Estados Unidos

Rob Reiner y la degradación de la decencia americana

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Rob Reiner era un tótem de la cultura pop estadounidense, sobre todo para la generación X y los mileniales que crecieron con sus películas. Su obra ha servido no sólo de educación sentimental para millones de personas en Estados Unidos, sino también en todo el mundo. Ya fuera a través de la pérdida de la inocencia en Cuenta conmigo, adaptación del libro The Body de Stephen King; la integridad moral deAlgunos hombres buenos; el triunfo del amor contra la tiranía –aunque fuera en clave cómica– en La princesa prometida; la idealización del poder presidencial en El presidente y Miss Wade; o las preguntas existenciales de Cuando Harry encontró a Sally, su cine ofreció una narrativa común que permitía a los estadounidenses entenderse a pesar de sus diferencias.

Esta conexión brotaba de un idealismo profundo, casi de otra época. Reiner se le había considerado un heredero espiritual de Frank Capra por su fe en las instituciones públicas y por un humanismo que situaba la decencia del individuo por encima de cualquier ideología. Tenía la convicción de que, mientras se respetaran las reglas del juego y un diálogo civilizado, el sistema democrático sería capaz de proteger a los más débiles y de exponer la corrupción y el abuso de poder.

Este principio lo encontramos en la mítica sitcom de los años setenta All in the Family, que hizo saltar a Reiner a la fama con su interpretación de Michael Stivic, un yerno progresista que chocaba con su suegro conservador, Archie Bunker. A través de enfrentamientos cotidianos, la serie puso sobre la mesa temas como el racismo, el sexismo, la política o el choque generacional, temas controvertidos que hasta entonces la comedia televisiva tradicional había evitado. Sin embargo, lejos de la polarización tóxica propia de la era del trumpismo, la serie era una oda a la convivencia, ya que mostraba una realidad cada vez más difícil de concebir: que dos extremos aparentemente irreconciliables podían vivir bajo un mismo techo porque todavía compartían una brújula moral común.

Activista progresista

El idealismo de Reiner no se quedó en la pantalla grande. Defensor enconado de las causas progresistas y uno de los donantes más influyentes del Partido Demócrata, fue también un activista que entendía la política como una herramienta pragmática para mejorar la vida de los ciudadanos. Lejos del elitismo de Hollywood, se implicó personalmente en campañas en California como la defensa del matrimonio entre personas del mismo sexo o la creación de programas de salud infantil financiados con impuestos sobre el tabaco.

Con la llegada de Donald Trump, Reiner centró sus fuerzas en combatir lo que consideraba una amenaza existencial para el país. Esta lucha se truncó de la forma más cruenta hace una semana: Rob y su esposa, la fotógrafa Michele Singer Reiner, fueron asesinados en su casa. La policía ha detenido a su hijo Nick, marcado por un historial de adicciones, como autor del crimen.

La respuesta de Trump ante este crimen brutal traspasó cualquier umbral de decencia. En un mensaje incendiario en las redes, el expresidente ridiculizó a la víctima y atribuyó el asesinato a la "rabia que Reiner provocaba" debido a su "incurable apego" político contra él. Con ese ataque –uno más en su inagotable repertorio de insultos a sus críticos–, Trump sólo confirmó lo que Reiner denunció en vida: la ausencia moral de un líder que, con su conducta, degrada la presidencia y vacía de sentido la institución más alta del país, la que según el imaginario estadounidense debería liderar, inspirar y inspirar.

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