El campeón de halterofilia que quiere ir a la guerra

La invasión rusa lo ha sorprendido cuando estaba a punto de abrir su propio gimnasio y ahora lo han llamado a filas

El culturista Rustam Zakirov en casa suya
09/03/2022
4 min

Enviada especial a Odessa (Ucrania)Rustam Zakírov (pide alterar su nombre real por su seguridad), lo tenía todo a punto para abrir su propio gimnasio en Odesa, la capital portuaria del mar Negro, al sur de Ucrania. En el comedor de su casa, un piso de una sola habitación, nos enseña las máquinas de levantar pesos, y las copas y medallas que ha ganado en campeonatos de halterofilia, tanto en Rusia como en Ucrania. El lunes ponía en una pequeña mochila un poco de ropa interior, una muda, medicinas y un neceser. No necesita nada más para unirse al ejército: por la mañana lo han llamado a filas. Tiene 51 años y la única experiencia del servicio militar obligatorio, que él hizo en 1989, cuando Ucrania todavía formaba parte de la Unión Soviética: nos enseña el pasaporte que conserva de aquella época, con las tapas rojas.

"Cuando empezó la guerra llevé mi hija a Moldavia y volví a Odesa; hace días que voy a la playa para llenar sacos de arena y construir barricadas", explica mientras nos ofrece un té. Como la mayoría de ucranianos no se esperaba la guerra: una semana antes de que empezara la invasión rusa había alquilado un local para tener su propio gimnasio, donde pensaba entrenar a chicos en la disciplina, que es muy popular en el país. "Hace unos días era socorrista y monitor de gimnasio, y ahora recibo una llamada del ejército en la que me dicen que me necesitan". No tiene ni idea de dónde lo enviarán, pero dice que está dispuesto a ir allí adonde lo destinen, aunque no tiene ninguna experiencia de combate. Se da prisa en acabar de preparar la bolsa y a comer algo en el pequeño apartamento donde vive, en un edificio de 15 plantas de la época soviética a la periferia de la ciudad.

El atleta muestra medallas rusas y ucranianas que ha ganado.

Rustam asegura que aunque no le hubieran llamado a filas, él estaba dispuesto a ir igualmente, para defender su país. Nacido en Tatarstán, la república del centro de la Rusia europea de mayoría musulmana, ha vivido toda su vida en Ucrania, aunque solo habla ruso. "Somos rusófonos que estamos bajo las bombas de Putin. Y no somos los primeros. Ya pasó en Georgia y en Transnistria. Rusia quiere recuperar sus antiguos territorios, pero nosotros tenemos otra mentalidad. Yo soy ucraniano", dice, y niega de lleno uno de los argumentos con los que el presidente ruso, Vladímir Putin, ha justificado el ataque: "Los rusófonos de Ucrania no estamos discriminados: yo era el portavoz nacional de los atletas de halterofilia y nunca nadie me dijo nada porque no hablo ucraniano. Si me responden en ucraniano, les entiendo y no hay ningún problema".

Desde que empezó la invasión, el 24 de febrero, mantiene el contacto con algunos de sus familiares en Rusia, pero con otros ha roto la relación. "Hay quienes están contra la guerra y apoyan a Ucrania, pero con los que apoyan a Putin ya no puedo hablar", confiesa. Ahora las tropas rusas están solo a 130 kilómetros de Odesa, donde esperan también un desembarco anfibio.

"Espero que la guerra se acabe pronto"

Detrás de su cuerpo corpulento y musculado hay una persona humilde y nada fanfarrona. Dice que no le gustan las armas ni las guerras y se emociona cuando piensa en la familia que deja atrás. "Les he pedido que no le cuenten nada a mamá, es muy mayor y se lo pasaría muy mal. Mi hija no quiere que vaya a la guerra, y le digo que he de defender nuestro país. Espero que todo acabe pronto y podamos volver a hacer vida normal. Teníamos muchos planes para el futuro. Ahora todo se ha hecho añicos". Su esposa, fisioterapeuta, no se mueve de la cocina, de pie y tensa. "Intento ser fuerte. No tenemos alternativa". Él es musulmán y ella cristiana. Se quita la cadena de oro que lleva en el cuello, con una medalla de una virgen y se la pone a su marido. Se abrazan.

El sobrino del Rustam, Nikita Kalinin, un joven corredor de Moto GP, viene a buscarle para acompañarle al cuartel. Él se hará cargo de la casa porque la mujer se irá a su pueblo natal, a unos 100 kilómetros de Odesa. El chico no quería combatir e intentó marcharse con su madre, la abuela y las hermanas hacia Moldavia, pero le detuvieron en la frontera. Los hombres entre 18 y 60 no pueden salir del país porque deben estar disponibles para el ejército. "Yo no quiero ir al frente ni coger ningún arma. No sé luchar. De momento no pasa nada, porque ni siquiera he hecho el servicio militar, pero si la guerra se alarga no sé qué va a pasar", se lamenta encogiendo los hombros. Subimos todos al coche y el chico cede el volante a Rustam. Son 20 minutos de trayecto en silencio.

A su llegada, Rustam y su esposa caminan hasta la puerta del cuartel. Pasa el rato y vuelven ambos. Ella sonriendo, él cabizbajo. "Ha habido un error, me han dicho que soy demasiado mayor". Ella le abraza. Él le devuelve la medalla. "Quizá me llamen más adelante".

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