La radicalización de Europa

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Imagen de la cumbre de extrema derecha en Madrid con el líder de Vox, Santiago Abascal, y el primer ministro húngaro, el ultra Viktor Orbán

Cada nueva elección en Europa es un paso más en la consolidación de la extrema derecha y la normalización de su acceso al poder. Finlandia, Suecia, Eslovaquia, Italia, Hungría, la República Checa y, ahora, los Países Bajos, donde el Partido de la Libertad, de Geert Wilders, se ha convertido esta semana en la fuerza más votada en un Parlamento atomizado que hace tiempo que refleja la crisis de las grandes familias políticas. Wilders lo tiene muy complicado para conseguir la mayoría que le permita gobernar, pero su resultado es la confirmación de este proceso de desmantelamiento de los equilibrios políticos que consensuaron la construcción de la Unión Europea.

Una encuesta de intención de voto en las próximas elecciones europeas, convocadas en junio del 2024, pronosticaba este verano que la derecha radical y los partidos euroescépticos serán las fuerzas que más crecerán, en detrimento de los partidos centristas. Sobre todo, después de años de ver cómo el centroderecha compra, cada vez más, la agenda y la retórica de la derecha radical.

Le pasó a Nicolas Sarkozy con Marine Le Pen; Feijóo ha descubierto el coste político de los pactos con Vox, y los Demócratas de Suecia, un partido con raíces neonazis con un discurso de ley y orden, valores de familia tradicional y protección de las pensiones amenazadas, según ellos, por la inmigración, quedó en segunda posición en las elecciones generales de hace un año, con el apoyo de uno de cada cinco votantes. En Bélgica, los resultados neerlandeses hacen que la extrema derecha flamenca del Vlaams Belang se frote las manos pensando en las elecciones federales del próximo año. Hoy son ya la segunda fuerza. Lo mismo ocurre en Austria, donde las encuestas también apuntan a una victoria de la extrema derecha en los comicios de 2024.

"Radicalización de la derecha radical"

La “radicalización de la derecha radical” –como el politólogo Cas Mudde llama el fenómeno– funciona. “Eso es lo que ocurre cuando el líder del VVD [la formación liberal de derechas del primer ministro neerlandés saliente, Mark Rutte] blanquea abiertamente el lado más oscuro del Parlamento”, se lamentaba un columnista del diario progresista De Volkskrant, que cargaba directamente contra Rutte y su sucesora, Dilan Yeşilgöz.

La crisis de las sociedades democráticas es la crisis de una UE que, en las últimas décadas, pese a ganar competencias en Bruselas, ha ido sumando también fuerzas euroescépticas en el Parlamento Europeo y en los gobiernos comunitarios. Es la misma crisis que dibuja un hilo conductor que une la victoria de Javier Miler en Argentina, la violencia ultra en Irlanda y el triunfo de la xenofobia en los Países Bajos.

El miedo se ha convertido en el principal elemento movilizador. Y la aceleración de las desigualdades ha alimentado la desconexión de los votantes con quienes han gestionado estas dos décadas de tensiones económicas, sanitarias, de seguridad y migratorias. Wilders apela a la desconfianza y al recelo, y los ordenados habitantes de los Países Bajos, donde ni el color de la puerta de casa puede dejarse a la libre improvisación de sus propietarios, se lo han comprado. Es el miedo al otro, sea el islam –la religión que profesa un 4% de los habitantes de los neerlandeses–, el inmigrante o la Unión Europea, culpable de usurpar soberanía.

La migración y el derecho al asilo será uno de los temas decisivos de campaña en las elecciones al Parlamento Europeo. No hay más que ver que, en Alemania, el canciller Olaf Scholz ha propuesto un recorte de prestaciones para los solicitantes de asilo y la aceleración de los procesos de expulsión, mientras se ha creado un nuevo partido de izquierdas claramente antiinmigración.

Si la inmigración se convierte en uno de los grandes temas de campaña, la derecha radical saldrá como la gran ganadora.

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