Viajar

Un viaje de 45.000 kilómetros a África a bordo de un camión de bomberos

Una familia de Tarragona con dos adolescentes vive una aventura de 10 meses recorriendo el continente africano

Cristina Torra
5 min
La familia Antillach Pujol con el camión de bomberos camperizado.

BarcelonaNoviembre de 2020. La familia Antillach Pujol de Tarragona compra un camión de bomberos en una subasta alemana a través de Internet. Un Mercedes-Benz 1120 todoterreno con doble cabina de 1991 con 16.000 kilómetros. "Lo compramos un poco a ciegas, sólo habíamos visto cuatro fotos, pero cuando llegó, se puso en marcha y la verdad es que había sido tan bien conservado y mantenido que el mecánico nos dijo que no había que tocar nada del motor" , dice Marc Antillach, padre de la familia. ¿El objetivo? Camperizarlo y realizar un viaje recorriendo la Ruta Transiberiana hasta el Sudeste Asiático y regresar por la Ruta de la Seda. Pero el estallido de la guerra en Ucrania y las dificultades para matricularle interrumpieron los planes de esta familia viajera. “La segunda opción fue realizar una ruta por la costa este de África, pero compañeros viajeros no nos lo recomendaron por la dificultad y la falta de seguridad que había en países como Nigeria”, detalla. "Al final nos decidimos por la costa oeste de África y ha resultado una aventura espectacular a pesar de no ser ni la primera ni la segunda opción", asegura Serena Pujol, la madre de la familia.

La familia en cabo Agulhas, en Sudáfrica, el punto más al sur del continente africano.

Octubre de 2022. Empieza la aventura. Marc, Serena y sus hijas Xènia y Jordina, de 13 y 15 años en ese momento, suben al Correfoc, el peculiar camión de bomberos que convirtieron en la que sería su casa los siguientes 10 meses. A partir de ahí comienzan un viaje que les lleva hasta Italia, Grecia, Turquía, Irán y los Emiratos Árabes, en una primera etapa. Entonces embarcan el Correfoc hasta Kenia, mientras ellos llegan en avión. A partir de ahí vienen Uganda, Ruanda, Tanzania, Zambia, Zimbabue, Botsuana, Namibia, Sudáfrica, Lesoto y Swazilandia. Un total de 45.000 kilómetros. Una aventura inolvidable.

Experiencias de vida

Cuando les preguntamos por el mejor momento, coinciden. Como amantes de la montaña, haber subido el monte Kenia y el Kilimanjaro son experiencias inolvidables. “Haber alcanzado el techo de África y haberlo hecho en familia es de esos momentos que quedan grabados para siempre en la retina”, recuerda Serena. “Nos hacía respeto, porque es una ascensión complicada, pero fue una semana muy mágica, en la que también tuvimos la oportunidad de convivir con los locales”, añade Marc.

Dentro de la caja de los buenos recuerdos también guardan con mucho amor el momento en que llegaron al cabo de Buena Esperanza y al cabo Agulhas, el punto más meridional del continente. “Era significativo porque era cerrar el viaje y sumábamos otra meta: habíamos estado en Tierra del Fuego –considerado el punto más meridional de América–, en el cabo Norte –considerado el punto más septentrional de Europa– y ahora en Agulhas” , recuerda Marc.

Encima de la cima del Kilimanjaro después de una semana de ruta.
Parque Nacional del Monte Kenia, la segunda montaña más alta de África.

Esta caja de momentos memorables también guarda un rincón para encuentros con los animales. La primera vez que vieron leones en la entrada del Serengueti, en Tanzania, “fue espectacular”, recuerda Marc. O la estancia en Kruguer, en Sudáfrica. “A pesar de ser uno de los parques naturales más comerciales de África, también es el lugar en el que se pueden ver más animales. Estuvimos cinco días y casi todos los días vimos los big five: el león, el elefante, el rinoceronte, el hipopótamo y el leopardo”, recuerda Serena.

También hubo momentos complicados, aunque en ninguna ocasión sufrieron por sus vidas ni se sintieron especialmente inseguros. “No nos ha pasado nada. Somos muy prudentes, no vamos a los sitios que pueden ser peligrosos y no conducimos de noche”, explica Serena como recomendaciones de seguridad que siguieron a lo largo de todo el viaje.

Parque Nacional de Matobo, en Ziumbabue, con un rinoceronte blanco al fondo.

"Pero hemos sufrido por las condiciones de las pistas y carreteras", admite Marc. Ambos recuerdan el momento en el que condujeron 200 kilómetros por una pista casi impracticable de Botsuana. "Nos gusta buscar lugares remotos, pero escogimos ir a la isla de Kubu, un lugar espectacular, por una pista demasiado complicada", reconoce Marc. “Durante el trayecto hubo momentos en que los dos llorábamos”, añade Serena. Por suerte con el tiempo ha quedado como una anécdota: "Visto con perspectiva, el paisaje era espectacular y pasar por allí fue toda una experiencia".

Un regalo para la familia

Lo que más valoran del viaje es el tiempo que se ha regalado como familia. “Estar las 24 horas del día juntos durante un montón de meses es ya una experiencia por sí sola, pero si además convives en una furgoneta y estás viajando la experiencia es mucho más intensa”, considera Serena. "El vínculo y la confianza que se crea es único", añade Marc. Y el hecho de viajar les ha aportado muchos aprendizajes. “Aprendes a superar muchos obstáculos que en casa no tienes: desde buscar agua potable hasta ingeniertelas para cocinar diferente cuando en los súpers sólo encuentras pollo”, detalla Marc.

También les ha aportado mucha riqueza cultural, como el día que llevaron a unas mujeres himba que estaban haciendo autostop para ir al mercado. Y hay más. "Hemos convivido durante tres días con los masais en Kenia o con los habitantes de Turkana, una de las regiones más remotas de África, también en Kenia", recuerda Marc. "Esto nos ha permitido ver las diferencias que hay con nuestra manera de vivir", explica Serena. “Somos mucho de comentar estas cosas y concienciar a las niñas”, dice Marc. Precisamente, por todos estos aprendizajes, atribuyen al viaje "la madurez y el saber hacer de Jordina, no habitual para su edad, según sus maestros".

Un curso diferente

Xènia y Jordina siguieron estudiando 2º y 4º de ESO respectivamente durante el viaje. Antes de marcharse hablaron con la directora del instituto y acordaron que empezarían el curso y que pasarían los dos últimos meses en el centro educativo para realizar los exámenes y comprobar que habían alcanzado los conocimientos correspondientes. “Cada día, cuando parábamos, se ponían a estudiar un rato a partir del trabajo que les enviaban los profesores y los compañeros”, recuerda Serena. "La verdad es que son muy responsables y buenas estudiantes", apunta Marc. De este modo, ellas viajaron hasta mayo y, entonces, aprovechando una visita a los abuelos maternos, volvieron a Tarragona a terminar el curso. Marc y Serena siguieron viajando por Namibia y Botsuana solos. "La verdad es que por diferentes circunstancias al final lo hicimos así y fue una buena experiencia para todos", explica Marc. En junio las chicas regresaron a Suráfrica con unos amigos de sus padres y acabaron de viajar julio y agosto en familia. Tanto Xènia como Jordina superaron el curso con nota.

Amistades para siempre

“Las personas que encuentras en una aventura así marcan. Nosotros conservamos amigos con los que hablamos habitualmente”, explica Marc. “En Zimbabue conocimos a Fanwell, un cabeza de familia a la que regalamos una de las baterías que llevábamos y, desde entonces, tiene luz. Nos está tan agradecido que cada semana nos escribe y nos explicamos cómo estamos”, explica Marc. También en Zimbabue estuvieron un par de días en el orfanato de Lucien, “un sudafricano que vela por el bienestar de los niños desamparados del país”, recuerda Serena como uno de los lugares que más les ha marcado. O en Namibia, donde conocieron a Rick, que había pinchado y no tenía gato. “Le ayudamos y nos dijo que cuando estuviéramos en Ciudad del Cabo, le llamáramos, que podríamos estarnos en su casa. Y así fue”, recuerda Marc. "Lo de tener amigos en todo el mundo es muy guay", suspira.

La aventura americana

No era la primera vez que la familia Antillach Pujol se embarcaba en un largo viaje. Entre 2018 y 2019, cuando las niñas hacían 4º y 6º de primaria, recorrieron el continente americano de Alaska en Ushuaia durante 14 meses: 75.000 kilómetros y 17 países. Lo hicieron a bordo de la Barretina, una furgoneta camperizada Mercedes-Benz Sprinter 319 4x4. "La Patagonia y la Tierra del Fuego nos enamoraron", recuerda Serena. "Estábamos en lugares remotos con paisajes espectaculares", añade Marc. "América tiene unos paisajes y unos parques naturales impresionantes y en África lo que marca la diferencia son los animales".

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