El putinismo geopolítico avanza

Por si faltaban datos sobre el proyecto de incertidumbres con el que el régimen de Vladimir Putin intenta resquebrajar a Europa, apuntando sobre todo a la Unión Europea y la OTAN, basta con echar un vistazo a las elecciones presidenciales en Eslovaquia del pasado domingo, ganadas por Peter Pellegrini, la última adquisición de lo que podríamos llamar putinismo geopolítico.

Pellegrini y su colega primer ministro Robert Fico –en el poder desde otoño del 2023– son, aunque se presentan como socialdemócratas, una clara expresión del proyecto iliberal que tiene la democracia europea en su punto de mira. Se trata de una intimidación que ha sufrido en su propia piel la presidenta saliente, la liberal Zuzana Caputová, que tuvo que renunciar a su reelección ante persistentes amenazas de muerte. Caputová representa el apoyo de Eslovaquia en Ucrania, mientras que Pellegrini y Fico representan la negociación con Putin y la aceptación de todo tipo de concesiones territoriales. Y ya les estaría bien no sólo que Eslovaquia saliera de la OTAN sino que –como promueve el también putinista húngaro Viktor Orbán– los derechos civiles estuvieran supeditados a formulaciones ultraconservadoras: los derechos de las mujeres, revisados, y los de las personas LGTBI, anulados.

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Eslovaquia nunca ha llegado a articular en su historia una democracia mínimamente de calidad. Cuando Hitler invade Checoslovaquia y se anexiona el territorio checo, en Bratislava aparece el estado colaboracionista eslovaco presidido por el cura ultra Jozef Tiso. Al cabo de cinco décadas, cuando la URSS se desmorona y Checoslovaquia se divide, en Eslovaquia se asoma Vladimír Meciar, que encabeza un régimen en el que lo que queda del kagebismo –Eslovaquia era una de sus bases operativas– s viene a hacer inquietantes alianzas con el ultranacionalismo. No son extrañas, pues, en pleno putinismo, las reapariciones ultras en Bratislava.

Los riesgos de Putin

Con un panorama como este, se puede decir que a Putin Europa no le da ni pizca de miedo. Y quizá, una vez más, habría que recordar que Rusia sólo respeta a quien teme. Quien la intimida o la disuade con contundencia y no con sanciones económicas que no acaban de dar resultados. La Unión Europea finalmente lo ha entendido, pero esto no garantiza que los acuerdos del núcleo dirigente –la Comisión y el Consejo– sean suficientemente sólidos. Tampoco hay indicios de que se desplegarán con bastante fuerza. Desde hace meses, Bruselas trabaja día y noche para detectar la intromisión del régimen de Putin en las elecciones europeas, interferencias basadas en mentiras y confusión de todo tipo.

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Pero la de la UE es más una escalada de intenciones que de realidades. ¿Qué puede ocurrir si a raíz de las elecciones europeas de junio el poder parlamentario de los ultras no sólo no merma sino que llena más escaños en el hemiciclo de Estrasburgo? ¿Qué pasaría si los ultras se sienten, no ya fuertes, sino fortísimos? Y no sólo Fico y Orbán, sino también Marine Le Pen, Salvini e incluso la pragmática Meloni. Pues podría ocurrir que, si el populismo ultra europeo se anima aún más, el clima de preguerra que se cierne sobre Europa desde principios de 2024 se haga más denso.

Y la estrategia de la tensión acabaría imponiéndose con la irrupción de otros actores geopolíticos: las comunidades rusas de las repúblicas bálticas atizando la enemistad con la UE y la OTAN, o la prorrusa y putinista región de Transnístria desestabilizante Moldavia. Y, en un escenario así, quizás Alemania debería asumir el servicio militar obligatorio, como ya han hecho Letonia y Noruega. Por ahora, la capacidad de Berlín para disuadir al Kremlin es consideradanula.

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