Los mercados semanales de los pueblos no se rinden
Los productos falsificados, las reglamentaciones municipales y el estilo de vida arrinconan a los marchantes
Riudellots de la Selva / Colera / VírgenesMaria Rosa López es una de las clientas más puntuales del mercado de Verges. Antes de las ocho de la mañana ya espera que abra las puertas de El Café de la Plaza para llevar un corte a uno de los paradistas. "La confianza entre vendedor y cliente es uno de los puntos fuertes de los mercados, aquí todos nos conocemos, saludamos y ponemos al día", reconoce López. Verges es un ejemplo de la vigencia de los mercadillos de los pueblos pequeños, con cinco o seis paradas, donde un día a la semana se puede encontrar fruta, verdura, ropa o zapatos. Este tipo de mercados se ven amenazados por la falta de relieve generacional, por los productos falsificados, por las normativas de las administraciones y por un estilo de vida que no permite a las nuevas generaciones ir de compras por las mañanas.
Anna Isern, que lleva cuarenta y un años con mercados, hoy va tarde y monta sola una apretada parada que parece un supermercado reconcentrado. Encontramos bragas, batas, sartenes, vasos, regaderas, productos de limpieza... Conduce una furgoneta que arrastra un remolque parada que le facilita mucho el trabajo, porque tiene una especie de grandes cajones que se abren con los productos dentro. "Yo, por suerte, ya tengo la clientela hecha. Todo el mundo sabe que tengo un poco de todo y, si no lo tengo, muchas clientas me hacen pedidos concretos que sirvo la próxima semana", explica. Dice que los jóvenes no quieren continuar su negocio porque es un trabajo duro: "Pero a mí el trato con la gente me da vida", explica. Trabaja de martes a sábado: Verges, Banyoles, la Cellera, Les Planes y Sant Jaume de Llierca. Antes iba a mercados mucho mayores, pero ahora prefiere ir a pueblos pequeños, con pocos problemas de acceso y dinámicas más relajadas.
La competencia de los zapatos de plástico
Juan Carlos Monter, con una parada de zapatos, ejemplifica la lucha desigual con otras paradas llenas de falsificaciones y productos made in China. Además de Verges, va a L'Escala, Sant Pere Pescador y Empuriabrava, y tiene tienda en L'Escala (Calçats Susi). Continuó la parada de los suegros hace unos veinte años. "Los que llevamos productos nacionales tenemos la competencia del producto falsificado y chino. La gente compra aunque sepan que no es auténtico o los zapatos de plástico se los rompan al cabo de quince días. El top manta en Empuriabrava y Sant Pere Pescador también nos duele mucho".
Marc Cabarrocas, con la mayor parada de Verges, es el responsable de la empresa Frutas y Verduras Cabarrocas de Llagostera, con ocho personas, que además de mercados recientemente reparten a hostelería y escuelas. Es un ejemplo de negocio muy profesionalizado que desde los mercados se ha expandido a otros sectores. "Hemos echado hacia la restauración para encontrar más negocio". A sus 38 años, suele ser el paradista más joven allá donde va. "Lo he hecho desde pequeño y me gusta, pese a la dureza que comporta. Si tienes empatía, el trato con la gente es el aspecto más bonito, sobre todo ahora que se pierden las relaciones personales". El horario de mañana condiciona el público, pero en verano o los fines de semana se ve a gente más joven. "Los mercados chocan con el estilo de vida actual -admite-, pero algo que podría llevar a más gente a los mercados es facilitar el aparcamiento".
¿En diez años no habrá mercados?
Entrando en Riudellots desde la estación, un cartel amarillento avisa a los vecinos de que el lunes hay mercado. En la práctica, esto se traduce en cuatro tenderetes: dos de fruta y verdura, uno de plantas y una asa. En días de máximos se suma una zapatería y una parada de ropa. "En diez años no habrá mercados -asegura Paqui León mientras despacha junto a su padre-. El 95% de nuestras clientas son mujeres mayores. Los jóvenes acuden al supermercado".
Su familia es de Riudarenes y tiene parada desde 1996, pero ella tiene claro que "cuando el padre o la madre digan lo suficiente" se buscará un trabajo asalariado y dejará de levantarse a las 3.30 h los veranos para cargar el género en el camión. El martes acuden a Pontós, el jueves a buscar la fruta y la verdura en Mercagirona y el viernes en Celrà. "Este trabajo no da para ganar más de 1.000 o 1.200 euros al mes por cabeza, y hay que pagar seguros e impuestos por todo", lamenta.
Al igual que hace cincuenta años
Jordi también dejará de vender pollos al ast una vez se jubile, dentro de dos años. mirando el espacio vacío del aparcamiento con sólo tres paradas más: "Sabe que soy el mejor pollo de la plaza" Y añade: "Todo el comercio ha ido evolucionando, pero los mercados de pueblo son iguales desde hace cincuenta años. Y no sé si es mejor o peor". la inflación, además del calor: acaba de subir los pollos a 12,60 euros porque la materia prima es cada vez más cara.
La delincuencia es lo que duele en los mercados
Josep Maria Vergés, presidente de la Asociación de Marchantes de las Comarcas Gerundenses, está convencido de que los pequeños mercados tienen "mucha vida y mucho futuro", aunque necesitan más diversidad, como por ejemplo "tener puestos de carne, pescado, flores y otros productos, siguiendo un poco el modelo de éxito de Francia". Asegura que los mercados nunca son una competencia en las tiendas, sino un elemento que suma. "Lo que duele es la delincuencia, que prolifera en muchos mercados gerundenses sin que los ayuntamientos hagan nada", asegura Vergés en referencia a las falsificaciones y el top manta. Cita los casos de Roses, Sant Pere Pescador, Playa de Aro y Tossa de Mar y concluye que "a muchos políticos les ha faltado valentía para aplicar sus propias normativas y ordenanzas". Opina que las grandes superficies no pueden competir con el modelo de calidad y cercanía de los pequeños mercados. "Cada vez resulta más incómodo a la gente coger el coche para ir a una gran superficie en la que encontrará productos de fuera y de baja calidad en vez de los buenos productos de proximidad", considera. Volviendo al ejemplo francés, asegura que muchos municipios se están gastando mucho dinero para llevar de nuevo el comercio y la vida que dan los mercados dentro de las ciudades y pueblos. Vergés opina que habría que montar una red de mercados pequeños y reinventarse, con el convencimiento de que en los pequeños mercados es donde se encuentran "los auténticos vendedores y de confianza".
El ejemplo de Playa de Aro
A partir de otoño, en el mercado de Platja d'Aro habrá un 35% menos de paradas. El Ayuntamiento salió adelante el nuevo reglamento a finales de mayo en medio de fuertes protestas de los paradistas, que se manifestaron a las puertas del consistorio con carteles bajo el lema "¡Marchantes en peligro de extinción!" Y es que, a efectos prácticos, se pasa de 137 a 87 puestos, lo que para algunos paradistas puede suponer "la desaparición" del mercado.
El caso de Platja d'Aro anticipa una serie de reformas que pueden suponer la estocada final para muchos mercados itinerantes. Las concesiones de los puestos de quince años caducan este 2025 y la Generalitat ha ofrecido a los pueblos tres supuestos a los que acogerse para hacer efectivo un nuevo modelo de mercados semanales: pueden elegir entre dejar de hacerlo, renovar automáticamente las licencias quince años más o apostar por un nuevo modelo.
Si hace quince años en Platja d'Aro había 153 paradistas, actualmente quedan 137 ya partir del 7 de octubre se pasará a 87. Según el consistorio, se apuesta por que el mercado tenga sobre todo productos de proximidad (después de que en los últimos años haya proliferado la oferta de grandes). El espacio de venta también se reducirá a la mitad: el aparcamiento donde actualmente se realiza, junto a la Masia Bes, se subdividirá y donde no haya paradas se mantendrán las plazas de parking.
Un mercado que evita las curvas
En invierno, Colera apenas alcanza los 500 habitantes y en verano aumenta hacia los 800. El lunes es el día de mercado y, sea por las curvas que hay para ir hasta Llançà o la distancia con Figueres, a pesar de la poca población es un mercado que vale la pena a los paradistas, sobre todo en los meses de verano. Todo el año tiene cuatro paradas: una asa, una de embutidos y quesos, una de ropa y una de fruta y verdura. Esta última la lleva Jordi Jué, el más veterano del mercado, con veinticinco años de trayectoria como vendedor ambulante. Jué, además, es labrador y en esta época del año el 70% de lo que vende es de cosecha propia. Hacia el mediodía, los paradistas no están descontentos de cómo les ha ido la mañana. "Se nota que la gente ha cobrado y que hay más gente en el pueblo", dice Jué.
Sin embargo, es más bien pesimista en relación con el futuro de los mercados. "Desde la cóvida la bajada ha sido brutal. Con la pandemia la gente se acostumbró a ir más a los supermercados y se nota que vienen menos. Además, las abuelas se van muriendo y cada día viene menos gente a mercado porque la gente que se jubila ahora no tiene la costumbre de ir al mercado", explica. Él está con su esposa, Montse Ayats, que es delineante, y el lunes estaba su hijo Pere, de 17 años. Ayats ha trabajado diez años en esta profesión y tanto le gusta hacer mercados como diseñar cocinas: "Me encanta el mercado. Vas arriba y abajo, está el contacto con la gente, ves a las abuelas, que luego vienen con los nietos y eso está muy bien, porque se había perdido un poco". Pregunto a su hijo si le gustaría seguir haciendo mercados y enseguida responde que sí. El padre, que estaba ordenando cajas en la furgoneta, dice que no. "Creo que el mercado tiene futuro, pero hay que repensarlo. Habrá que tener tienda online y también estar en las plataformas y las redes. Si los jóvenes están ahí, hay que ir a buscarlos y eso ya sólo pueden hacerlo las generaciones más jóvenes -opina Ayats-. Pero, claro, si no vienen al mercado no puedes hacer degustar un alberco."
Hondureños detrás de la parada
Antonio Luque, hondureño, vende jamón, embutido, queso y aceite. Antes trabajaba en el mercado cubierto de Roses y hace tres años que se ha establecido por cuenta propia. "En el cobertizo tenía hora de entrada y de salida y aquí todo depende de mí", dice en un buen catalán. También va a Palafrugell y Girona, pero lo mejor que tiene es Portbou, una población aún más alejada de Figueres y, probablemente por eso, con mayor clientela. "La gente de allí da mucho apoyo al mercado", añade.
También es hondureña Suseth Flores, que desde que llegó con 15 años trabajó en una asa ambulante. Desde hace año y medio tiene una propia, con la ayuda puntual de su cuñada. "De momento me va bien, pero es el principio y ya lo iré viendo".
"Ahora hay algo de movimiento porque eso es cuesta y viene gente. Pero en invierno hay poca gente. Eso sí, son fieles, no puedo quejarme, se han portado bien", explica esta mujer enérgica de 35 años.