Reportaje

“A las personas les sale más hablarme en castellano. Yo me limito a responder en catalán”

La Garrotxa concentra buena parte de la población sij que vive en Catalunya. Olot, su capital, será este domingo más sij que nunca porque acoge el Vaisakhi, la festividad del inicio de la cosecha en la región del Punyab. La ciudad se llenará de fieles, de flores y de los colores vivos característicos de esta comunidad, que aprovechamos para conocer de cerca

Mar Cortès
y Mar Cortès

Difícilmente se cabrá hoy en la gurdwara, el templo sij de Olot. Fieles de todas partes acudirán a la capital de la Garrotxa para celebrar el Vaisakhi, una de las citas más importantes del calendario festivo de la comunidad. La celebración incluye sacar en procesión su libro sagrado y repartir comida para todo el mundo durante un desfile lleno de cantos y de música.

La población de origen extranjero censada en Olot bordea el 22%. La nacionalidad más representada, con 1.505 personas y a mucha distancia de la siguiente, es la india, sijs en su inmensa mayoría. Si sumáramos la población flotante, esta cifra se incrementaría notablemente. Es la concentración más elevada de población sij, en porcentaje, del estado español. En otros puntos de Catalunya, como Vic, Salt y Barcelona, también hay muchos, pero más dispersos y mezclados con otras comunidades. 

Aproximadamente con 25 millones de adeptos, el sijismo es la quinta religión más practicada en el mundo y la confesión monoteísta más joven que existe. Fue creada por el gurú Nanak Dev Ji a finales del siglo XV, como una vía entre el islam y el hinduismo, y fue reforzando su mensaje con las aportaciones de nueve gurús más. El décimo, el gurú Gobind Singh, instituyó el culto sij en 1699 y lo dotó de entidad como religión independiente. Todos los principios del sijismo están recogidos en el libro sagrado de los sijs (Guru Granth Sahib Ji). Este volumen, de 1.400 páginas, es considerado como el gurú definitivo y lo tratan como un ser vivo, un alma, una persona. Durante la ceremonia religiosa de los domingos se leen fragmentos, pero después se vuelve a guardar sobre la cama de una habitación especial que tiene todas las comodidades, climatización incluida. Quien quiera un ejemplar en casa también lo tiene que cuidar: tiene que tener su propio armario. Y cuando se transporta, como en el caso de la celebración de hoy, se tiene que seguir un protocolo muy exigente.

El décimo gurú estableció que todos los sijs formarían una única familia con dos únicos apellidos, Singh (que significa “león”) para los hombres y Kaur (que significa “princesa”) para las mujeres, en un intento de igualar a todo el mundo y rechazar el sistema de castas.

El universo sij está lleno de rituales y símbolos, resumidos en lo que se conoce como “las 5 K”: kesh (cabellos, no se pueden cortar ni afeitar), khanga (peine especial para cuidarlos), kirpán (espada, navaja o daga, solo para la defensa), kara (brazalete metálico identificativo) y kachera (ropa interior de algodón), que se observan según el grado de ortodoxia de cada practicante. En general el sijismo es bastante tolerante y relajado con las expresiones externas de sus tradiciones.

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Un domingo en el templo

Los sijs olotenses viven mayoritariamente entre el barrio de Sant Miquel y la calle Palà. El domingo no es sagrado para su confesión pero, al ser festivo, es el día en que la comunidad se reúne en el templo de la calle Morrot.

Cuando lo visitamos nosotros, una mañana lluviosa, la asistencia de fieles es constante pero fluida. Los congregados nos observan con curiosidad relativa y nos acogen con mirada y sonrisa abiertas. El espacio es grande, dividido en niveles y salas diferentes para las dos actividades principales del templo: el espacio de culto y el espacio de comedor (langar). En la entrada, una sala pequeña con estantes para dejar los zapatos: en las gurdwares hay que entrar descalzo, con los cabellos cubiertos y los pies y las manos limpias . En el piso superior hay la cocina, donde un grupo de voluntarios ya están preparando la comida, y la sala, donde ya se está haciendo la ceremonia. En la sala grande, una voz masculina recita fragmentos del libro sagrado de los sijs, que preside el espacio. Otro hombre lo abanica con un amplio abanico de plumas para mantenerlo a una temperatura adecuada. 

Todos los que llegan, nosotros también, se arrodillan delante y tocan con la frente el suelo en señal de respeto. Después, evitando darle la espalda, los hombres se sientan a un lado y las mujeres al otro. Los niños parece que no tienen lugar predeterminado. Es un festival de colores: vestidos tradicionales ellas; turbantes o pañuelo en la cabeza ellos. 

Un señor de cierta edad prepara una masa de harina, agua, azúcar y aceite (karah) y las personas que quieren le acaban de dar forma con las manos antes de comérsela. También circula la bebida de los sijs, el chai, un té que se toma con leche, especias y hierbas aromáticas. Hacia la una hay la comida popular, donde está invitado todo el mundo, con independencia de su confesión y extracción social. Los sijs son vegetarianos. Es lógico: el Punyab, la región entre India y Pakistán de donde son originarios, es un territorio fundamentalmente agrícola donde casi todo el mundo tiene tierras y come lo que cultiva: trigo, maíz y arroz que se exporta al resto del país.

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En el templo, el vegetarianismo se respeta escrupulosamente, pero en la vida privada todo el mundo hace de más y de menos, como veremos. En teoría los cabellos no se pueden cortar nunca, porque eres perfecto tal como te ha creado Dios, pero veremos que hay quien no sigue este principio sin que el compromiso con su fe se resienta. Y a pesar de que el libro sagrado proclama inequívocamente la igualdad de género, ser hombre o mujer sij configura dos realidades completamente diferentes, como también veremos.

El activismo de Apri

Hablamos con Apri, de 25 años, recién llegado de los Estados Unidos. Estudió ingeniería informática pero no se veía encerrado en una oficina trabajando de programador. Montó una consultoría de temas de alimentación, sector donde trabajaron sus padres antes de dedicarse a la fibra de vidrio. Estudió en Barcelona y viaja mucho pero vive en Olot, donde tiene la sede de la empresa. 

Nació en 1996 en Rurki, un pueblecito del Punyab, y llegó a Catalunya a los 4 años. Su hermano pequeño ya nació en Olot, en 2007. Intenta volver al Punyab una vez al año mínimo, y desde los 13 y 14 años ya va él solo dos o tres semanas a pasar el verano. Estudió en la escuela olotense Petit Plançó, un centro concertado de una sola línea, con 25-28 niños por curso. “Fui el primer niño sij, con el moño y todo, que entraba. Mi integración fue muy fácil. La escuela estaba muy abierta a mi cultura y a explicarla a los alumnos”, dice. Allí le recortaron el larguísimo nombre indio, Aprinderjot Singh Baidwan, y desde entonces todo el mundo lo conoce como Apri.

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Las primeras personas que llegaron a la capital de la Garrotxa y que todavía no sabían si se quedarían apostaron más por el castellano que por el catalán, pero la generación de Apri ya tiene el catalán como lengua de socialización: “Los jóvenes sijs de la Garrotxa utilizamos el catalán como lengua vehicular”, afirma. Escuchándolo no queda ninguna duda. Ni leyéndolo: sus mensajes demuestran un dominio absoluto de la lengua del país que sus padres escogieron para vivir. Y tiene muy clara su identidad: “Me considero tanto panyabi-sij como catalán”.

A principios del siglo XXI se produjo un cierto boom de la población sij en Olot, coincidiendo con el incremento de la industria del procesamiento de la carne, que facilitaba trabajo. “Una vez entran en el mercado laboral todo fluye y se van dando voces”, explica Apri. En paralelo, la comunidad fue trabajando para conseguir los permisos legales de la Generalitat para poder abrir centros de culto de una religión “nueva” en este entorno. La gurdwara de Olot, el primer templo sij de las comarcas gerundenses, se inauguró en 2006 y su ubicación actual data del 2015.

De la cultura sij, Apri destaca dos valores principales: todo lo que tienes se tiene que compartir y todo el mundo es igual. “Yo creo que esto es lo que más nos diferencia, no solo del hinduismo, sino de cualquier otra religión”, afirma. No es vegetariano, pero no come nunca ternera. Respeta la tradición de los cabellos y no se los corta: lleva un moño discreto, ligero. “Yo creo que me ha decrecido”, comenta. Pero su padre, por cuestiones laborales, se los cortó porque resultaba muy extraño y aparatoso aparecer en el trabajo con turbante. “Si no conoces el idioma y tienes esta apariencia todo se complica: se trata de hacerlo fácil”, considera. Ahora esto ya ha cambiado y hay mucha gente en Olot que va a trabajar con el turbante y la barba larga: “Mientras se respeten las medidas de seguridad, no hay ningún problema”. Él solo se lo pone en ocasiones especiales, como, por ejemplo, cuando se lo hemos pedido nosotros. No lleva el brazalete metálico porque por el trabajo tiene que pasar muchos controles de seguridad y es difícil de quitar.

Su pandilla es bastante catalana, por la escuela donde se educó. También tiene amigos sijs, sobre todo los que llegaron a Olot en la misma época. Cree que cada vez es más habitual ver pandillas mixtas pero no tanto como en otros países, como el Reino Unido o los Estados Unidos, donde la cultura sij está más arraigada: “Aquí falta una generación”.

Apri es un activista de la integración. Se presentó a la lista por el Ayuntamiento de Olot por ERC y también es el secretario general de la sectorial de ciudadanía y migraciones. Ayuda a los recién llegados a superar la barrera idiomática y a agilizar los trámites burocráticos para evitar la marginalidad. “La política es una de las herramientas que tenemos para visibilizarnos. Me gustaría que los órganos de poder fueran representativos de la ciudadanía de Catalunya con gente de todas partes, que el Parlamento fuera tan diverso como Catalunya, esto me encantaría”, proclama. 

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Admite que su físico y el moño todavía provocan sorpresa, sobre todo cuando viene a Barcelona: “A las personas les sale más hablarme en castellano. Yo me limito a responder en catalán”. Y una sorpresa a la inversa. A pesar de haber crecido aquí, todavía le cuesta esto de que cada cual se pague su propia consumición: “En la cultura de la India en general y entre los sijs en particular siempre paga uno, independientemente del número de personas”. No he tenido ni tiempo de invitarlo al café. 

La espiritualidad de Sukhjit

Sukhjit Singh Boparai Kooner nació en el Punyab, en el pueblo de Hussain Puro, cerca de la ciudad de Nakodar. Vivió los primeros años con su familia extensa (abuelos, tíos, primos) en la misma casa. Vino a Catalunya a los 15 años; ahora tiene 32. Lleva, por lo tanto, más de media vida aquí. “Primero vino el padre, porque un amigo le comentó que aquí había trabajo, más bien pagada que allí, y porque aquí hay más facilidades”, explica.

Sukhjit no come ni carne, ni huevos, ni pescado. Solo leche y sus derivados, verduras y legumbres. Lleva el brazalete pero lleva los cabellos cortos y se afeita. No acostumbra a llevar turbante. Es practicante pero no necesariamente va al templo cada domingo. Intenta aplicar los principios de su religión a la vida cotidiana: “Lo que cuenta es ser buena persona”. Está soltero y vive con sus padres. Tiene una hermana, dos años mayor, que vive con su marido sij también en Olot. La familia de su cuñado contactó con la del Sukhjit porque lo ayudaran a adaptarse. Pero no fue un casamiento concertado. “No estaba preparado”, asegura.

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Nos cuenta que el primer Guru agrupó todo lo bueno de las religiones ya existentes y rechazó las que no le gustaban. A menudo recurre a proverbios en su idioma que después traduce. Como este: “Toda la humanidad tiene la misma religión”, que significa que todos venimos del mismo sitio y que todo somos iguales. El sijismo, dice Sukhjit, “es muy igualitario”. Desde el templo se proclama la igualdad absoluta: todo el mundo se sienta en el suelo, independientemente de su origen y riqueza. Pero admite que el sistema de castas no está abolido de todo; dependiendo de las familias pueden mezclarse o no.

La familia llegó a principios del 2005 y su primera impresión no pudo ser más impactante: “Era pleno invierno y estaba nevado”. Le costó casi un año poder escolarizarse. En toda su escuela solo había otro chico sij, mayor. Él era el único de su clase. “Me recibieron muy bien, me ayudaban mucho. Solo sabía decir «sí», explica riendo. No hizo el bachillerato, pero tiene un gran recuerdo de una de sus maestras de la ESO, Dolors. Fue a la escuela taller, con tres chicos sijs como él: les hacían hablar en catalán y él, que ya tenía una base, acabó de aprenderlo. “Además de los idiomas he aprendido muchas cosas aquí, sobre todo la igualdad entre hombres y mujeres. Esto en la cultura sij todavía no se ha conseguido. Cuanta más educación más igualdad”, opina. Y recuerda que el Libro Sagrado elogia a la mujer: “Hasta los maestros y los gurús nacen de una mujer”.

Trabajó un año y medio de albañilería pero, con la crisis del 2008, la empresa cerró y fue a la fábrica con su padre. Entonces decidió quitarse los carnets de conducir, primero el de coche (“me costó mucho”) y después el de camión y autobús, sin dificultad. Durante unos años hizo ruta en camión por toda Europa. El principal problema era encontrar comida vegana. “Al principio solo comía fruta para el almuerzo y la cena. Desayunaba bolitas de harina y frutos secos, que llevaba de casa, para tener energía suficiente”, recuerda. Hace tres años entró en TEISA, la empresa de autobuses gerundense, y ahora tiene una ruta fija Olot-Girona que le va muy bien. Es el único sij de la compañía y ha hecho amigos de todas sus procedencias.

Sukhjit es un hombre muy espiritual y familiar. Es calmado y transmite mucha paz. No le gusta mucho salir; prefiere estar en casa con sus padres o leyendo. "Hay que distinguir entre la ritualidad, lo que hacemos por imitación o tradición, y la espiritualidad, que es lo que tú practicas", advierte. Le gusta estar en su interior. “Sikh significa aprendiz. Nunca dejas de ser sij y, por tanto, nunca dejas de aprender”, explica. Escuchando a Sukhjit parece un camino fácil, pero él mismo reconoce que no lo es para nada: “Nunca se puede dejar de practicar. Estamos aquí para ir evolucionando, la perfección no existe”. Y alerta contra los falsos gurús, en tiempos convulsos en los que la gente necesita respuestas. Vuelve al panjabi para recitar y traducir: “La espiritualidad se encuentra donde solo se habla de espiritualidad”. Píldoras de sabiduría que parten de no hacer caso a comentarios enojosos: “Solo podemos controlar nuestras reacciones; si nos dejamos llevar por la rabia del otro, hemos perdido”. Y de considerarse, a la vez, individuo y colectivo: "Puedes ser gota y puedes ser océano".

La dualidad de la Kiran y la Dil

Kiran (17) y Dilpreet (18) ya nacieron en Olot. Sus nombres en panjabi significan rayo de sol y corazón, respectivamente. Los trajes tradicionales que llevan contrastan con un perfecto catalán de acento de la Garrotxa. Representan la fusión entre la cultura de origen y la del país que sus padres escogieron para vivir: "A ellos no les gusta que nos mezclemos con gente que piensa y actúa diferente". Pero ellas ya piensan diferente: han nacido y se han hecho mayores aquí. Esto es imparable.

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Respetan a la familia y reverencian la tradición, pero su mentalidad ha evolucionado en contacto con los valores y principios del país de acogida. Viven en una especie de pensamiento dual permanente. "Esto nos hace ser de dos culturas y de ninguna a la vez", dice Kiran. "En casa tenemos que ser una persona y fuera otra", dice Dil.

Dil hace segundo del ciclo medio de gestión y administración de empresas y Kiran hace el bachillerato social y quiere estudiar marketing. Ambas compaginan sus estudios con trabajos a tiempo parcial y, en la medida en que los padres ven que se abren camino a la vida, van adquiriendo pequeñas cuotas de libertad: “Pero todavía no podemos ser nosotras mismas delante de ellos”. La suya es una amistad auténtica, sincera y cómplice. Tienen suerte de que sus padres sean amigos, aunque ni así les es fácil verse. "Parece que se trate de una reunión de la ONU", ironiza la Dil.

Han ido viendo cómo la población de origen sij se iba incrementando tanto en el barrio como en las aulas, pero a veces todavía tienen que explicar que “ser sij y ser hindú son cosas completamente diferentes” y que su dios “no tiene ni un nombre ni una forma concreta” sino que es “más espiritual que por identificación”. Ambas defienden los principios igualitarios de su religión pero afirman que no ven "por ninguna parte" los derechos que otorga a las mujeres.

“La cultura sij no marca diferencia de casta y de género pero el día a día es distinto. Las chicas siguen siendo las que se encargan de los niños y de la casa y el hombre el que abastece para la familia e incluso quien permite o no a la mujer o a las hijas tener un perfil en las redes”, añade la Lun. Hablar con un diario es, pues, un acto de reivindicación y valentía a la vez.

Dil tiene un hermano que le ayuda a abrir la mentalidad de sus padres, pero considera que "aún faltan muchas generaciones". Pero la hermana de Kiran no es ninguna aliada: “Se ha casado con un chico sij criado en la India y es una fotocopia de mi madre”. 

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El matrimonio sigue siendo el destino común de la mujer sij, viva en la India o en la Garrotxa. “Y debe ser con un chico sij, alto y guapo, de buena familia, con tierras en la India, ¡abogado o médico y elegido por ellos!”, se exclama Kiran. El grado de apertura depende de las familias: las hay más permisivas, pero las bodas concertadas siguen a la orden del día.

“La niña es la reputación de la familia. El niño puede hacer lo que quiera pero la chica es la que da la cara por sus padres”, dice Dil. “Te controlan hasta que te casas; entonces se despreocupan”, afirma Kiran. Con el componente añadido del chantaje emocional: “No queremos morir antes de que te cases”, les dicen.

Mientras no llega la boda, los padres ejercen un férreo control sobre sus hijas: “Dicen que lo hacen por nuestro bien, para que no nos pase nada”. La cultura dice que hay que tratarlas como princesas pero “ni de lejos”. También tienen restricciones en cuanto a ropa y comida. Y también las controlan cuando pasean, por si miran a alguien o alguien las mira. Si en el templo coinciden vestidas del mismo color que algún chico, puede ocurrir que la gente piense que comparten un código secreto. “Yo a mis hijos no les educaré ni de lejos de ese modo”, asegura Dil. Romper con la familia no es una opción para ella: “No me importa lo que piense la gente pero sí mis padres. Y a ellos les importa lo que piensa la comunidad”. Pero tampoco lo es rendirse: "Lo que quiero es ser yo y no decepcionarme a mí misma".

La igualdad que el sijismo proclama como valor supremo está muy lejos de alcanzarse en cuestiones de género. La mujer sij no dispone de la libertad del hombre sik y todavía es considerada como la depositaria de la reputación de la familia. Y la Kirndeep Kaur Virk y la Dilpreet Kaur Kumar vienen de familias muy tradicionales. Son las primeras, deben abrir camino. Miran al mundo de cara con el espíritu de las pioneras.

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