Aviso en Europa: Trump quiere ser nuestro presidente
Las genuflexiones europeas frente a la Casa Blanca marcan el inicio del curso político de la UE, que se encuentra ante un dilema existencial
EstrasburgoLa omnipresencia es un atributo exclusivamente divino. Las religiones dicen que sólo Dios, o su presencia, tiene la capacidad de estar en todas partes a la vez. La norma sagrada amenazaba con romperse esta semana en Estrasburgo, uno de los corazones de Europa. El presidente Donald Trump parecía gozar del don de la omnipresencia: su nombre ha resonado insistentemente por las cámaras y pasillos del Parlamento Europeo, coincidiendo con el inicio del curso político europeo.
Aquí viene una afirmación que duele en Europa: Trump tiene en sus manos el futuro inmediato del continente. La histórica –y comodísima– dependencia de los europeos hacia la Casa Blanca se ha traducido en una estampa difícil de digerir: es Washington, y no Bruselas, quien tiene la clave para incidir en casi todos los debates que centran la actualidad política de la Unión Europea. Es Washington, y concretamente la versión Trump 2.0, quien ha hecho tambalear la imagen de la Unión Europea después de un verano de calvarios. El vigor comunitario exhibido durante la pandemia y los primeros compases de la invasión rusa se han desvanecido. Ahora reina una incómoda sensación de debilidad e impotencia. Es elalemánísima Ursula von der Leyen quien más ha notado la bofetada republicana: de presidenta elevada y elogiada, a presidenta descolocada y cuestionada.
El martes, el semanario Politico describía una escena: Trump dijo en una sesión informal en el Despacho Oval que los líderes de la UE se refieren a él como "presidente de Europa". Desde Bruselas se niega rotundamente el término. Pero de Bruselas no se puede negar una foto rotunda: la del lunes 18 de agosto, difundida con intención por la Casa Blanca, en la que se veía los grandes líderes de Europa asintiendo como alumnos obedientes ante las explicaciones del profesor Trump. El presidente de Estados Unidos daba lecciones sobre el futuro de la guerra en Ucrania. Traducción: el presidente de Estados Unidos les explicaba cómo sería el futuro de Europa.
Una fuente de alto nivel de la Comisión Europea decía esta semana que la relación con la Casa Blanca ha mejorado. Pero que Trump es "impredictible". Y como es "impredictible", los líderes europeos han realizado un máster en diplomacia del servilismo para no enfadar al hombre del tupé. El silencio o el elogio es la estrategia conjunta. Solo hay un líder que ha salido de la línea: Pedro Sánchez, que, aparte Gaza, ha puesto mala cara ante las exigencias comerciales y militares de Washington. Se dice que el presidente español no estuvo presente en la Casa Blanca el 18 de agosto por temor a que distorsionara el clima del encuentro.
"Europa es un jardín rodeado de junglas", sentenció Josep Borrell hace tres años. Europa, más que un jardín, a menudo parece una burbuja: bonita y fragilísima que flota en un mundo donde vuelve a primar la lógica imperial. Y por los pasillos de la burbuja, se repetían esta semana mantras que ayudan a completar la radiografía del momentum europeo: la salud política y económica de Alemania y Francia preocupa; la guerra en Ucrania será larga; la posición sobre Gaza –condicionada por Berlín– es el elemento que más divide a los Veintisiete; nadie se fía de China; nadie puede pasar por alto el ascenso de la extrema derecha en el continente.
El 'ser o no ser' europeo
Pero hay un mantra estrella, una poción mágica que se invoca con vehemencia desde que Vladimir Putin decidió invadir Ucrania por tierra, mar y aire: autonomía estratégica. Traducción: liberarse o diversificar al máximo las dependencias por no ser esclavo de nadie. Después de haberse emancipado, a la fuerza y demasiado tarde, de la energía envenenada del Kremlin, el siguiente paso –que también va tarde– es independizarse del paraguas de seguridad de Washington. En el horizonte, la Europa geopolítica.
Pero los pasillos de la burbuja dicen que la autonomía está más lejos de lo que dice el discurso oficial, y que, durante estos años, hay que seguir poniendo buena cara en la Casa Blanca por supervivencia. La distancia que separa a Europa de la autonomía es técnica, pero también ideológica. Es necesaria también una emancipación mental para asumir medidas políticas polémicas como el incremento del gasto militar.
Me quedo con dos frases de esta semana en la burbuja de Estrasburgo. La primera es de la comandante Von der Leyen, el miércoles, durante el discurso del estado de la Unión: "Europa debe luchar por su sitio en el mundo. (...) ¿Europa tiene estómago para luchar?". La segunda es de una persona que, el miércoles, escuchaba las palabras de Von der Leyen desde una posición privilegiada: "La guerra de Ucrania durará lo que los ucranianos aguanten, lo que los americanos quieran y lo que Putin pueda permitirse".
La primera es el dilema geopolítico y existencial que debemos contestarnos los europeos: ¿Quiere Europa entrar en el patio de los mayores y volver a tener voz? La segunda es la realidad en septiembre de 2025: el poder de Europa es insuficiente para incidir en las ecuaciones que deciden el paisaje global de mañana.