El calendario laboral 2025 en Cataluña se publicó hace unos meses. El gobierno catalán decretó que el año que apenas comencemos tendrá un total de 13 días festivos. Habrá la posibilidad de realizar cuatro fines de semana largos (incluyendo la Semana Santa) y tres puentes. Unos días a los que hay que sumar los festivos locales, que decidan los gobiernos municipales. "Sé que me tocará trabajar alguno, pero la ventaja es que estos días cobramos un poco más", asegura Mariona. Para los trabajadores de ciertos sectores esenciales como la sanidad, los servicios de emergencia o los transportes, entre otros, la legislación española reconoce algunos derechos especiales para quienes trabajan en días festivos. Se incluye el derecho a recibir una retribución extra o la opción de disfrutar de días de descanso compensatorio en otras fechas, garantizando así el equilibrio entre la vida laboral y personal.
Comer las uvas en el coche o en el tren: las peripecias de trabajar cuando todo el mundo brinda
Una recopilación de experiencias de profesionales del mundo de la sanidad, el transporte, la restauración y otros ámbitos que trabajan en días festivos
BarcelonaDe los treinta y tres menús de Navidad de mi vida, hay uno que recuerdo con todo tipo de detalles. había quedado en Barcelona –a 100 kilómetros de distancia del calor familiar– para ir a trabajar. hacía de acomodadora en un teatro y, aunque estaba acostumbrada a trabajar los fines de semana, era la primera vez que experimentaba FOMO navideño, que es mucho más intenso que cualquier otro, porque te hace sentir digno de protagonizar una novela de Charles Dickens.
Con los años, la llegada de una profesión como el periodismo y unos horarios que tampoco están por fiestas, la nostalgia por la uva que no te comes o las anécdotas que te pierdes se disipan. "Al final, lo excepcional es que la familia y los amigos se acostumbren a entender que ese día no estarás, que no estás poniendo una excusa", asegura Isidre, periodista y compañero de la redacción. Su primera Navidad en el trabajo fue la del año 89 en RTVE, cuando se ofreció voluntario para trabajar. "La rutina me cansa y en ese momento de la vida no estar con la familia supuso romper con la tradición". Treinta y cinco años después, ha trabajado prácticamente todos los 25 de diciembre, un día anómalo en una redacción de un diario, porque, al no haber kioscos abiertos, es el único del año en el que sólo hacen guardia un periodista y un corrector, aunque con el auge digital esto ha ido variando. "Tiene un punto distópico. Estás solo en un momento en el que el resto del mundo está haciendo algo diferente. Es una sensación extraña", asegura.
Quizá sea la misma extrañeza que experimenta Xavier, que por primera vez le toca trabajar por fiestas. Es botones en la recepción de un hotel de Calvià, un municipio de la sierra de Tramuntana de Mallorca y este año no cierran por la temporada de invierno. "Los festivos normalmente no hay tanto trabajo como un día normal. Los clientes tienen eventos y el hotel está más tranquilo. Además, el horario varía un poco para que también podamos estar un rato con la familia", explica.
Una ausencia difícil
Pasar los días señalados lejos de la familia es lo que más difícil se le hace a Mariona, enfermera de urgencias del Hospital del Mar de Barcelona y madre de una niña de siete meses. "A todo el mundo le gustaría estar con la gente que ama, hacer una buena comida y no pensar en el trabajo. Pero una vez allí, el turno pasa deprisa y apenas tienes tiempo de pensar que es festivo".
Los días señalados como Navidad o Año Nuevo, muchos trabajadores llegan al hospital con algo para comer o beber bajo el brazo para disfrutar en compañía a la hora de descanso. "Recuerdo especialmente una Navidad en la que cantamos villancicos e hicimos un poco de teatro mientras trabajábamos para animar a los pacientes. Quizá no sea una anécdota muy especial, pero para mí lo fue", recuerda. "Trabajar un día en que la mayoría de la gente no lo hace en muchas ocasiones es difícil. Hay compañeras que dicen que saltarse alguna comida familiar no les afecta", añade.
Es el caso de Arnau, que lleva trece años de técnico de sonido en espectáculos y televisión ya menudo le toca trabajar cuando todo el mundo está de fiesta. "Hay fechas como San Juan o Año Nuevo que parece que lo tienes que pasar bien por obligación. Poder decir que no puedes ir a una cena porque trabajas a veces puede ser una ventaja", asegura. Aún así, no estar en las celebraciones familiares se le hace difícil. Sobre todo porque no sólo se trata de faltar los festivos, sino prácticamente todos los fines de semana del año. "Acabas celebrando las cosas con tus compañeros de trabajo, que son buena gente, pero echas de menos a la familia y los amigos más cercanos".
Arnau recuerda que una Nochevieja acabó haciendo las uvas solas en el coche porque poco después de medianoche tenía que empezar la jornada. "Lo hice por videollamada", dice. Tampoco cree que hubiera cambiado demasiado su suerte si simplemente no hubiera hecho nada. De hecho, parece que la costumbre de celebrar las 12 campanadas comiendo uva nació a principios del siglo XX, cuando unos viticultores valencianos lo popularizaron para dar salida a un excedente de producción. Otras fuentes dicen que mucho antes ya se comía en la Puerta del Sol. Sea como fuere, se hizo correr la creencia de que este ritual traía buena suerte.
Una fortuna que Mari Cruz, maquinista de FGC, ha repartido desde la cabina del tren varias veces. Lleva más de veinte años trabajando en la empresa y asegura que la noche del 31 de diciembre los pasajeros están más animados que de costumbre. "Aunque te toque trabajar, es un día guapo. La gente está de xerinola, te desean un buen año y te dan las gracias", explica. "Recuerdo un año que teníamos la orden de detenernos en una estación un poco antes de las doce por si queríamos hacer las uvas. A mí me tocó Gràcia. Con mi reloj digital marcé las campanadas con el silbato y felicité a la poca gente que había en el tren.
Herencia familiar
Mari Creu reconoce que nunca se le ha hecho extraño tener que trabajar los días festivos porque en Navidad o San Esteban su padre, que también trabajaba en FGC, se llevaba una fiambrera de canelones a la estación. íbamos a ver un rato con la familia, pero cuando eres maquinista esto no lo puedes hacer".
La herencia familiar por un oficio también la mamó desde muy pequeño Lluís, que lleva más de cincuenta años dedicado al mundo de la restauración. Actualmente, es el propietario del Mas Repuntxó, un restaurante familiar situado entre Sant Joan de les Abadesses y Sant Pau de Segúries, en el Ripollès. "Antiguamente, trabajábamos todos los días de fiestas. Lo celebrábamos con pequeñas cositas después del servicio", explica. El día de Fin de Año se esperaban a terminar el servicio y comer algo y tomar una copa de cava a las cuatro de la madrugada.
Explica divertido que un 31 de diciembre de "hace treinta o cuarenta años" la mayoría de las mesas echaron una especie de confeti que quedó enganchado por doquier. "Esa noche prácticamente empalmamos limpiando con el servicio de la comida del día 1". Lluís reconoce que el hecho de que el suyo sea un negocio familiar hace que "todos vamos a la par y ya está. No nos molesta trabajar. Es lo que hemos hecho toda la vida".