BarcelonaLas bajas temperaturas de Washington el día de la investidura de Trump parecían intentar congelar el tiempo para que no llegara el momento. La celebración en el interior del Capitolio con la excusa del frío debió de ir bien por razones de seguridad, pero restaba cierta grandeza al evento. Las estrecheces del público y las dificultades del coro de militares para desplazarse por el recinto eliminaban de la celebración la espiritualidad que suelen tener los grandes discursos a cielo abierto.
La investidura nos llevaba a la misma sala por donde, cuatro años antes, vimos desfilar a un hombre con cuernos de búfalo. Pero esta vez era el sombrero de Melania el que se llevaba el protagonismo y se convertía en una alegoría de la jornada. Una mujer que parecía esconderse de la fiesta, como si le diera vergüenza e intentara que no le viésemos los ojos, casi como si estuviera de luto. El ala del sombrero le sirvió, eso sí, de protector para evitar el contacto con el flamante presidente y marido. Donald Trump no pudo llegar a la mejilla de su esposa a la hora de darle un beso y el chasquido de labios quedó suspendido en el aire. Un instante de una frialdad a juego con la climatología. El primer plano de ese momento se convertiría en carnaza viral en pocos segundos.
Las televisiones públicas, como siempre, marcaron la diferencia a la hora de profundizar en el análisis. En el 3/24, la mesa de antiguos corresponsales en Estados Unidos hervía en una angustia para aportar detalles, datos y matices. Raquel Sans, Xesco Reverter y Geni Lozano convirtieron la retransmisión en una tertulia impaciente sobre Trump. Cruanyes se iba añadiendo puntualmente desde Washington, y quizá lo más decepcionante fue la forma en que Lídia Heredia, actual corresponsal en Estados Unidos, desapareció de la emisión especial. En La selva hacían una retransmisión simultánea, adaptándolo al formato más típico de magacín. El especial de TVE se ofreció a través de La 2, donde Anna Bosch siempre tiene el análisis preciso y, según cómo, la pillería necesaria para ampliar la perspectiva. Cuando el tenor Christopher Macchio entonaba dudosamente las primeras notas, la periodista subrayaba: "Se lo conoce más por su apoyo a Trump que por su trayectoria musical". Nunca se había visto tanta sutileza a la hora de valorar las aptitudes musicales de una estrella invitada.
Mientras tanto, en las cadenas privadas preferían recrearse en las anécdotas. En Antena 3 Sonsoles Suárez daba todo el protagonismo a Melania Trump especulando sobre si en esta nueva etapa habrá más salidas de tono de la primera dama contra el presidente, recuperando algunos de los instantes más tensos del matrimonio. En Telecinco, Ana Rosa, con el piloto automático, parecía ilusionada con todo lo que el nuevo presidente representa -"Vuelve mucho más fuerte de lo que se fue"– y quería analizar el poder de atracción de Trump. En una mesa de inercia trumpista, el más crítico era Xavier Sardà, experto en cualquier cosa.
Volviendo al Capitolio, durante el inquietante discurso de Trump la realización es encargaba de hacer que la audiencia observara cómo el público se levantaba constantemente para aplaudir al presidente. Era como si pasase lista. Alternaba las tres salas en las que se distribuían los invitados para transmitir sensación de multitud.
Hubo un instante curioso. El momento en el que el apasionado reverendo Lorenzo Sewell, en su plegaria, pareció interpelar a Dios mirando hacia arriba, levantando los brazos y subiendo el tono de voz como si reclamara su presencia. Automáticamente, la realización incluyó un plan cenital desde el techo del Capitolio, como si el padre celestial contestara y le devolviera la mirada.