Londres rompe en la práctica el protocolo norirlandés del Brexit

El Reino Unido pide cambios fundamentales veinticuatro horas antes de que la UE presente su propuesta

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Uno de los ferrys que enlazan Irlanda del Norte  e Inglaterra al puerto inglés de Larne

LondresLos dietarios apenas publicados de Michel Barnier, el negociador jefe de la Unión Europea (UE) para el divorcio del Brexit, sostienen, en términos generales, que el equipo negociador británico que entre 2017 y 2019 iba a las reuniones en las que se discutían los términos de la separación, estaba muy mal preparado. En resumen, Barnier afirma que a la otra parte le faltaba una idea clara de lo que tenía entre manos. El resultado para Londres no ha sido muy alentador. No se podía esperar mucho más teniendo un primer ministro que nunca presta atención a los detalles.

Y no es extraño, tampoco, que menos de dos años después de que el premier Boris Johnson firmara el pacto con Bruselas, ahora lo quiera reescribir. Su gobierno ha exigido este martes cambios fundamentales que afectan al Protocolo Norirlandés, el añadido que garantiza que no habría una frontera dura en el interior de la isla de Irlanda para respetar los Acuerdos de Paz de Belfast (1998). En la práctica, el Reino Unido considera que lo que se firmó hace dos años es papel mojado.

A raíz de estos pactos, Irlanda del Norte quedaba dentro del mercado único para bienes de consumo, hecho que implicaba que habría controles aduaneros entre Gran Bretaña y la provincia. Pero Johnson se ha dado cuenta de que no le gustan muchas de las condiciones que firmó –y sobre las cuales mintió a los británicos y a los socios norirlandeses unionistas sin sonrojarse–, y ahora culpabiliza a la UE de todos los males que él mismo y los partidarios del Brexit provocaron.

Mientras Johnson disfruta de las vacaciones en Marbella a pesar de que el país atraviesa hace semanas una crisis de suministro que no se veía desde los años setenta, el ministro del Brexit, David Frost, negociador frente a Barnier, ha ido este martes a Lisboa a denunciar todo aquello que Londres quiere cambiar.

Con un tono muy diplomático y templado pero firme y también aburrido –Frost es un orador mediocre–, ha lanzado un ultimátum en Bruselas. Recurriendo a la táctica habitual de responsabilizar a los demás de los errores británicos, Frost ha dicho que pase lo que pase a partir de ahora, "no será nuestra decisión".

El problema básico desde la perspectiva expuesta por el ministro es uno del cual Tony Blair y John Major, exprimeros ministros laborista y conservador, respectivamente, ya advirtieron durante la campaña del referéndum de 2016. Y es que el Reino Unido ha permitido, en la práctica, tener una frontera exterior de la Unión Europea en el interior de su propio territorio. Un hecho conocido también en 2019, cuando Johnson lo aceptó, a pesar de que prefirió ignorarlo.

La intención británica es que los bienes que ahora circulan de Gran Bretaña a Irlanda del Norte no tengan que pasar los actuales controles, y así lo expondrá en la Comisión. La falta de estos controles, ha añadido Frost, "no tiene que alterar" el buen funcionamiento del mercado único comunitario. Quizás no en la práctica, pero en teoría sí, porque los bienes que llegan a Irlanda del Norte podrían acabar en la UE. Por eso Londres también propone una equiparación de los estándares, por ejemplo los sanitarios en cuanto a las carnes refrigeradas, que permitiría acabar con la llamada guerra de las salchichas. Y así con otros aspectos.

Si la UE no acepta renegociar los términos del acuerdo, el Reino Unido está dispuesto a suspender el tratado comercial firmado a finales del año pasado –aplicando el artículo 16–, un hecho que abocaría a los Veintisiete y al Reino Unido a una guerra comercial. "No tiraremos por este camino gratuitamente –ha dicho el ministro– o con un placer especial, pero nuestro propósito fundamental como gobierno de Irlanda del Norte es salvaguardar la paz". Y según la visión de Londres, compartida por el unionismo de la provincia, el Protocolo se ha vuelto tóxico para este propósito.

Otro de los aspectos claves de la petición británica, especialmente sensible, es que hasta ahora el árbitro de cualquier disputa en el protocolo es el Tribunal Europeo de Justicia, otra vez una de las cláusulas aceptadas por Johnson. Ahora Londres quiere, pues, acabar con esta dependencia jurídica. "¿Qué le cuesta a la UE establecer un nuevo protocolo?", se ha preguntado Frost. "Nos parece que muy poco", se ha respondido.

Este miércoles, Maroš Šefčovič, vicepresidente de la Comisión Europea, expondrá los cambios a los que la UE está dispuesta, después de que Londres ya los pidiera antes del verano.

A pesar de que la frustración ante la actitud británica, tan poco seria, es el sentimiento creciente en Bruselas, las próximas semanas se abrirá un periodo de negociación, otro, entre los dos bloques.

Y se desmentirá así la afirmación que la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, hizo cuando la noche de Navidad del año pasado Londres y la UE firmaron el pacto comercial. Von der Leyen dijo entonces: "Ya podemos dejar atrás el Brexit". Una afirmación del todo inexacta, como se demuestra ahora. De hecho, las consecuencias del Brexit se alargarán décadas.

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