Una de las citas más repetidas sobre la guerra es del militar prusiano, pensador e historiador de la guerra, Carl von Clausewitz. La describió como "la continuación de la política por otros medios". Podemos reinterpretarla entendiendo que si hay guerra es porque otros medios disponibles no han dado resultados. Desde esa relectura, las guerras sí serían el fracaso de la política, incapaz de aportar respuestas menos costosas, dolorosas y arriesgadas.
La nueva guerra en Oriente Próximo, con epicentro en Gaza, es una trágica confirmación de lo estrepitoso que ha sido el fracaso en algunas de las políticas desplegadas hasta ahora. Para empezar, demuestra el fracaso de las soluciones propuestas por la comunidad internacional para poner fin a un conflicto que dura, al menos, más de siete décadas. Y también de los mecanismos de seguridad colectiva para hacerlas cumplir.
En los años noventa se abrió una ventana de esperanza con los acuerdos de Oslo. Se vislumbraba un futuro en el que dos estados viables, Israel y Palestina, pudieran convivir en paz y seguridad, con unas fronteras mutuamente acordadas, con Jerusalén como capital de ambos estados y con una solución justa para los refugiados. Esta perspectiva de solución, generosamente financiada por la UE, es la que con mayor o menor entusiasmo sigue reiterando “la comunidad internacional”, en parte porque no concibe ninguna otra. Sin embargo, con el paso del tiempo va mermando el apoyo a esta solución entre los propios interesados, quienes todavía la defienden se ven desautorizados por los hechos, y se discute abiertamente sobre si ya es una solución obsoleta.
"Un nuevo Oriente Medio"
El estallido de esta guerra pocos días después de que Jack Sullivan, consejero de seguridad nacional estadounidense, afirmara que “Orient Medio no había estado tan tranquilo en las últimas dos décadas”, también confirma el fracaso de las apuestas en política exterior tanto del gobierno de Israel como de sus socios estadounidenses. Israel quería afirmar su legitimidad dentro de un nuevo Oriente Medio y demostrar que no tiene un problema con los árabes sino con algunos palestinos. Para Estados Unidos era un éxito que sus aliados normalizaran relaciones y unieran fuerzas contra rivales compartidos como Irán. El problema es que esa paz regional se construía sin los palestinos. Es más, a medida que avanzaban estos acuerdos –recordemos que en estas semanas habían trascendido los progresos en las conversaciones entre israelíes y saudíes– aumentaba el sentimiento de abordamiento de los palestinos. Por tanto, al menos por ahora, los acuerdos de Abraham no nos han acercado a la paz, más bien lo contrario.
Por último, y cómo relataba Juan B. Culla en este diario mucho mejor de lo que yo puedo hacerlo, la ofensiva de Hamás supone un fracaso de las políticas de seguridad israelíes, especialmente en términos defensivos. Toda la inversión en barreras físicas, en inteligencia, en poder disuasivo, no ha evitado un ataque con un efecto traumático sobre una población que, aun sintiéndose rodeada de enemigos, confiaba en su superioridad militar y tecnológica. El fracaso de las políticas defensivas conducirá inevitablemente al recurso a soluciones ofensivas. Y, a su vez, esto hará aún más difícil la construcción de unas bases duraderas por la paz y la convivencia.
Todos estos fracasos son mayúsculos y las consecuencias peligrosías. La urgencia ahora es evitar una escalada del conflicto y un nuevo drama humanitario, pero en algún momento deberemos encontrar energías para entender por qué han fallado todas estas políticas, si son recuperables y cómo, o si lo que hace falta es pensar nuevas .