Donald Trump jura el cargo de presidente en el Capitolio, en Washington, el pasado 20 de enero.
21/01/2025
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Donald Trump ya vuelve a ser el presidente de unos Estados Unidos en declive que afortunadamente están a punto de entrar en una "época dorada", de "logros nacionales" y respeto global. Ni presidencial, ni conciliador, el trumpismo vuelve al poder para ajustar cuentas. Aferrado a su retrato catastrófico de la decadencia estadounidense, Trump abrazó el discurso de la venganza con acusaciones directas al poder ejecutivo y judicial. Un relato oscuro para una transición de poderes pacífica que él, sin embargo, calificó de "día de la liberación".

El Trump más hiperbólico ya vaticinaba en su toma de posesión que su legado será el de un "pacificador y unificador", pero lo decía en medio de un discurso cargado de agravios, acusaciones, exageraciones y mentiras, donde el egocentrismo presidencial aparecía para dejar clara la excepcionalidad del 47º presidente de Estados Unidos "desafiado como ningún otro presidente en la historia", a su juicio, y "salvado por Dios" de dos intentos de asesinato "para volver a hacer grande a América".

El Trump que hoy regresa al Despacho Oval no es el mismo del 2017. El trumpismo hoy no es un percance inesperado de las urnas. Es el resultado de una profunda transformación del país. También el mundo ha cambiado y los poderes globales que ahora se alinean junto al presidente son la imagen más clara de ese nuevo momento.

El espacio cerrado de la Rotonda del Capitolio, que acogió la investidura a resguardo de las bajas temperaturas, hizo aún más evidente la fotografía de los nuevos círculos más cercanos al poder presidencial. Una nueva jerarquía simbolizada por esta comunión entre el clan familiar y las fortunas tecnológicas de Silicon Valley. Un Elon Musk exultante, acompañado del fundador de Amazon, Jeff Bezos; el propietario de Meta, Mark Zuckerberg; el líder de Apple, Tim Cook, y el de Google, Sundar Pichai, aplaudían desde las primeras filas.

Hace solo tres días Elon Musk compartía un vídeo de una cuenta anónima que anunciaba "las ciudades más peligrosas de Europa" y el magnate de X añadía su propio mensaje: "De MAGA a MEGA: ¡Hagamos a Europa Grande Otra vez!".

El relato de Trump se impone. Incluso antes de jurar el cargo, el impacto global de su segundo mandato ya se ha dejado sentir en Panamá, Londres, Berlín u Ottawa, en Oriente Próximo y en Ucrania. También la Unión Europea corre el riesgo de comprar el discurso del debilitamiento y la división que ya le ha adjudicado la nueva administración estadounidense. En las últimas horas, antiguos líderes comunitarios, de Juncker a Barroso, han salido a pedir a la UE que aproveche el efecto Trump para reforzar de nuevo la idea de unidad. Se logró en el 2016, con el choque del referéndum del Brexit y el desprecio de ese primer Trump que puso a Bruselas y la UE por extensión en su lista de sitios de mala muerte (o "shithole" en inglés, para ser más precisos). Ahora es el primer ministro Viktor Orbán quien advierte de que el regreso de Trump es una oportunidad para la extrema derecha de "ocupar Bruselas". Y la primera ministra Giorgia Meloni ha sido la entusiasta representante del liderazgo europeo en la toma de posesión de Trump. Bruselas tendría que levantar la mirada más allá de la amenaza arancelaria que viene de Estados Unidos para darse cuenta de que lo que está en juego es mucho más que el estado de salud de la economía europea. Es la Unión –como proyecto de integración– tal y como se ha concebido hasta ahora lo que puede empezar a tambalear esta legislatura. El trumpismo alimenta la democracia iliberal a escala global y una extrema derecha europea cada vez con mayor apoyo electoral. Pero la Comisión de Ursula von der Leyen no acaba de calibrar correctamente cuál es la respuesta correcta para un desafío que ya está transformando el orden internacional. Trump es casi una enmienda a la totalidad. Es la gran disrupción. Un factor imprevisible que impacta des de la seguridad continental a la competitividad europea, las relaciones con una China que también busca diversificar los efectos de su propia guerra arancelaria, y la tensión entre política y redes sociales. Europa solo puede ser grande siendo Europa. Una rara avis de cesión de soberanía y búsqueda obligada del consenso que nunca encajará en los esquemas absolutos de Donald Trump.

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