Kherson y la muerte del alma urbana

La ciudad, que fue símbolo de la resistencia ucraniana, sufre por la proximidad al frente

KhersonEn los pequeños pueblos y aldeas visibles desde la carretera que une Mikolaiv con Kherson el rastro de destrucción es casi constante. Muchas de las gasolineras, granjas y pequeñas fábricas que hay por el camino están en ruinas. Durante el primer medio año de guerra la línea de frente cruzaba estas tierras, hasta que las fuerzas ucranianas las van liberar el otoño de 2022 y empujaron a las tropas ocupantes hasta el otro lado del río Dnipró. En pequeñas localidades como Posad-Pokrovske se están reconstruyendo varias casas. Algunos vecinos han ido volviendo y la vida poco a poco vuelve a realizar acto de presencia. También se ven operarios trabajando en la construcción de nuevas líneas defensivas y fortificaciones.

En la marshrutka medio vacía que por la noche nos transporta hasta Kherson algunos de los pasajeros conversan tranquilamente, y dos adolescentes miran vídeos en el móvil. Al acercarnos a la ciudad, una madre que viaja con su hija mira por la ventana del vehículo con desazón. En general, pocos elementos indican que nos adentramos en un lugar que, desde la expulsión de las tropas rusas, ha quedado situado en la línea de frente que marca el río, y donde los no residentes necesitan una autorización militar especial para acceder.

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La primera impresión se desvanece rápidamente y, una vez dentro, la ciudad de Kherson se ve muerta, sin alma. Caminando por las calles totalmente desiertas del centro la sensación de vacío es abrumadora. En edificios, en el asfalto y en las aceras hay esparcidas marcas de impactos de los proyectiles de artillería con los que los rusos a menudo castigan a la ciudad desde el otro lado del río. Los semáforos no funcionan y casi todos los comercios, negocios, bares y restaurantes están cerrados. La presencia del estado o de cualquier tipo de autoridad es escasa, casi imperceptible. El toque de queda comienza a las 21 horas y en los únicos restaurantes que quedan abiertos la venta de alcohol está prohibida a partir de las 18 horas.

Ciudad conquistada, ocupada durante medio año, liberada, y desde finales de 2022 golpeada como pocas por la proximidad a las líneas enemigas, ninguna capital regional ucraniana ha sufrido todas y cada una de las dimensiones de la agresión rusa con la intensidad con la que lo ha hecho Kherson. Día y noche, el ruido de la artillería irrumpe repentinamente, en secuencias de entre 4 y 8 disparos, con intervalos de uno o dos minutos entre explosión y explosión. A menudo durante las noches, la ciudad y sus alrededores también son objeto de ataques con drones. El goteo casi permanente de civiles muertos y heridos impone un telón pesado de tragedia y la gente que se ha quedado se ha visto obligada a aprender a convivir con ellos.

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De los 330.000 habitantes que la ciudad tenía antes el inicio de la agresión rusa ahora tan sólo queda una quinta parte. Se trata, en muchos casos, de la gente más pobre, y de la mayor, que en estas latitudes a menudo es la misma. La proximidad física de la guerra obliga a centrarse en lo más básico: los días se convierten en repeticiones sucesivas de la acción cotidiana de sobrevivir.

Los distritos de la ciudad se vacían y se vuelven más fantasmagóricos cuanto más cerca están del río, donde se encuentra el barrio viejo y el puerto, y donde Kherson se ha convertido en un lugar extraño y hostil en la vida. Parques como los de Shevchenko o el de la antigua fortaleza de la ciudad son ahora parajes postapocalípticos, en los que el tiempo hace mucho que se detuvo. Plantas, matorrales y árboles se esparcen y ocupan espacios, pasarelas y caminos, ahora abandonados. Y en la superficie de antiguas atracciones de feria y columpios decolorados y oxidados hay empotrados proyectiles metálicos de artillería. En el páramo detrás de la catedral ortodoxa de Santa Caterina está todavía la enorme estructura de la antena de televisión que los soldados rusos volaron poco antes de huir de la ciudad.

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El legado de la ocupación rusa

En el casco antiguo se encuentran los museos regionales. Los ocupantes saquearon buena parte de sus colecciones horas antes de dejar Kherson. Es el caso del museo de arte, del que robaron cerca de 10.000 de las 14.000 obras pictóricas y escultóricas que existían. Olha Honcharova es la directora del museo de historia local desde el pasado año, y ha trabajado allí toda su vida. Aunque ahora está cerrado, y ubicado en una zona poco segura, sigue yendo cada día a su despacho. Con una tristeza visible, relata cómo unos 70 miembros de los cuerpos de seguridad rusos entraron de noche y vandalizaron y robaron todo lo que pudieron, y se llevaron piezas de períodos desde la antigüedad hasta la época contemporánea . El objetivo, según ella, era falsear la historia, borrar las evidencias de civilización en la región antes de la llegada de los rusos a finales del siglo XVIII. Honcharova también explica cómo, durante la ocupación, la ciudad se convirtió en un gueto donde la gente vivía aterrada, y donde se prohibió toda muestra de identidad ucraniana, desde símbolos nacionales hasta canciones, pasando por cualquier insignia de estado. Se impusieron los símbolos del estado ruso y las escuelas rusificadas. "Por eso derramamos sangre ahora, para mantener nuestra independencia", afirma.

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Oleksandr es fotógrafo, y también vivió en Kherson durante parte del tiempo que la ciudad estuvo controlada por los rusos. Describe cómo al estado inicial de choque y pánico colectivo le siguieron las primeras manifestaciones masivas de rechazo a la ocupación, en las que participaron muchos miles de personas, por sorpresa de todos. "La gente vino de muchos lugares cercanos, con banderas ucranianas y gritando "Kherson es Ucrania"", dice. Las protestas se respondieron con fuego real y granadas, que causaron heridos e incluso fallecidos, y enseguida se activó la maquinaria represiva y una campaña de detenciones a gran escala. De muchos de los detenidos no se ha sabido otra cosa.

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El museo de arte de Kherson se encuentra en el edificio del antiguo Ayto. de la ciudad. Desde la azotea se ve el majestuoso río Dnipró y la orilla sur, ahora en manos de los soldados rusos. Cerca de esta nueva línea que divide el continente europeo, y que ahora separa dos ideas nacionales irreconciliables, hay un pequeño edificio de cuatro plantas donde tiene su casa Tatiana. Originaria de Kherson, ha vivido toda su vida. Con mucha naturalidad, explica cómo a veces ve drones rusos atravesando el río, dejando caer la carga explosiva en algún punto de la ciudad, y volviendo a cruzarlo. Desde la liberación de la ciudad vive a caballo entre Kherson y Odessa, donde se han trasladado a su hijo y sus nietos. Hace pocos meses, al regresar, se encontró con que un proyectil había impactado contra el comedor de su piso, y había destruido una parte. "¿Qué debería hacer? Es mi casa, y no tengo otra donde ir", responde Tatiana, cuando se le pregunta si no piensa marcharse. Quizás no abandonar la tierra natal se ha convertido también en una forma de resistencia.