Viaje a la India de Modi (III): pagos digitales entre pobreza extrema
Respiro aliviado. Hacía tiempo que no viajaba en un metro tan tranquilo, cómodo y limpio. Cuando salimos al andén, mis amigos pagan unas botellas de agua mediante una aplicación del móvil. Veo que los demás pasajeros tampoco utilizan efectivo. La estación es tan silenciosa como la de una ciudad escandinava. Cuando salimos al exterior, sin embargo, vuelvo a oír el ruido de miles de claxones. Una montaña de desechos se acumula en la entrada de la estación. Bajo un puente, veo una escena demasiado frecuente: una familia con niños de pocos años, de ropa ennegrecida y rasgada, está acampada para vivir. En Delhi, la realidad puede cambiar radicalmente en pocos minutos de diferencia.
Es fácil caricaturizar a la India cuando uno se encuentra con estas dos realidades. Desde Occidente, todavía hay mucha gente que ve al país como un agujero de pobreza, castas, suciedad y espiritualidad paralizante. Pero existe una caricatura contraria: la del nacionalismo hindú, que considera que India es una potencia imparable a la que le falta poco por estar desarrollada como China. Ambas visiones son falsas.
India no es un país estancado en el pasado. En los últimos años, tanto la economía como la administración han vivido una modernización importantísima. El gobierno ha promovido un sistema de pago digital con códigos QR, utilizado por 1 de cada 5 indios, en un país en el que predomina la economía informal y el efectivo. Esto permite que el gobierno pueda recaudar más impuestos y más gente pueda recibir préstamos, cuando antes quizás ni tenían cuenta bancaria. El sector digital de la India es cada vez más potente y busca exportar su tecnología en todo el Sur Global.
Esta revolución digital se ha combinado con la construcción de grandes y modernas infraestructuras. El metro de Delhi o los trenes con los que viajé eran cómodos y modernos. Gran parte de las autopistas y carreteras estaban en buen estado. Otra cosa son los conductores: la actividad más peligrosa que puedes realizar en India es, seguramente, viajar en vehículo privado. Ciudades como Delhi son totalmente hostiles a los peatones. El aire que se respira es mortal: 83 de las 100 grandes ciudades más contaminadas del mundo están en la India. Escenas como las omnipresentes vacas comiendo de montes de desechos se repiten incluso en la capital. He comido cocina callejera en China o el Sudeste Asiático, pero el riesgo sanitario de hacerlo en India todavía es demasiado alto. Donde me adentré de forma entusiasta fue en las librerías: la producción intelectual y literaria del país es una de las más estimulantes del mundo.
Quizás el símbolo que más enfría un optimismo excesivo son las familias viviendo en la calle con las que he abierto el artículo. El gobierno dice que ha eliminado la pobreza extrema. Pero si comparo con China, otro país que dice que la ha casi erradicado, las escenas de miseria son mucho más frecuentes en la India. El PIB per cápita de la India es todavía similar al de Costa de Marfil o Nicaragua. El de China es cinco veces mayor. El de la Unión Europea, quince veces. A la India le queda mucho camino por recorrer.