Extrema derecha

Los discípulos de Trump se esparcen por el mundo (y se normalizan en Europa)

El populismo estridente, que recoge la rabia y la frustración de la población, se impone a la política global y amenaza a las democracias liberales

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Un fotomontaje muestra las siluetas de Wilders, Milei, Meloni y Trump.

BruselasCon menos de una semana de diferencia, la extrema derecha ha sumado otras dos grandes victorias electorales. El ultraderechista Javier Milei ganó el pasado domingo las elecciones presidenciales argentinas y el xenófobo Geert Wilders fue el candidato más votado en los comicios legislativos neerlandeses de este miércoles. Aunque Argentina y Países Bajos están separados por más de 11.000 kilómetros y tienen un contexto económico y social muy distinto, la ola internacional reaccionaria comparte diferentes rasgos ideológicos y formas de convencer al electorado.

La mayoría de los nuevos líderes de extrema derecha no han hecho una carrera política convencional y, de hecho, se erigen en los principales azotes de los dirigentes y partidos más tradicionales. Son a menudo exmiembros de formaciones más moderadas, como el español Santiago Abascal, y montan su propio partido, mucho más radical y extremista. También los hay, como el brasileño Jair Bolsonaro, la francesa Marine Le Pen o Wilders, que hace años que se dedican a ello, pero no han logrado sacar buenos resultados ni salir del ostracismo hasta hace relativamente poco.

El otro caso es el que han protagonizado el estadounidense Donald Trump o Milei. Se construyen la fama en los medios de comunicación y en las redes sociales a base de estridencias e irrumpen en el tablero político prometiendo que lo harán saltar por los aires, porque aseguran no formar parte de esta "casta" y dicen pestes contra lo que ellos inevitablemente ya son: políticos.

Recogen los votos del desencanto general contra las formaciones políticas más convencionales y prometen el retorno de un pasado teóricamente mejor. Trump repetía el lema "Make America great again" y Milei quiere viajar a la Argentina de hace 100 años, la que antes de la llegada del peronismo "tenía un producto interior bruto per cápita más elevado que el de Estados Unidos".

Donald Trump en un mitin en Florida.

De hecho, las redes sociales son su apéndice político y los algoritmos premian sus salidas de tono. Trump o Wilders con Twitter, o Milei especialmente con TikTok. Además, son la vía idónea para difundir sus noticias falsas o miedos infundados, y ya no tienen que pasar por el filtro de los medios de comunicación para llegar al electorado.

En este sentido, captan a muchos votantes jóvenes que no han vivido esta supuesta arcadia feliz de épocas pretéritas y que a menudo son más bien apolíticos. También, cada vez el electorado es más volátil y menos fiel a una formación concreta, lo que facilita aún más sumar a un gran número de votantes en unos comicios y momentos dados.

La inmigración, blanco fácil

En esta línea, se aprovechan de la indignación popular provocada por motivos completamente legítimos, como puede ser la inseguridad económica y social, la corrupción o, entre otros, la inflación endémica. Otra cosa, claro, son los remedios que recetan. Sobre todo en Europa, el debate se centra en gran parte en la inmigración y se la señala como el origen de todos los males.

Sin ir más lejos, el neerlandés Wilders ha ganado las elecciones con un programa electoral claramente xenófobo y anticonstitucional. Promete cerrar mezquitas y prohibir el Corán, algo que ya ha dicho que no hará para no asustar a sus socios potenciales y convencerlos. Pero lo peor de todo es que estos partidos consiguen condicionar el discurso del resto de formaciones, especialmente la derecha tradicional, y hacer virar el debate y las medidas hacia posicionamientos de extrema derecha.

El caso de la Unión Europea está muy claro. La opinión pública europea y los Veintisiete temían que la italiana Giorgia Meloni se convirtiera en incordio constante y, como Polonia y Hungría, empezara a tropezar todo tipo de medidas. Al final, Meloni ha rebajado el tono en casi todas las cuestiones menos en el reto migratorio.

De hecho, no le ha hecho falta. Ha visto cómo los Veintisiete y la Comisión Europea, liderada por Ursula von der Leyen, han asimilado en general el discurso de la extrema derecha en cuestiones migratorias y la dirigente italiana ha firmado acuerdos antiinmigración con distintos líderes estatales. Este miércoles, por ejemplo, nada menos que con el socialdemócrata Olaf Scholz, el canciller de la mayor economía del bloque europeo, Alemania. Meloni, pues, ya ha entrado en la normalidad de Bruselas.

Contraolas y contrapoderes

La extrema derecha también suele potenciar las contraolas a movimientos que han logrado grandes avances sociales, como el feminismo, los derechos de la comunidad LGTBIQ+ o el ecologismo. Últimamente, más allá del machismo y la homofobia tradicional, la extrema derecha se está centrando cada vez más en cargar contra las medidas verdes y niegan o desprecian las consecuencias del cambio climático. Así, dicen querer salvar a los campesinos, ganaderos y grandes industrias del alud de medidas ecologistas que supuestamente tienen que afrontar y los ahogan.

Meloni recibiendo a Von der Leyen en el Palacio Chigi de Roma.
El primer ministro húngaro, el ultraderechista Viktor Orbán, en la entrada del Consejo Europeo de Granada.

Uno de los grandes culpables de todas estas normativas verdes, según la ultraderecha, es Bruselas. El ejecutivo de Von der Leyen, aunque con la cuestión migratoria se ha acercado a la extrema derecha, en materia medioambiental ha sacado adelante un plan muy ambicioso, algo que desagrada incluso a la dirección de su familia política, el Partido Popular Europeo. De hecho, se prevé que en los próximos comicios europeos del próximo junio el ecologismo sea un tema central en la campaña electoral y que la extrema derecha, e incluso la derecha, haga de ello uno de sus principales caballos de batalla.

Ahora bien, a pesar de que la ultraderecha ha logrado llegar al poder en distintos países, a menudo se ha encontrado con los contrapoderes de democracias consolidadas que les han parado los pies. Además, como se ha hecho evidente con Wilders, los dirigentes ultraderechistas a menudo han rebajado el discurso para ampliar su base de electorado o para llegar a pactos con otras formaciones políticas, que necesitan para gobernar o sacar adelante medidas.

Tras sus mandatos, se han vuelto a celebrar elecciones en completa normalidad y, en muchos casos, han perdido el poder. Se ha visto con Trump (a pesar del asalto al Capitolio), con Bolsonaro o en Polonia. Ahora bien, siempre existe el peligro de que se reproduzca el caso de Hungría, donde Viktor Orbán se ha consolidado en el poder y se ha hecho el país a medida para perpetuarse.

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