Sasha: “Que haga falta más violencia para conseguir la paz me pone enferma”

Refugiada ucraniana en Catalunya

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“Hola, soy Sasha y preferiría no decir mi apellido. Soy de Mariupol, soy ucraniana. Tengo 26 años y fui a la escuela y la universidad en Mariupol. Estudié filología e historia, y soy profesora de inglés, de niños y de adultos. A los 18 me fui a vivir al área de Kiev. Ahora estoy aquí, en Barcelona, donde llegué hace tres semanas, creo. Soy una refugiada de la guerra. Tengo mis documentos de refugiada y ya tengo mi carné de identidad. El 24 de febrero me levanto, salgo a la calle y me encuentro colas enormes de gente en el súper comprándolo todo, en las gasolineras, y las carreteras hacia el oeste colapsadas. Recuerdo la imagen de la gente circulando por el carril contrario en dirección al oeste. No me podía creer lo que estaba pasando, tenía que ser una pesadilla”. Sobrepasada por la guerra, intentando hacer de tripas corazón, con la mirada apagada y con resignada naturalidad, Sasha explica en primera persona cómo de trágica es la guerra.

¿Dónde estabas la noche que empezó la guerra?

— En un pueblo que se llama Kopíliv, a 50 kilómetros al oeste de Kiev. Poco después del 24 de febrero fue ocupado por las tropas rusas y estuve allí dos semanas. Vivía con la familia de un amigo. Mi vida consistía en ir a buscar agua a la fuente, porque las cañerías de agua estaban destruidas, y en ir a buscar leña y cortarla con una hacha para encender el fuego para la olla; lo encendíamos en el suelo. Me pasaba el día calmando al hermano pequeño de mi amigo que tenía miedo de que vinieran los rusos y nos mataran. Y yo le decía: “No sufras, si vienen los rusos no nos querrán a nosotros, querrán nuestra comida y se llevarán las patatas que guardamos en la despensa, pero a nosotros no nos harán nada”. En cuanto pude, huí del país y ahora estoy aquí.

¿Cómo huiste?

— Con la ayuda de esta familia, conseguimos que unos vecinos vinieran en un coche y nos sacaran del pueblo. Camino del oeste nos dispararon, y el conductor iba rezando en voz alta todo el rato. Llegué a Yitomir, y allí decidí hacer autostop hasta el pueblo siguiente, Berdichev, donde conocía a un amigo. Allí estuve un par de días más y de allí más autostop hacia el oeste hasta llegar a la frontera con Polonia. Allí, una amiga que estaba viviendo en Barcelona me dijo que podía contar con ella. Era una chica que había conocido en un viaje y habíamos mantenido el contacto desde entonces. Y allí empezó mi viaje: Polonia, República Checa, Suiza, Francia, Barcelona. Tardé un mes en hacerlo porque una vez fuera de Ucrania no tenía prisa y, encima, en Suiza cogí el covid.

¿Tienes familia en Mariupol?

— Sí, mi madre se quedó en casa con mi abuela, que tiene 83 años. Mi madre tiene 56. Mi abuela no se puede mover mucho. Desde que empezó la guerra, hace tres meses, solo he podido hablar una vez con ellas porque la telefonía de Mariupol fue destruida el segundo o tercer día de la guerra. Pero sé lo más importante que tengo que saber, que es que están vivas. Mi madre me mandó un mensaje de voz, oí su propia voz diciendo que la abuela estaba viva, pero como si no se encontrara bien. No lo sé, quizás es el estrés. Me gustaría saber más y espero que mi familia sea fuerte, valiente y que tengan a alguien de fuera de Mariupol que los pueda acoger, pero me parece que no es el caso. De momento, mi hermano, que trabaja de chef en Kiev, y mi hermana, que está en Ivano-Frankivsk, al oeste de Ucrania, y es con quien mantengo el contacto, me dicen que unos amigos que han ido a Mariupol han visitado a mi madre y mi abuela y han intentado hacer gestiones porque les lleguen comida y medicamentos. O sea que por eso digo que sé que están bien, más o menos.

¿Como es Mariupol?

— Mariupol es tranquila. Yo tengo recuerdos en cada esquina. En 2014, cuando la región de Donetsk fue ocupada, mucha vida se trasladó a Mariupol y últimamente se había convertido en un centro de innovación en la educación a la región, porque muchas universidades se trasladaron allí. Mariupol era bonita y limpia, excepto por el hecho de que hay mucha industria metalúrgica. El aire siempre ha estado un poco contaminado, pero tenemos mar y playas y mucha gente joven. Era un buen lugar para vivir. Cuando volvía de vacaciones era como “oh, Mariupol, te han hecho un parque nuevo o han renovado aquella calle…”. Yo sentía que tarde o temprano acabaría volviendo a vivir allí.

¿Cómo es tu vida en Barcelona?

Tengo suerte de mi amiga, que me está ayudando mucho.

¿Es ucraniana?

— Es rusa. Está haciendo mucho voluntariado por Ucrania. Trabaja en la Cruz Roja. He empezado a mirar ofertas de trabajo, especialmente de profesora de inglés, pero es que me estoy recuperando poco a poco de la depresión y ahora mismo no me siento con mucha energía ni muy capaz de empezar a trabajar a tiempo completo, pero, claro, necesitaré un trabajo. Estoy muy triste. Mi país, mi ciudad, mi familia... todo esto me da pena. Dios mío: mi ciudad está totalmente destruida. Me han enviado fotografías de mi escuela y está totalmente en ruinas. Y las fábricas. Tenemos mucha metalurgia, tenemos dos fábricas de acero enormes, las he visto toda la vida. Hay una que, por lo que me han dicho, no se podrá reconstruir. La ciudad está ocupada y destruida. Dicen que han asesinado a 30.000 civiles. Mucha gente que conocía personalmente ha sido asesinada, gente que fueron mis maestros de la escuela, o compañeros de clase o amigos de mi hermano que se quedaron en Mariupol más tiempo que yo. Algunos estaban en el ejército, otros eran civiles… Y los conozco en persona... Es una catástrofe para mí.

¿Te esperabas la guerra?

— Bueno, cuando empezó a haber información en la prensa americana, nosotros pensábamos que vivíamos en Europa y que esto no pasaría en 2022. No podía imaginar que mi ciudad sería el epicentro de la guerra. Por supuesto que sé que hay mucha gente pasando una guerra en todo el mundo, pero nunca habría imaginado que esto nos pasara con los rusos, con quienes tenemos mucha conexión. De hecho, ucranianos y rusos comparten familias y amigos, yo hablo ruso, todo el mundo en Ucrania entiende el ruso, y mucha gente lo tiene como lengua materna. Claro, la guerra no surgió de la nada, pero no me imaginaba que acabaría en esto.

¿Cómo han cambiado tus sentimientos hacia Rusia?

— Intento que el odio no me invada por dentro. Yo lo veo como una gran tragedia para nuestros dos países. Me explota la cabeza de pensar que Rusia está cerrada al mundo. Si vives en Rusia es muy difícil ver el mundo, y tener acceso a alguna información más allá de la propaganda rusa. Yo he visto esta propaganda, y sé lo que dice su televisión, y está llena de odio. Antes de empezar la guerra pensaba que nadie la debía de mirar porque era ridícula, pero resulta que mucha gente la tiene como fuente principal de información. Están aislados del resto del mundo, no pueden saber nada, no como nosotros, porque somos ucranianos y estamos cerca de Europa. Podemos obtener un visado fácilmente, podemos viajar, podemos hacer amigos y tenemos internet libre. Ellos no, y esto es una catástrofe porque son ellos los que tienen que parar la guerra, y ni siquiera se dan cuenta del daño que están haciendo. Y que todavía no estén haciendo nada... están participando de la maldad. Y lo que me horroriza es que la gente dice que lo único que puede cambiar esto es mucha más violencia. Y esto me molesta mucho, que digan que nos hace falta más violencia. ¿Cuántas personas más tienen que sufrir? El hecho de que para conseguir la paz haga falta más violencia me pone enferma. Me siento como un personaje de la novela Guía del autoestopista galáctico [Douglas Adams, 1978]. había un tipo que hacía autostop hasta el espacio exterior, y cuando estaba allí, la Tierra era destruida. Y yo siento que soy aquella persona, que estando lejos de casa veo que mi ciudad ha sido destruida. Viví allí hasta los 18 años, y mis recuerdos, mis conexiones, las vidas de mis amigos han sido destruidas mientras yo estaba fuera.

¿Te gustaba Zelenski, antes de la guerra?

— No me gustaba antes ni me gusta ahora. Ya sé que lo adoran en todas partes, y admito que está haciendo un buen trabajo, pero aún así, y quizás me equivoco, él sabía que la guerra estallaría. Podía haber salvado a mucha más gente. No sé si está bien decir estas cosas en voz alta, pero es mi opinión. Yo creo que sabían lo que nos caería encima y se limitaron a decir que la guerra no llegaría. Trataron de calmar a toda la población, en vez de evacuarla. Y al otro lado tenemos a Putin, un imperialista, que está intentando construir un imperio a la manera medieval. Putin es el mal, no puedo decir otra cosa.

¿Habláis de ello con tu amiga rusa o tratáis de evitarlo?

— No, no, ella es muy consciente de todo y también se siente muy triste y deprimida porque su país parezca tan malo. De hecho, ha perdido el trabajo, porque trabajaba para una empresa rusa. Mi amiga rusa simpatiza mucho con los ucranianos, y el hecho de que sea rusa no provoca nada de malo en nuestra relación.

¿Estás en contacto con otros refugiados?

— Sí, pero no en Catalunya. Estoy en contacto con mis amigos que huyeron del país, y he conocido a muchos refugiados en mi viaje. Y hoy, viniendo hacia este estudio, he oído a gente hablando en ucraniano por la calle, pero no me he acercado a ellos, no me apetece establecer más relaciones estos días porque ya no puedo más. Más o menos, las preguntas siempre son las mismas, como por ejemplo: “Eres de Mariupol, oh my god, ¿cómo está tu familia?” Bueno, al menos cuando me preguntan esto sé qué responder, pero hace dos semanas no tenía ni idea, podían estar vivas o muertas. Ahora al menos sé que están vivas.

¿Dónde te ves en tu futuro próximo?

— La verdad es que no me lo imagino. Cuando empezó la guerra vivía al día y tenía planes para el día siguiente. Ahora tengo planes para tres meses. Tengo hora para el psiquiatra de aquí tres meses. Me dijo que me tomara las pastillas y que volviera en agosto . En verano iré de voluntaria a un campamento en Suecia y cuando vuelva creo que ya seré capaz de empezar a buscar un país, un trabajo... Y estoy de suerte porque, de momento, todos los que llegan de Ucrania son ubicados al azar en una ciudad española. Yo no entré en este programa porque tenía amigos en Barcelona y ya la conocía, la había visitado antes, y está muy bien. Estoy aprendiendo catalán y castellano.

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