¿Por qué nos cuesta tanto vivir sin prisas ni ruidos?
Conversamos con Pedro Bravo, autor de '¡Silencio!', un ensayo donde defiende el silencio, la lentitud, la soledad y la naturaleza
Barcelona“¿Por qué nos cuesta tanto vivir sin prisas ni ruidos?”, le pregunto nada más empezar. Ante mí, el periodista y escritor Pedro Bravo reflexiona unos instantes antes de hablar. No es una respuesta sencilla, aunque la ha plasmado cuidadosamente en su último ensayo ¡Silencio! (Debate, 2024).
"Una cosa es nuestra condición como especie y la otra son las condiciones económicas y sociales donde vivimos", comienza Bravo. "Nuestro cerebro está diseñado para fabricar miles de pensamientos a la vez, y eso, aunque puede ser positivo para la creatividad, suele ser una fuente de sufrimiento y malestar", argumenta. Son estas particularidades biológicas las que pueden empujarnos a anticipar cosas malas que puedan ocurrir oa recordar cosas negativas que han pasado.
Si a estas características propias del ser humano se le añaden unas condiciones sociales y económicas complejas, el cóctel está servido. “Desde la Revolución Industrial se ha tendido a ir hacia un mundo acelerado, y ahora más aún con todo el ruido de las redes sociales, de la necesidad de estar siempre en todo, de querer estar conectados en todo momento y no perdernos nada”, explica Bravo. Y no sólo eso: “A esa velocidad se suma un modelo económico que nos maneja con la lengua fuera porque cada vez tenemos que hacer más para vivir igual o peor que antes”, continúa.
¿El resultado? “Vivimos unos tiempos en los que nos da la sensación de que estamos agotados. Estamos en la sociedad del cansancio, como dice el filósofo Byung-Chul Han. Debemos ser los más ingeniosos en Twitter, colgar las mejores imágenes en Instagram... Estamos en un proceso constante de inquietud y velocidad que no nos lleva a ninguna parte”, reflexiona.
Silencio escogido
“Pero, entonces, ¿qué es el silencio y cómo podemos conseguirlo?”, le pregunto. Bravo me advierte de que él sólo está a favor del silencio escogido: el silencio puede ser una forma de opresión en los sistemas políticos, en las relaciones personales y laborales. "Estoy a favor del silencio escogido libremente, porque me parece un camino de resistencia al imperativo del modelo económico y social actual", argumenta. Para el autor, no sólo se trata de un silencio sonoro, sino también de ir más lentos, más calmados y de intentar entender cómo funcionan nuestros pensamientos. “Debemos ver cómo funciona esta economía de la atención que está constantemente tentándonos con cantos de sirena para distraernos y alejarnos de nuestro ser de verdad”, matiza.
Del mismo modo, la soledad, cuando es buscada, es aquella en la que estamos a gusto con nuestra propia compañía, aunque podamos tener pensamientos complejos o que creamos que nos aburrimos. "Se trata de entender cómo eres, conocer tus límites y aprender a estar a gusto contigo mismo", continúa.
Cambiar el foco
Para Bravo, ese silencio y reducción de velocidad nos podrían llevar hacia un sitio mejor, aunque no sepa cuál ni cómo llegar. Ya me advierte que su ensayo no es un manual para dar soluciones: “Este papel debe hacerlo cada uno, poniendo el foco en sí mismo y en el que tiene más cerca. Es un camino hacia el amor bien entendido, el de cuidar a los demás”, reflexiona. También es el de prestar atención a la naturaleza, a los animales o al trabajo con las manos. "Hay una necesidad, se ve con la cantidad de talleres de cerámica o retiros de silencio y meditación que se organizan", continúa.
Ahora bien, para Bravo cada vez es más difícil vivir una vida con lentitud, y esto también puede acabar convirtiéndose en un anhelo que cause sufrimiento. Al final, tener una vida lenta consiste en huir de esa rueda que parece que no tenga que detenerse nunca, siempre haciendo y viviendo las experiencias que se nos proponen. "Es huir de todos estos impactos que, en realidad, son poco satisfactorios a largo plazo", matiza.
A cambio, anima a encontrar el placer al disfrutar de lo pequeño. “Me provoca mucha satisfacción el no ser yo quien me mueva por el mundo, sino ver cómo el mundo se mueve. Pasear todos los días por los mismos lugares, ver cómo cambian las estaciones, los árboles, los pájaros... Puedes conocer mejor la vida así que si haces un fin de semana en Berlín para vivir experiencias que, en realidad, son muy parecidas a las que puedes tener en tu ciudad”, reflexiona Bravo, que también es autor del ensayo Exceso de equipaje (Debate, 2018). “El sector del turismo nos ha hecho creer que tenemos la necesidad de movimiento constante, y sí es cierto que el ser humano es un explorador y que es inquieto, pero no es un animal turista”, destaca.
Al final, Bravo considera que la felicidad es un mecanismo de venta de productos que nos ha creado la percepción e inquietud de que algo nos falta. "Y sí que hay algo que nos falta, pero esa cosa es la tranquilidad", concluye.