos centrales, cuyo primer mandato es mantener a raya la inflación.

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Los datos dan la razón a esta hipótesis: la gran frenada de los sueldos se produce a partir de los años 80. Por ejemplo, en EE.UU., entre 1947 y 1978, los sueldos y la productividad crecieron prácticamente al mismo ritmo. Esto hacía que las ganancias productivas de las empresas se tradujeran en una actualización de los sueldos de los trabajadores, según un informe del think tank estadounidense Economic Policy Institute. Sin embargo, a partir de 1979 la tendencia cambió: entre ese año y el 2022, la productividad aumentó un 64,7%, mientras que el sueldo por hora trabajada subió sólo un 14,8% de media.

El problema, que tiene consecuencias en el ámbito socioeconómico y también en la política, no tiene una solución clara. Y la clase media, indefinible y amenazada, ha tenido que acostumbrarse a mirar hacia abajo.