América Latina

Fervor por agradecer al Gauchito Gil el triunfo de Messi en el Mundial

Unas 300.000 personas peregrinan a la ciudad de Mercedes para rezar ante el santo pagano

Berta Reventós Meseguer
4 min
Un hombre pone unas velas a la ofrenda a gauchito Gil, en Argentina, con una imagen de Messi con la Copa del Mundo

Buenos AiresLa relación de misticismo que mantiene el pueblo argentino con el fútbol se traduce en acciones de índole diversa: en el último Mundial, las cábalas (rituales para dar suerte) han tomado un espacio relevante en el relato de la afición y también de la selección, incluyendo equipo y cuerpo técnico. Desde personas que vestían la misma ropa cada vez que jugaba Argentina hasta ver los partidos en la misma casa o bar, beber mate en un orden concreto, no comer carne el día antes del partido, o, incluso, compartir las jornadas de Mundial con una ex pareja para que al equipo le vaya bien.

Se ha sabido que el equipo tenía un muñeco del personaje de terror Chucky en el vestuario, y que tres de los jugadores seguían su cábala particular: dar una vuelta juntos por el campo, masticando golosinas y charlando, un rato antes de cada partido.

La camiseta del delantero

Al inicio del torneo, Roberto Ayala, mano derecha del seleccionador Lionel Scaloni, envió una camiseta del delantero Julián Álvarez a la pequeña ciudad de Mercedes, provincia de Corrientes, como ofrenda para el Gauchito Gil. Antonio Mamerto Gil Núñez era un gaucho del siglo XIX que fue ejecutado y se convirtió en uno de los santos paganos más arraigados a la cultura popular argentina. Se le dice “pagano” porque no está reconocido por la Iglesia, a pesar de que tiene miles de devotos en todo el país que, cada 8 de enero, se congregan en el pequeño santuario que hay en la carretera que llega a Mercedes, unos 800 km al norte de Buenos Aires.

Se llama "gaucho" a los hombres de campo que habitaban las extensas llanuras de Río de la Plata, montaban a caballo y se desenvolvían en la vida rural. Gil fue un gaucho rebelde y justiciero: desertó del ejército durante la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870) argumentando que era un enfrentamiento entre hermanos, robaba a los ricos para dar a los pobres, vengaba a los humillados y curaba a los enfermos. Por estos motivos, fue arrestado, colgado cabeza abajo de un árbol, y degollado. Muy querido por el pueblo, enseguida se convirtió en un santo de la gente humilde, del campo, un "santo de las pampas", le llaman.

Este fin de semana pasado, 300.000 personas de todo el país peregrinaron al santuario del Gauchito Gil para agradecerle los favores concedidos y pedirle algo. En el encuentro de este año había un nuevo perfil de promeseros –las personas que hacen promesas al santo–: aquellos que se habían comprometido a visitarlo si ayudaba la selección argentina a ganar el Mundial. La mayoría llevaba camisetas de Messi. “No soy devota del Gauchito, pero después de la derrota contra Arabia Saudí necesitaba hacer una promesa, aferrarme a algo, para saber que todo iría bien –explica Florencia Denoya, de 31 años, rosarina –. Le prometí que, si salíamos campeones, vendría a verlo, y en cada partido le pedía que nos echara una mano".

"Messi une a familias enteras"

Los hermanos Fernando, Carlos y Nicolás Roja venían de Esquina, a 250 km. Explicaban orgullosos que su pueblo había visto nacer a "don Diego" y "la Tota", padre y madre de Maradona, y que "el Diego" había pasado allá vacaciones familiares. Devotos del Gauchito, lo visitan cada 8 de enero, pero este año los acompañaban otros miembros de la familia, que cumplían con la promesa del Mundial viajando desde Buenos Aires. Los tres hermanos habían provocado una reunión familiar y se sentían satisfechos: “Messi es nuestro punto de unión –decía Carlos–. Mis hermanos son de Boca, yo de River, y acostumbramos a discutir cuando hablamos de fútbol. Pero cuando juega Messi, nos abrazamos y lloramos juntos; da igual de qué club seas: Messi une a familias enteras”.

Durante el fin de semana, los ocho kilómetros que separan a Mercedes del santuario acogieron a los fieles del Gauchito: al lado de la carretera se instalaron tiendas de campaña, coches y autobuses, puestos de comida y de venta de velas, camisetas de Messi y todo tipo de talismanes del santo venerado. Los asistentes hacían hasta seis horas de cola bajo el sol, a 37 grados de temperatura, y se pasaban, en cadena, velas que se fundían mientras cada uno pronunciaba una oración en voz baja. Ante la imagen del santo, que reposaba dentro de una vitrina, los fieles dejaban ofrendas: botellas de vino, paquetes de cigarrillos, flores, prendas de ropa o fotografías de algún familiar enfermo. Entre la multitud, de vez en cuando alguien gritaba “¡Viva el Gaucho!” y múltiples voces coreaban “¡Viva!”. En improvisados escenarios se escuchaba y se bailaba el chamamé, ritmo típico de la zona.

Fe y crisis

“Ojalá estuviéramos siempre tan unidos”, suspira el devoto César Rivero, mientras contrasta la alegría de los cinco millones de personas que salieron a celebrar la victoria del Mundial a las calles porteñas con el hecho de que “la gente está sufriendo porque no llega a final de mes”. Con cerca de un 100% de inflación y un índice de pobreza del 40%, Argentina arranca el año con previsiones de un estancamiento de la economía, aumento del paro y graves problemas de inseguridad.

La desafección política es palpable: las elecciones presidenciales de octubre que viene no cuentan, por ahora, con gran entusiasmo ni expectativa popular. Petty, de sesenta años y también devota del Gauchito, está convencida de que la unión del pueblo tiene que pasar, también, por la fe: “El Mundial tuvo un componente de fe sin precedentes; todo el mundo encendió velas e hizo promesas, y en los penaltis de la final, quien no había rezado nunca, de repente lo hizo. No era religión, era unión en la fe: el Mundial se ganó gracias a la fe de Argentina”.

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