De la 'villa' al 'country': la desigualdad social que fractura Argentina
La coexistencia de barrios extremadamente dispares en Buenos Aires refleja la polarización de las clases sociales en el país
Buenos AiresEstos últimos meses, en Argentina se hace difícil entender cómo la gente se organiza para llegar a finales de mes: la inflación de septiembre fue del 12% –la interanual es del 142%–, la pobreza roza el 40% y hay un 60% de pobreza infantil. La moneda se deprecia cada día pero esto nunca afecta a todos por igual, y se hace inevitable preguntarse cómo viven los extremos de la escala social en este país: los barrios más pobres y los más ricos, las villas y los countries, ayudan a interpretar las estadísticas ya ver que en Argentina hay una profunda desigualdad social. La economía marcará la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de Argentina de este domingo, en la que se enfrentan el candidato peronista, Sergio Massa, y el ultraliberal, Javier Milei.
La Villa 31 es un barrio ubicado en pleno Buenos Aires, entre los barrios acomodados de Retiro y Recoleta. Las villas porteñas son asentamientos informales que se han ido construyendo sin planificación urbanística y que se caracterizan por la vivienda precaria y la falta de saneamiento. La 31 es una de las más grandes y ruidosas de la capital: la rodean la zona portuaria, una estación de autobuses y la autopista, y la sobrevuelan aviones que aterrizan o despegan del aeropuerto de vuelos internos de la ciudad. Las villas son fruto de las migraciones que ha recibido Buenos Aires: en el siglo XIX de Europa y, más tarde, del interior del país, así como de Paraguay, Bolivia o Perú. El barrio creció de manera importante con la Gran Depresión de 1929, cuando miles de trabajadores perdieron su trabajo y tuvieron que abandonar su casa, en el centro de la ciudad. Hoy cuenta con una extensión de 72 hectáreas y una población de unas 55.000 personas.
Enfilando la orilla del Río de la Plata arriba, se llega a la frontera entre la ciudad y la provincia de Buenos Aires: en la Zona Norte, con diferentes municipios residenciales, hay algunos countries o barrios cerrados. Son urbanizaciones de casas unifamiliares con jardín, seguridad 24 horas y diferentes amenities: piscina, pista de pádel o tenis, campo de fútbol, restaurante, gimnasio... Algunas incluso tienen lagos artificiales donde se puede pasar un día en barca. Viven familias o matrimonios con uno o dos coches, porque los servicios quedan lejos.
En el barrio de Los Ceibos, municipio de Tigre, viven Claudia y su marido, Jorge. Ella es jubilada, y él, aunque ya tiene 70 años, sigue trabajando en la Bolsa de Buenos Aires, donde se desplaza cada día en moto. Tienen dos hijos gemelos de 42 años, que tras viajar por el mundo se instalaron en Brasil, donde arrancaron un negocio de surf y formaron a sus respectivas familias. Jorge y Claudia los visitan dos veces al año en períodos de tres meses. Se instalan en la casa que se construyeron, cerca de ellos, y la de Tigre queda vacía: para Claudia alquilarla implicaría “demasiado trabajo” y, de todos modos, se queda tranquila porque en el barrio hay "seguridad total". El recinto está protegido por una valla y en la entrada dos guardas identifican a todos los que entran: “Yo me relajo cuando me abren la barrera; aquí dentro es otro mundo”.
En Villa 31, Julia está preocupada por el aumento de la violencia y el tráfico de droga. El paco (la pasta base de la cocaína) es la que más circula entre los jóvenes, algo que no ocurría hace treinta años, cuando ella llegó desde Bolivia con su marido. Emigraron juntos porque a él, divorciado y mayor que ella, los suegros no le aceptaron. Tuvieron dos hijos que actualmente viven en Pamplona: Julia emigró a España cuando murió su marido, buscando una vida mejor: “En aquella época, el barrio no estaba ni asfaltado, era todo de barro, había perros por todas partes , no teníamos agua corriente ya mis hijos les robaban cada dos por tres”. Con la ayuda de su prima, que vivía en Navarra, logró la ciudadanía española y se fue a trabajar como cuidadora de personas mayores. Recuerda con especial cariño a una anciana que con ella "reavivó": "La tenía siempre bien peinada y bien alimentada, y al mediodía le daba un vasito de vino", explica. Ahora se encuentra en Buenos Aires porque hacía demasiado tiempo que nadie abría su casa, y le preocupaba que alguien le ocupara: “No quiero abandonarla, he sufrido tanto por tenerla”, dice entre lágrimas. No sabe cuándo volverá a España, pero no quiere pensar demasiado, porque si bien añora a sus hijos y nietos, también disfruta de la vida aquí: aunque en el barrio hay mucho racismo –a menudo hay que oír decir “boliviana de mierda”–, tiene sus amigas, algunas del comedor comunitario, donde Julia cocina como voluntaria preparando 450 raciones de almuerzo y cena cada día.
Claudia también pasa tiempo con las amigas y los vecinos del barrio, con quienes organizan comidas y asados: “Nos amamos todos”, dice. Para ir al gimnasio, por las mañanas coge el coche y cruza el barrio de al lado, de construcciones visiblemente precarias: “No es una villa –aclara–. De hecho, la mayoría de la gente que vive aquí trabaja gracias a los barrios cerrados, como jardineros o criadas, y, al fin y al cabo, son propietarios del terreno donde viven”. Comenta levantando las cejas que en el barrio cerrado de más allá vive el ministro de Economía y candidato a la presidencia por el partido peronista, Sergio Massa. Milei ha capitalizado el voto joven y masculino de las villas porteñas como la 31, que eran barrios de tradición peronista. Varios expertos ven un voto de castigo a la política tradicional, que no ha sabido resolver los problemas estructurales del barrio. “Yo no sé mucho política”, dice Claudia mientras conduce, “pero está claro que Argentina necesita un cambio”.