¿Qué está pasando en Grifols?
El gigante catalán ha perdido un 59% de su valor en un año e intenta calmar a los inversores sin que la familia propietaria pierda el control de la empresa
Grifols, una de las grandes perlas del empresariado catalán, está pasando el momento más delicado en muchos años. Esta semana sus acciones han perdido un 13% de su valor, hurgando en una herida dolorosa: en el último mes la compañía ha caído un 25% en bolsa, desde que empezó el año un 47% y desde hace 12 meses, un 59%. En un año los accionistas han perdido más de la mitad de su valor y los títulos de la compañía han retrocedido una década hasta situarse en el precio que tenían en 2012. La compañía ha intentado esta semana calmar a los inversores con varios anuncios, pero de momento no parece que los haya convencido y esto puede suponer peligros importantes para el futuro. ¿Qué está pasando en Grifols?
Todo se empezó a torcer con la pandemia. Aunque Grifols intentó subir al carro de las farmacéuticas que luchaban contra el covid-19, los tratamientos que ensayó no tuvieron éxito. Pero este no fue el problema: la gran dificultad de la pandemia es que Grifols vio cómo le caía drásticamente la recolección de plasma: la compañía vive de recoger sangre y utilizarla para hacer tratamientos médicos. Con el confinamiento, las donaciones de sangre cayeron y esto perjudicó el negocio del grupo catalán. Pero este año las recolecciones de plasma ya han recuperado los niveles prepandemia y, aún así, la incertidumbre sigue sobrevolando el grupo.
El principal motivo es que, a principios de este año, Grifols completó la compra de un grupo alemán (Biotest) para ampliar su red de centros de recogida de sangre y el número de tratamientos de los que dispone. La compra costó 1.400 millones de euros y, para financiarlo, el grupo tuvo que pedir dinero a los bancos, hecho que elevó su deuda limpia hasta los 9.000 millones de euros. Esto, sumado a la inestabilidad de los resultados derivada de la pandemia, situó la ratio entre deuda y ebitda por encima de las nueve veces (se acostumbra a considerar que la deuda es excesiva cuando supera en cuatro veces la ebitda, el beneficio antes de impuestos, intereses y otros conceptos).
Demasiada deuda y pocos resultados han esparcido el nerviosismo entre los inversores. Pero los ánimos se acabaron de alterar cuando este verano Grifols anunció que suspendía el reparto del dividendo que acostumbraba a pagar a los accionistas. El motivo: destinar cuanto más dinero mejor a reducir la deuda. A pesar de que la compañía no ha puesto fecha exacta, el dividendo se recuperará cuando la deuda se sitúe en unos niveles considerados sanos (es decir, por debajo de cuatro veces el ebitda). Esto podría ser en 2024, si se cumplen los planes del grupo.
“El dividendo es lo más importante cuando una empresa ya está establecida, como es el caso de Grifols”, explica un veterano accionista de la compañía. “Hay una correlación casi exacta entre los dividendos previstos y el precio de la acción de una compañía”, añade. De hecho, los analistas que siguen a la compañía consideran que, considerando su cuenta de resultados, el precio de la acción tendría que estar muy por encima de los casi 9 euros actuales. Los registros de Grifols “no justifican la tremenda caída de la acción”, sostiene Luis Arredondo, analista del Banc Sabadell. Actualmente, la compañía vale 5.500 millones de euros en bolsa, cuando tres años atrás valía más del triple.
El peligro de ampliar capital
El plan de Grifols parece que no ha convencido al mercado, de forma que esta semana el grupo farmacéutico se vio obligado a emitir un comunicado específico para informar a los inversores y tratar de calmarlos. Un movimiento muy poco habitual. El documento decía que Grifols está estudiando “varias alternativas” para reducir la deuda. Hay dos fundamentales: una ampliación de capital o la venta de algunos activos. Las dos opciones supondrían una inyección de dinero y permitirían reducir la deuda rápidamente.
La ampliación de capital había sido descartada anteriormente por la compañía, pero ahora parece que vuelve a estar encima de la mesa. El problema es que esto puede tener una derivada peligrosa para la propiedad de Grifols.
Históricamente, el grupo ha sido controlado por la familia Grífols, y así continúa. A pesar de que cuesta saber exactamente qué porcentaje domina, fuentes financieras calculan que la rama mayoritaria de los Grífols tiene alrededor del 28% de la compañía, lo suficiente para controlarla. Hay una segunda rama de familiares que tienen un 8% adicional, aproximadamente, según estas fuentes.
La cuestión es que, si se hiciera una ampliación de capital, esto obligaría a la familia Grífols a hacer un gran esfuerzo económico para mantener su peso accionarial. En caso contrario, su porcentaje se diluiría y se podría poner en riesgo el control de la compañía por parte de la familia. La alternativa (la venta de algún activo) podría comprometer los resultados futuros de la compañía. Todo tiene algún inconveniente.
Hasta ahora, la rama mayoritaria de la familia (a la que pertenecen tanto el presidente, Víctor Grífols Roura, como los dos consejeros delegados, Raimon Grifols y Víctor Grífols Déu) ha podido esquivar el interés de los fondos de inversión para comprar la compañía. Para hacerlo, creó dos tipos de acciones: las acciones A (que tienen derecho de voto en las juntas de accionistas) y las acciones B (que no lo tienen, pero permiten cobrar dividendos, por ejemplo). La familia se ha hecho fuerte con acciones de tipos A, que son las que permiten controlar el grupo. Algunos analistas, como los del Banco Santander, recomiendan fusionar las acciones A y B para estabilizar la compañía, pero esto volvería a suponer un riesgo sobre el control del grupo por parte de la familia.
No hay ninguna solución sencilla para una de las principales joyas empresariales de Catalunya.