El lujo de los oligarcas rusos atraca en Barcelona

Tres empresarios próximos a Putin guardan sus yates en el puerto de la Ciudad Condal

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My Solaris, propiedad de Roman Abramóvitx, al Puerto de Barcelona

BarcelonaUna lona blanca tapa uno de los accesos al embarcador de Marina Barcelona 92. Hace unos días no estaba, y se podía ver con claridad la popa de un yate de dimensiones inmensas. Ahora, este trozo de plástico estropea las fotografías de unos cuantos turistas que se acercan a ver el lujo de la ciudad condal. Tienen suerte si pueden sacar el móvil sin que un vigilante les señale con el dedo un cartel que queda justo a su lado: prohibido hacer fotos. El yate protegido a todo precio se llama My Solaris, en homenaje a la novela del escritor de Lviv Stanislaw Lem. Ondea una bandera de las Islas Caimán, pero es del multimillonario ruso Roman Abramovich, propietario del Chelsea con una fortuna de 13.000 millones de dólares, según Forbes. Tiene 140 metros de eslora y unas dimensiones parecidas a las del Palacio de Buckingham. A pocos metros descansa el Valerie, otro yate que, pese a sus imponentes 85 metros de eslora, queda escondido por la sombra del My Solaris. Hay una bandera de Saint Vincent y las Granadinas, un país caribeño, pero el propietario es otro magnate ruso: Serguei Chemezov, ex agente del KGB y consejero delegado de Rostec –colocado a dedo por Vladímir Putin, con quien compartió destino en los ochenta–, corporación estatal de productos industriales. Abramovich y Chemezov tienen varias cosas en común, entre ellas el dinero, el lujo y ser oligarcas cercanos a Putin.

Para ellos, Barcelona no es ni placer ni ocio. Solo un garaje, un pit stop. En Marina 92 se reparan los yates más grandes del mundo, y es donde descansan los de unos cuantos magnates rusos. Trabajadores explican que los llevan en septiembre, para que arreglen los desperfectos. Para Navidad vuelven a zarpar en busca de sol, que normalmente encuentran en el Caribe. Después, vuelven a Barcelona para hacer una limpieza de cara. Es la situación en la que se encuentra ahora mismo el Aurora, un yate que ni siquiera está tocando agua. También con bandera de las Caimán, es propiedad de Andrei Molchanov, oligarca ruso con una fortuna de 1.200 millones de dólares que preside LSR Group, macroempresa que se dedica a la construcción. 

El 'Aurora' en el puerto de Barcelona

Tres de las mayores grandes fortunas rusas se encuentran en línea en Barcelona. A los empresarios, sin embargo, no se les ve el pelo. Empleados del puerto explican que no han visto nunca a ninguno, como mucho un helicóptero aterrizando en el yate. "Me han dicho que Abramovich solo ha pisado dos veces este yate", comenta un trabajador. De hecho, el propietario del Chelsea tiene otro, el Eclipses, algo más viejo pero bastante más grande, el tercero más grande del mundo, de hecho. Hace unos meses, varios testigo lo situaban también en Barcelona.

Igual que el Dilbar, el yate con mayor capacidad interior del mundo, que hace un tiempo que no pasa por la ciudad condal. Su propietario es Alixer Usmanov, según la Unión Europea "el testaferro de Putin" que "ha resuelto sus problemas empresariales" y que, según Forbes, tiene una fortuna de 15.000 millones de dólares. Se encuentra entre la veintena de oligarcas rusos que la UE ha sancionado congelando sus activos, hecho que podría afectar a la gestión del yate. No está previsto que lo embarguen, pero puede tener problemas para pagar a los tripulantes y el mantenimiento. De momento, todavía lo tiene en Europa, en Hamburgo.

Quien espabiló este fin de semana para sacar su yate de la Unión Europea es Vagit Alekperov, presidente de la petrolera rusa Lukoil, con una fortuna de 21.600 millones de dólares. Lo tenía en Barcelona, bien cerca del My Solaris, el Aurora y el Valerie, pero ya está camino de Montenegro. En esta zona del puerto hay un infiltrado: el Al-Raya. No pertenece a ningún ruso, sino a la familia real de Bahrain. Aun así, se ha ganado un lugar en la zona de influencia rusa, porque fue Usmanov quien se lo vendió en 2018 por 250 millones de euros. Lo que valen los barcos y de quién son es un tema recurrente en las conversaciones de los trabajadores. Muchas veces, sin embargo, el propietario es una incógnita para ellos, y solo se guían, según explican, cuando la tripulación les dice que “el ruso quiere la cubierta impecable”. “El ruso”, “el loco alemán”, o "el viejo”, son algunos de los nombres que utiliza la tripulación, que acostumbra a no decir nunca el nombre del propietario. De hecho, los accesos están blindados, y las tiendas de materiales cercanas, a pesar de ser de sobra conocidas por los vigilantes, necesitan un correo electrónico especial para acceder a los embarcaderos. De momento, la guerra en Ucrania no ha cambiado nada, los yates continúan atracados, poniéndose al día para que los amigos de Putin puedan navegar allá donde declaran sus bienes.

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