El reconocimiento de Trump en Oriente Próximo

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, gesticula ante un cartel durante una cumbre de líderes mundiales en Sharm eje Sheij (Egipto) para poner fin a la guerra de Gaza, en el marco de un intercambio de prisioneros y un alto el fuego pactado por Washington.
13/10/2025
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Trump ha proclamado el fin de la guerra y ha anunciado una nueva era en Oriente Próximo, "una era de armonía". Como siempre, en el presidente estadounidense todo suena superlativo y triunfal. Sin duda, es muy relevante que se hayan terminado los dos años de infierno en Gaza y hayan devuelto a los últimos rehenes israelíes, intercambiados por presos palestinos. El alto el fuego, por supuesto, es un alivio para todos. Pero es muy temprano, y suena naíf y ridículo, el anuncio de un nuevo mundo feliz. La egolatría trumpista no es creíble ni puede esconder la dura e inestable realidad. El intento israelí de limpieza étnica palestina ha sido tan estremecedor como inacabado: en medio de los escombros, los gazatinos han vuelto a sus casas destruidas.

Hay más peros. Al acuerdo de alto el fuego se ha llegado después de un genocidio atroz, una vergüenza inhumana de la que el propio Trump ha sido avalista necesario, despreciando a la ONU y cualquier auténtica diplomacia multilateral. Desde la distancia y el apoyo logístico, Trump ha hecho más de señor de la guerra proisraelí que de mediador por la paz. Con el resultado de que en Gaza miles de inocentes, muchos de ellos niños, han muerto bajo las bombas, o de hambre, sin apenas asistencia médica. Lo vivido no puede ni debe borrarse con ninguna obscena prometida de una Riviera de lujo ni con reconstrucción frívola y desmemoriada: los millones de palestinos de la Franja que han sobrevivido al horror no olvidarán el infierno por el que han pasado. ¿Qué futuro les espera? ¿Existe realmente algún plan de paz consistente sobre la mesa? Para consolidar esta paz standisse, está todo por hacer.

Desde la soberbia y la fuerza económica y militar, tras permitir a un desatado Benjamin Netanyahu literalmente aniquilar a Gaza, Trump, que de paso ha vuelto a pedir el perdón judicial para los casos de corrupción del primer ministro israelí, se ha presentado como artífice omnipot. Se ha dado un baño de elogios en el Parlamento israelí –la Knesset– y ni se ha planteado pisar el escenario de la masacre. Acto seguido, se ha rodeado en Egipto de líderes europeos y árabes para sellar un futuro pacífico en la zona. Un futuro sobre el que planean muchas dudas.

Más que un acuerdo para acabar con la guerra, todo ha parecido un acto de autoglorificación del líder grandilocuente que, tras quedarse sin el Nobel de la Paz, necesitaba como compensación un nuevo triunfo personal. Él mismo se le ha regalado: ha definido este lunes como "el fin de la edad del terror y de la muerte" y "el inicio de una era de armonía". Por supuesto, ni la menor brizna de autocrítica por el desastre humanitario de una población y un territorio destruidos a sangre y fuego, ni tampoco de un Estado de Israel que, de su condición de víctima histórica, ha pasado sin solución de continuidad a la de verdugo.

Costará mucho coser las heridas en la región. Nada indica que tenga que empezar una paz duradera. Nada presupone que habrá humildad y compasión en los ganadores ni tampoco que se cueva, latente y enterrado, el espíritu de revancha en los perdedores. Lo más difícil comienza ahora. Pero Trump se va satisfecho: se le ha rendido acatamiento. Ha tenido su reconocimiento.

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