Es habitual en los periodistas que van a guerras crear un vínculo especial con alguna de las ciudades en conflicto. Suele ser una elección irracional, instintiva, a menudo vinculada a una experiencia remarcable vivida allí.
"¿No notas la vibra? Pokrovsk es especial... aquí caen bombas, el frente está a 40 kilómetros, pero la gente conduce escuchando música con el volumen altísimo". Fue Olha, periodista de Kiev y esos días fixer del ARA, quien me lo advirtió la primera vez que visitaba esta ciudad ucraniana del Donbás. Desde el inicio de la invasión rusa, Pokrovsk, centro estratégico del ejército de Zelenski, había adquirido un aura particular: las calles estaban llenas de soldados que iban y venían del frente; algunos puentes ya estaban preparados para hacerse explotar en caso de que el enemigo llegara; todo el mundo conocía a la perfección el sonido que hace una bomba cuando estalla cerca de ti; pero la gente simulaba olvidar que la guerra avanzaba decididamente hacia la ciudad. Una noche de bombardeos, unos soldados abrieron botellas de whisky y se las bebieron juntos en un apartamento porque así las bombas rusas daban menos respeto y después les era más fácil conciliar el sueño. Decían que era una práctica habitual en muchas casas durante las madrugadas en las que el ejército de Putin los castigaba con rabia imperial.
También es habitual en los periodistas comprobar cómo las ciudades en guerra desaparecen.
La segunda vez que estuve en Pokrovsk, el hotel y el restaurante donde había dormido y cenado cada noche el año anterior ya no existían: un misil ruso los había hecho saltar por los aires. La tercera vez, lo que ya no existía era un centro comercial frecuentado por militares y periodistas: desaparecido también por un misil del Kremlin. En el último viaje a Ucrania, el pasado septiembre, los mismos soldados ucranianos desaconsejaban a los periodistas acercarse a Pokrovsk: el enemigo estaba a las puertas y el cielo estaba lleno de drones asesinos. La ciudad se había convertido en frente.
Las imágenes que llegan hoy de Pokrovsk muestran un paisaje irreconocible: bombardeado hasta el agotamiento, lleno de edificios esqueleto, vacío de vida, sin música. Esta semana se hacía viral un vídeo de soldados rusos entrando en motocicleta en la ciudad fantasma. Está previsto que, en los próximos días, las tropas de Moscú canten victoria sobre Pokrovsk. Será la localidad ucraniana más grande conquistada desde el 2023, un golpe simbólico importante para Kiev. Será otra localidad ucraniana arrasada por la guerra. Pokrovsk había visto pasar por sus calles la Primera Guerra Mundial, la guerra civil rusa y la Segunda Guerra Mundial, en la que fue ocupada por las tropas nazis.
Pokrovsk, de hecho, no siempre se ha llamado Pokrovsk. Hasta 1934, se llamaba Grishino. Luego se llamó Krasnoarmeisk. En mayo del 2016, y ya comenzada la guerra del Donbás, Ucrania la rebautizó como parte del proceso de descomunización exprés del país. El nombre de Pokrovsk evoca a la Protección de la Virgen. Putin ya vuelve a referirse a ella como Krasnoarmeisk, que evoca una figura aún más divina para él: el Ejército Rojo.
¿Se puede llamar ciudad de lo que queda de Pokrovsk? Antes de la invasión vivían unas 60.000 personas. Ahora quedan poco más de un millar de civiles.
La inminente caída de Pokrovsk me hace pensar, sobre todo, en un matrimonio que conocí allí en un sótano la noche de Reyes de 2024. Fuera, las bombas caían tan cerca que temblaban paredes, ventanas y suelo. El matrimonio, de unos sesenta años, invitó a la gente asustada a su casa cuando el ataque ruso acabó. Ofrecieron café, frutos secos, galletas. Recuerdo el apartamento: humilde, pero ordenado, limpio, cuidado con amor. Recuerdo la ternura del matrimonio: explicaron que sus hijas habían huido de la ciudad cuando la invasión empezó, que querían que ellos también huyeran, pero que ellos no se irían porque toda su vida estaba en Pokrovsk. Recuerdo también una frase que dijo el hombre para tratar de calmar a la gente asustada por la guerra: "Venga, expliquémonos cosas divertidas". Seguidamente, encendió la televisión, puso un programa musical y subió el volumen.
Al día siguiente perdí la nota con su número de teléfono. Es inevitable preguntarse dónde están ahora. En el mejor de los casos, habrán abandonado su casa. Las guerras están llenas de Pokrovsks.
Escribo por Whatsapp al comandante Baloo. Nos conocimos en el centro comercial desaparecido de Pokrovsk. Ahora está movilizado en otro punto del frente del Donbàs.
—¿Sigues la actualidad de Pokrovsk?
—Sí... los rusos nos tienen casi rodeados y la ciudad está muy destruida. Es muy triste.
—¿Cómo estás?
—Así, así... Ahora mismo estudiando y trabajando en el uso de drones terrestres.
—Esto es nuevo, ¿no?
—Más o menos. Queremos empezar a utilizarlos más en el campo de batalla.
La guerra no se detiene.