La increíble selección italiana de fútbol (de monjas)
Italia es el único país del mundo con una selección de monjas
RomaEl día del partido es un día especial, un día diferente de todos los demás. Durante unas horas, un grupo de monjas provenientes de sus respectivos monasterios dispersos por toda la península italiana dejan de lado la túnica para ponerse la camiseta, los calcetines y los pantalones cortos en la pelota A partir de la partida energía futbolística: vitalidad, espíritu competitivo y una carrera incesante para dar lo mejor de sí mismas para su equipo. Las monjas no se guardan nada, son verdaderas jugadoras de fútbol que luchan cada balón y buscan, con este juego de equipo, ganar a las adversarias.
Moreno Buccianti, de 68 años, es el entrenador de este peculiar equipo. Llamamiento y gesticula con pasión, intentando transmitir a sus jugadoras la energía y la estrategia necesarias para ganar. "¡Haga girar la pelota rápidamente!", las anima, "cuando esté delante de la portería, debe chutar!" Tras un error clamoroso de una de sus jugadoras, exclama: "¡Santa Madre de Dios!" Alguien entre el público estalla en risas, pero Buccianti no pierde la compostura. Sigue dando indicaciones y prepara algunos cambios. El míster Buccianti es un entrenador especial porque entrena a los equipos más inverosímiles.
Desde hace unos veinte años entrena a la selección de sacerdotes, con la que ya ha jugado 500 partidos. Y hace unos diez años surgió la idea de una selección de monjas, cuando en un campo de Ostia, a las puertas de Roma, quedó asombrado por las habilidades de regateo de sor Daniela Cancilia. "La idea de crear una selección de monjas me vino en ese momento", explica Moreno. Sor Daniela y sor Ornella Maggioni se pusieron manos a la obra de inmediato para encontrar jugadoras. Y así, en la actualidad, Italia es el único país del mundo con una selección de monjas. El míster Buccianti reivindica sus múltiples roles dentro de este equipo: "Soy el entrenador, el presidente, el encargado de almacén, el fisioterapeuta y, naturalmente, también lavo las camisetas", dice, algo agotado pero sonriendo. Cada camiseta está personalizada con las iniciales "Sr." (sor). El equipo sólo juega partidos amistosos con fines benéficos: debutó desafiando a un conjunto de madres víctimas de violencia, y de nuevo jugó contra jóvenes de casas de acogida, el equipo femenino de la cárcel de Rebibbia, en Roma, la selección italiana curvy, la selección de actores y otras muchas. Para sor Marianna Segneri, defensora contundente del equipo y profesora en un convento de Ciampino, el fútbol es un medio para esparcir solidaridad. "No venimos aquí a predicar el Evangelio –dice– sino a llevar la alegría, la sonrisa y la fe en la vida. Si después llega también el Evangelio, mejor. El deporte es un lenguaje universal, un puente que puede acercar a la fe incluso a los más jóvenes".
Un regalo divino
Marianna siempre ha amado el fútbol, es aficionada del Milan y no dudó en ver la creación de la selección de monjas como un signo divino, un regalo que ha enriquecido su vida religiosa. En el campo está tan concentrada como sus ídolos, Paolo Maldini y Marco van Basten. Al mirarla, nadie sería capaz de imaginar que bajo el hábito de monja se esconde a una jugadora tan combativa. Sin embargo, su vida está fundamentada en el servicio, la oración y la dedicación.
Envía el balón a sor Annika, quien supera a su adversaria y marca el primer gol para la selección de monjas. Ambas se abrazan en una explosión de júbilo. Annika, de 35 años y con el pelo corto, es la goleadora del equipo. "El fútbol hace bien en el corazón, es un juego de equipo, acerca a las personas en una sociedad individualista". De niña, Annika alternaba la danza clásica con el fútbol. Jugaba con sus compañeros masculinos, a los que tenía que acallar con jugadas de talento y levantando el balón por detrás "al estilo Pelé" para ganarse el derecho a jugar. Cuando volvía a casa, toda cubierta de barro, su madre la hacía cambiarse en el garaje. Vive en el convento desde el 2017 e hizo sus votos perpetuos hace sólo un año. "No pensaba convertirme en monja –explica–, tenía otros planes. Estudiaba en la universidad y quería ser restauradora." Pero una chispa se encendió en su interior durante la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid. "Hice un año de discernimiento, recé más intensamente con un guía espiritual y después decidí". Hoy Annika enseña historia del arte en el Instituto Superior Harina de Vicenza. Sus alumnos, de vez en cuando, le invitan a realizar algunas jugadas durante el recreo. "Es importante educar a las personas en la belleza –dice–, y no hay mayor belleza que la de Dios. Me gustaría poder transmitir este mensaje".
Una pasión oculta
Esta convicción de que el deporte puede ser un medio de solidaridad y beneficencia es compartida por todas las componentes del equipo. En particular, Celeste Berardi, talentosa centrocampista de la formación. En el convento de Ciampino, se encarga principalmente de la educación infantil. Organiza cursos de teatro y le gusta tocar la guitarra. Pero el fútbol siempre ha sido su gran amor. "Justo cuando estaba dejando el fútbol para seguir mi fe", cuenta con una sonrisa emocionada, "me involucraron en este precioso proyecto. Fue una confirmación de la grandeza de Dios." Para Celeste, la fe es una sensación que impregna todos los aspectos de su vida, una vocación sentida desde pequeña. "Me enamoré de un Dios que me daba toda la felicidad y el amor del mundo, un Dios que me buscó siempre, sobre todo en los momentos más difíciles, un Dios marido y compañero". La selección de monjas representa para ella una experiencia extraordinaria, una oportunidad rara, pero inmensamente significativa para dar salida a una pasión que, de otra forma, habría quedado oculta.
El fútbol no es sólo deporte, sino un vínculo profundo que les permite vivir también aquellos sueños que la vida religiosa no siempre les permite realizar. La selección, de hecho, no tiene demasiadas oportunidades de salir al campo. "Hay muchos equipos que querrían desafiarnos", dice míster Buccianti con una sonrisa, "pero las monjas tienen muchas cosas que hacer y además no tienen dinero", explica. "Logísticamente es un proceso bastante complejo". De hecho, la selección de monjas juega aproximadamente una vez al mes. Las monjas explican que no tienen mucho tiempo para pensar en el fútbol y que prácticamente nunca logran entrenar juntas, ya que cada una tiene sus propios compromisos. Por ello, las monjas sólo se reúnen para los partidos. "Ya es un milagro haber encontrado un número suficiente de monjas que jueguen a fútbol", confiesa míster Buccianti. Hoy, después de meses de selección, el equipo se ha consolidado con unas veinte jugadoras, entre ellas Daniela Cancilia, Livia Angelilli, Celeste Berardi, Emilia Jitaru, Regina Muscat, Marta Ronzani, Cornelia Magbici, Marianna Segneri, Annika Fabbian, Francesca Avanzo, Gilberta Ugeito. Sin embargo, no siempre es fácil poder contar con todas. "A menudo nos cuesta reunir al once titular", añade Buccianti, que pronto querría encontrar un equipo internacional que pudiera desafiar al equipo de monjas con ocasión del jubileo. "Para mí esto es un reto y seguiré en ese camino", explica el míster. "Algunos sacerdotes y obispos de vez en cuando me miran asombrados. Saben que soy laico y me preguntan qué gano, con todo esto…". "Y entonces, ¿qué ganas tú?" "Espero que el cielo!"