Observatorio de Estados Unidos

La demolición del ala este de la Casa Blanca, metáfora del poder de Trump

Un aspecto de las obras de demolición del ala este de la Casa Blanca, el pasado 23 de octubre.
3 min

Las oficinas de la Primera Dama de la Casa Blanca, destruidas; el cine privado de los presidentes estadounidenses, arrasado; el jardín dedicado a Jacqueline Kennedy, reducido a escombros; la entrada del ala este, donde las sufragistas reclamaron el derecho de voto de las mujeres entre enero de 1917 y junio de 1919, aniquilada; o el salón donde Pau Casals tocó para John F. Kennedy, convertido ahora en polvo y basura: así ha desaparecido lo que Betty Ford, esposa de Gerald Ford –el vicepresidente que sucedió a Nixon tras el Watergate–, llamó el "corazón" de la Casa Blanca.

El ala este adquirió su carácter funcional y simbólico bajo la presidencia de Franklin D. Roosevelt. En 1942, amplió el edificio para cubrir un bunker y añadir oficinas, transformando el vestíbulo de la terraza oriental en el cine privado. Durante más de ochenta años, el nuevo espacio acogió las actividades de las primeras damas, desde la lucha contra la drogodependencia y la promoción de la lectura hasta la planificación de almuerzos de estado y fiestas anuales.

Las excavadoras del presidente Donald Trump han aplastado sin miramiento este "corazón". Ahora será sustituido por un gigantesco salón de baile de 8.000 metros cuadrados –un 60% mayor que la planta de la Casa Blanca– capaz de acoger a 999 invitados y dignatarios extranjeros. Trump justifica la demolición diciendo que futuros presidentes se beneficiarán del edificio como sitio de recepción y diplomacia de alto nivel.

Es cierto que el actual salón de baile sólo acoge a unas 250 personas y que, para eventos más grandes, hay que montar tiendas en los jardines, algo no siempre cómodo. Pero la magnitud del proyecto supera de largo cualquier necesidad práctica y convierte al espacio en un escenario para su protagonismo personal. Así, la sede del gobierno, considerada "la casa del pueblo", corre ahora el riesgo de transformarse en un escenario de megalomanía presidencial, lejos de la humildad y del espíritu democrático que el edificio ha representado tradicionalmente.

Las mentiras sobre el proyecto

Desde el primer día, Trump ignoró las normas y mentió sobre el alcance del proyecto, ya que aseguró que el salón no tocaría el ala este. Su destrucción se llevó a cabo sin el visto bueno de la Comisión de Planificación de la Capital Nacional y tras destituir a los miembros de la Comisión de Artes Plásticas, que asesora sobre la preservación del patrimonio federal.

Estos días, un editorial cada vez menos sorprendente de The Washington Post se ha apresurado a encontrar virtudes en la demolición. El diario reconoce que "muchos ven en los escombros una metáfora del desprecio temerario de Trump por las normas y el estado de derecho", pero añade que "otros ven lo que aman de él: un constructor de toda la vida persiguiendo con audacia una gran visión". Con ello, el diario que contribuyó a derribar a un presidente inicia una defensa del salón valorado en 300 millones de dólares, financiado con donaciones privadas, entre ellas las de Jeff Bezos, propietario del diario y de Amazon, que recientemente interfirió en la línea editorial para beneficiar a Trump.

En los diez meses de su segundo mandato, Trump ha ignorado el Congreso, gobierna a decretazo, ha amenazado a empresas y gobiernos extranjeros y ha extorsionado universidades. La separación de poderes, tan preciada en el sistema político estadounidense, se resquebraja bajo un presidente sin límites. Los trumpistas celebran su revancha, pero a una mayoría estadounidense cada vez mayor no les gusta lo que ven: un país que confunde firmeza con brutalidad y reforma con destrucción. Quizás nunca ha habido una metáfora mejor para una presidencia.

stats