Relaciones Reino Unido-Estados Unidos

Carlos III contenta a Trump abriéndole las puertas de Windsor, donde se ha proyectado la foto de la ficha policial del presidente

El presidente de EEUU llega al Reino Unido por su una segunda visita de estado, que la mayoría de británicos rechaza

Carlos III y Donald Trump salen de Windsor en carruaje
17/09/2025
6 min

WindsorNi todos los hombres del presidente Trump –se desplaza con unas mil personas–, ni el empalagoso despliegue de servilismo y pompa de la monarquía británica y el gobierno Starmer pueden eclipsar que la llegada del republicano y su esposa, Melania, al castillo de Windsor, este miércoles al mediodía, es un plato de muy mal gusto para una gran sabor.

La prueba más evidente ha tenido lugar media hora después de que el Air Force One aterrizara, sobre las nueve de la noche del martes, en el aeropuerto de Stansted. Mientras Trump todavía encajaba manos de bienvenida a pie del avión, a 115 kilómetros de distancia, un grupo de protesta ciudadana proyectaba contra una de las torres del Castillo de Windsor –epicentro del viaje– un par de vídeos con imágenes, escritos, fotos y motivos alusivos, entre otros hechos, a la relación del presidente con el pederasta Jeffrey Epstein.

Imágenes que son ya conocidas en todo el mundo, como la de la silueta de una mujer que Trump hizo para el libro de cumpleaños del multimillonario caído en desgracia, también de algunas de sus víctimas, entre otras, Virginia Giuffre, la mujer que denunció al príncipe Andreu imagen de la ficha policial del convicto Trump. Un delincuente al que la monarquía británica abre de par en par las puertas del castillo que fue uno de los refugios más emblemáticos de la reina Isabel II. La sesión nocturna de cine contra las piedras del castillo ha supuesto el arresto de cuatro personas, aunque la protesta fue pacífica.

Segundo vídeo de denuncia en Windsor contra Trump por el caso Epstein

Pero que la visita presidencial causaba rechazo no solo entre los activistas más convencidos también lo dice una encuesta de Ipsos Mori, publicada en las últimas 48 horas, que indica que ni el republicano ni sus políticas gustan al 61% de los ciudadanos del país. De hecho, aparte de ambos vídeos, también este martes, pero a primera hora de la tarde, ha habido otro episodio de protesta en la famosa villa real, situada unos 40 kilómetros al oeste de Londres. Rachel Stephenson, del grupo 38 Degrees, ha coordinado uno, con la participación de un actor, Adam, que se ha plantado al pie de la estatua de la reina Victoria para gritar que "Trump, y su estilo de político, no es bienvenido en Reino Unido", ha dicho. "Mientras el rey ha desplegado la alfombra roja, estamos aquí para decirle que la recoja. Él, y todo lo que representa, no es bienvenido", afirma al ARA Rachel.

Además, está programada una manifestación este miércoles, en el centro de Londres, en contra del viaje presidencial. Pero para evitar problemas, y con la excusa de que el Palacio de Buckingham está en obras, Trump ni pasará por Downing Street ni, prácticamente, tampoco pisará Londres, a excepción de esta primera noche del martes. La pareja presidencial ha dormido en Winfield House, la residencia privada del embajador de Estados Unidos en la capital británica, una mansión (english townhouse) en el interior de Regent's Park.

En las actuales circunstancias, la visita tampoco es demasiado oportuna para el premier, a quien coge en medio de los peores quince días desde que gobierna, durante los cuales ha perdido su viceprimera ministra, el embajador en Washington y su jefe de estrategia política por escándalos distintos. Tal es la sensación de caos en el Número 10 que Starmer ya ha tenido que oír de prominentes voces del laborismo que su liderazgo tiene fecha de caducidad: el próximo mayo, en función del resultado de las elecciones locales en Inglaterra y de las nacionales en Escocia y Gales. Y las encuestas son nefastas para sus intereses.

La puerta de acceso a The Long Walk, cerrada y vallada, y con una valla de madera para que nadie vea nada desde el exterior, este martes por la tarde, en el castillo de Windsor.
Trump y Melania son recibidos por el vizconde Henry Hood a su llegada a Londres.

La patata caliente de la llegada del magnate –la segunda visita de estado que hace, algo excepcional– muestra, además, el verdadero papel de los royals en tanto que herramientas del supuesto soft power británico. Porque a petición de Downing Street, para satisfacer la vanidad de Trump y untarlo con vaselina para hacer negocios y evitar la imposición de demasiados aranceles, Carlos III y Camila harán en las próximas horas de reyes de serie de Netflix, sonreirán todo el rato y mostrarán al imprevisible amigo americano todo el tiempo. Y es capaz de ofrecer mucha: banquete de gala, paseo en carroza y un par de camas entre los muros de Windsor.

Poco antes de subir al Air Force One para volar hacia Reino Unido, Trump se ha referido a ello: "Nunca habían utilizado el castillo de Windsor de esta manera; utilizan el Palacio de Buckingham. No quiero decir que uno sea mejor que el otro, pero el castillo de Windsor es el máximo". Trump, además, ha querido menospreciar el carácter político del desplazamiento, diciendo que todo se debe, "principalmente, al rey Carlos, todo un caballero, que tan bien representa al país, ya la reina Camila, que llevan mucho tiempo siendo amigos" suyos.

Pero la visita sí tendrá una segunda jornada más política, el jueves, con una entrevista con el premier Starmer, en su residencia de campo, Chequers. Negocios sobre inteligencia artificial, participación en centrales nucleares, seguridad y defensa, Ucrania y Gaza –Reino Unido tiene previsto reconocer el estado palestino la próxima semana, en la asamblea general de la ONU– serán algunos de los cantos temas que tendrán que abordar. Y Londres, como cabe esperar, repitiendo la cantinela de la especial relación, como si estuviera entre iguales.

Rachel Stephenson, de 38 Degrees, y el actor Adam, que ha llevado a cabo una acción de protesta contra la presencia de Trump en Reino Unido.
Estatua de la reina Victoria, junto a la entrada del castillo de Windsor, preparado para recibir a Donald Trump y su esposa, Melania.

Windsor, políticamente un territorio conservador, lleva días preparado para la visita. Banderas americanas y británicas decoran la High Street, carpas con equipos de televisión –en su mayoría británicos y americanos– se han apostado ante la entrada del castillo. Pero a diferencia del trato ofrecido el pasado julio al presidente francés, Emmanuel Macron, que paseó en carroza descubierta por el centro del pueblo, el carruaje que se le ha preparado a Trump sólo paseará por el interior de los terrenos del castillo, lejos de las miradas de todos. No tanto por miedo a un francotirador –la seguridad es máxima, como no se ha visto desde la coronación de Carlos III– como para evitarle el trance de los más que probables abucheos.

Turistas frustrados

Lo que está claro es que la postal perfecta que habitualmente es Windsor –entre el castillo y el Eton College– se ha visto alterada por una presencia bastante incómoda. La prueba más evidente es la frustración de muchos turistas, que este martes –y ya desde el pasado viernes– han visto cómo no podían acceder al Long Walk al permanecer cerrada la Park Street Gate, la puerta por la que se accede a la famosa avenida arbolada de más de cuatro kilómetros que une el castillo con la estatua ecuestre de Jordi III, icónicas de la residencia real. Y no sólo la puerta está cerrada, sino que, además, se ha instalado por otro lado una valla de madera de casi tres metros de altura para que sea imposible ver nada desde el exterior. Trump tendrá carroza, pero sólo se verá por televisión. Sin extras: no podrán abuchearle, pero tampoco le aplaudirán.

Todo este despliegue con la esperanza de que el presidente de Estados Unidos se vaya contento por el trato recibido, a corazón que quieres, como el rey que nunca será, que haga negocios –Londres espera cerrar acuerdos económicos por valor de 10.000 millones de dólares– y, sobre todo, que no repita lo que hizo en la primera visita2; humilló a la primera ministra, Theresa May; ni tampoco que insulte a nadie desde las redes sociales, como hizo al año siguiente minutos antes de aterrizar en el aeropuerto de Stansted, cuando despreció el alcalde de Londres, Sadiq Khan. Pero Trump es una bomba de relojería. Y Starmer, que ya tiene suficientes quebraderos de cabeza, no quiere añadir otro.

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