La Unión Europea necesita hacer creíble la ampliación

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Zelenski con Macron y Michel junto justo antes de la cena oficial de ayer en Vilna.

La invasión rusa de Ucrania ha hecho de la ampliación de la Unión Europea un imperativo geopolítico, y los Veintisiete vuelven a hablar de abrir sus puertas. La guerra ha derribado el tabú y ha descongelado un proceso cargado de frustraciones históricas, que hoy enfrenta el futuro europeo de los Balcanes occidentales con el de Ucrania, Moldavia y Georgia.

Pero del gesto simbólico de ofrecer el estatus de candidato a empezar a negociar e imaginar una próxima entrada en la Unión hay un largo camino que no sólo deben recorrer los aspirantes al club comunitario. Hay toda una maquinaria institucional europea que debe ponerse en marcha y, sobre todo, concretar la voluntad política de algunos países miembros que, durante años, han utilizado la ampliación como espantajo electoral.

Para que las promesas de adhesión sean creíbles, la UE debe demostrar que también piensa cumplir su parte del trabajo para garantizar lo que en Bruselas llaman “capacidad de absorción” de los nuevos miembros. Es responsabilidad de la UE que una posible futura ampliación funcione. Los recuerdos de los costes políticos e institucionales de la gran ampliación de 2004 siguen presentes en la memoria de muchas capitales comunitarias. Por tanto, además de reclamar reformas a los aspirantes, los Veintisiete deben empezar a discutir en serio cómo afectará la entrada de nuevos países al proceso de toma de decisiones de la Unión –un proceso, ya ahora, largo y expuesto al veto y los intereses contradictorios de sus miembros–. "¿Hay riesgo de parálisis?", se preguntan algunos.

También es necesario hablar de dinero. Existe preocupación por la capacidad fiscal de una Unión Europea que durante décadas se fue ampliando mientras reducía el presupuesto comunitario. Las últimas crisis han revertido esta tendencia, pero sólo hay que ver la tensión que existe en estos momentos en Bruselas sobre cómo reformar las reglas fiscales para saber que encontrar el dinero para contribuir al desarrollo de unos futuros miembros con niveles de vida por debajo de la media comunitaria será un desafío político y económico para los Veintisiete.

Fragilidad y flexibilidad

Bruselas plantea ahora una adhesión paulatina, con una entrada primero en el mercado único y un incremento por etapas de los fondos en la preadhesión. Una dosis de realismo que refuerza la idea de que, esta vez, la vía para la entrada de nuevos socios empieza a ser posible.

El gran interrogante sigue siendo el tiempo. Cómo garantizar que Moldavia y Ucrania no terminarán en el mismo "purgatorio" –en palabras del antiguo asesor del departamento de Estado de EE.UU. Max Bergmann– donde los países aspirantes de los Balcanes occidentales han estado alojados durante años, inmersos en una “carrera de tortugas”, como lo califica un informe de la European Stability Initiative publicado el pasado año. Atrapados en un proceso de adhesión "disfuncional" y "opaco". Basta con ver la crueldad que la UE ha mostrado con Macedonia del Norte, víctima una y otra vez de agendas políticas, primero en Grecia, después en Francia y ahora en Bulgaria, que han ido paralizando su proceso de adhesión.

Montenegro, que lleva negociando su adhesión desde el 2012, es probablemente el país mejor situado en el proceso de reformas, pero los expertos calculan que no entraría en la UE hasta finales de esa década. Todo ello ha acabado afectando a la confianza de la ciudadanía de los Balcanes en la Unión, especialmente en Serbia, donde un 61% de la población declara no confiar en la UE.

La credibilidad de la Unión Europea necesita mucho más que promesas para poder rehacerse de tantos años de dilaciones políticas y renuncias. Y, a pesar de la urgencia geopolítica que supone la guerra en Ucrania, el proceso de ampliación de la UE sigue siendo frágil y arbitrario. La Hungría de Viktor Orbán o la Francia post Macron podrían cerrar la puerta a la ampliación en cualquier momento, si así lo quisieran por intereses políticos.

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