Sahel

La violencia yihadista estronca la educación en el Sahel: "¿Cómo te puedes concentrar cuando tienes miedo?"

Más de un millón y medio de niños no han podido empezar el curso en Burkina Faso, a pesar de los planes de emergencia del gobierno

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Una escuela en Burkina Faso.

Bobo-Dioulasso (Burkina Faso)Aziz ha perdido la voz de maestro desde que tuvo que huir de la escuela donde debutó como docente en el 2018, en la provincia de Koussi, en el noroeste de Burkina Faso. “Empecé con el grupo en primero de primaria y les acompañé hasta quinto”, cuenta con un hilo de voz casi inaudible. “A veces me siento y pienso en mis alumnos: ¿dónde están? ¿qué hacen?”, dice desde un centro de refuerzo escolar de Bobo-Dioulasso, donde hace de voluntario para no perder la relación con los niños y su vocación. La violencia de los grupos terroristas afiliados en Al Qaeda y el Estado Islámico, que se esparce por el Sahel desde hace años, tronca la educación de las nuevas generaciones de esta zona africana, encajada entre el desierto del Sáhara y la sabana.

“¿Cómo te puedes concentrar cuando tienes miedo?”, se pregunta Aziz mientras recuerda el ambiente que se vivía en la escuela donde trabajaba. “Cada vez que oíamos el ruido de una moto nos atemorizamos”, dice. Los grupos yihadistas se mueven en motos y atacan a los establecimientos estatales, sean escuelas, comisarías o ayuntamientos. “Los funcionarios somos un objetivo muy claro, vienen a por nosotros, por eso me fui”.

Aunque el gobierno ha activado métodos de urgencia, como deslocalizar escuelas en lugares más seguros o inscribir a niños desplazados por la violencia en escuelas de las ciudades de acogida, un millón de alumnos no empezaron las clases el 1 de octubre en Burkina Faso. Sin embargo, el responsable de Unicef en el país admite que antes del aumento de la presencia de terroristas, uno de cada dos niños ya no iba a la escuela. El año escolar empezó con 6.549 centros cerrados, 215 más que cuando terminó el curso anterior, según datos del ministerio de Educación. Además, se impuso la obligatoriedad de vestir, un día a la semana, con el faso dan fani, un tejido tradicional burkinés.

"Quién te ha dado mi número", es lo primero que responde uno de los responsables del departamento de Educación de la región de Agadez, en el norte de Níger. La tensión en las altas esferas, después del golpe de estado liderado por el general Tchiani el pasado julio, se puede percibir incluso en un simple mensaje de WhatsApp y una respuesta tanto cordial como disuasor: “No tengo ningún contacto del ministerio”. Por el contrario, un maestro se ofrece a responder: “En Agadez, todo como siempre, está en la zona de Diffa y Tillabéri [en el sur] donde hay escuelas cerradas”. En Malí, un total de 1.500 centros educativos de 9.000 no han abierto sus puertas, y afectan a 500.000 alumnos. “Las clases han comenzado en todas las capitales del país”, explica un maestro de la ciudad de Goundam, en la región de Timbuctú, donde actualmente existen enfrentamientos entre la Coordinación de Movimientos del Azawad (CMA), el ejército maliense en cooperación con Wagner, y grupos yihadistas.

Educación patriótica

Mientras, en una escuela de Bobo-Dioulasso, en el oeste de Burkina Faso, un grupo de aproximadamente 90 alumnos canta el himno nacional antes de empezar la clase. Por último, la maestra entona “la patria o la muerte” y los alumnos responden “venceremos” y así hasta tres veces. El recinto escolar es un gran descampado con tres edificios. Lo que está más cerca del despacho de dirección y junto a la puerta de entrada es para ciclo inicial; el de al lado de la casa del conserje es el de ciclo medio, y el que hay más en el fondo, el de ciclo superior. La organización educativa es una copia del sistema público francés, así como las asignaturas, las canciones que se enseñan y los libros de texto, que están en el idioma de la antigua colonia.

“Quiero ser militar como mi padre y salvar a mi país”, dice uno de los niños que ha empezado quinto y que afirma que es el capitán Ibrahim Traoré –actual presidente de Burkina Faso– quien ha puesto el nombre en su país. Un compañero de clase le pasa el brazo por la espalda y le sacude la cabeza para replicar que no es cierto, que “¡fue el capitán Thomas Sankara!”, quien bautizó al país. Un tercero se añade para recordar que Sankara murió hace cuatro años. Nadie rectifica la fecha exacta: fue en 1987, cuando fue asesinado. El grupo sigue riendo y chocando entre sí para hacerse espacio en el banquillo de la escuela con el logotipo de Unicef. “Y en Barcelona, ¿tiene vías de tren?”, pregunta uno de ellos.

Negociar el camino a la escuela

“Nos dedicamos a realizar diplomacia humanitaria para poder seguir trabajando en zonas bajo conflicto armado. Por ejemplo, en el ámbito de la educación negociamos con ambas partes para que las escuelas no sean atacadas y nos coordinamos con la comunidad para que nos apoyen”, explica Carlos García, especialista en programas internacionales de Unicef en España.

Uno de los problemas con los que más se encuentran sobre el terreno es que después de tanto tiempo sin actividad, la escuela deja de ser un espacio importante y útil para la comunidad. Según García, además, la escuela va mucho más allá del aprendizaje: “Los centros educativos son la puerta de entrada a las vacunas, a la atención psicosocial, y también pueden evitar el reclutamiento por parte de grupos armados y , en el caso de las niñas, el matrimonio infantil”.

Aziz también lo tiene claro y por eso intenta mantener el contacto con las familias que todavía viven en Koussi. Contacta a través del móvil. “En Koussi hay una colina desde la que todavía hay cobertura, desde allí también se pueden ver los grupos de terroristas que se mueven en moto y también pueden ser vistos, así que la comunicación es intermitente”. Aziz echa de menos a los alumnos y recuerda que, si en casa hay problemas, “el maestro siempre está ahí”.

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