África

Badalona empieza en Senegal

Barrio de pescadores a Mbour (Senegal), uno de los puntos de salida de pateras.
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"Antes era capitán de barco, ahora soy capitán de carro". esta declaración en TV3 de Issa, uno de los ocupantes del instituto B9 de Badalona, ha pasado desapercibida en medio del ruido mediático tras el desalojo de 400 personas de esta ciudad catalana. Las reacciones en redes al vídeo de Issa son las de siempre: una parte de la ciudadanía reclama que no podemos ocuparnos de toda la miseria del mundo; la otra, que es necesario tener corazón y sensibilidad con los desvalidos. La posición progresista, irónicamente, refuerza el relato de la extrema derecha: ante la propuesta de ser caritativos, cada vez más gente responde –con mayor virulencia– que no. Ambas posiciones suelen ignorar la raíz de las migraciones. Issa, un expescador senegalés, es la muestra más clara de un problema que se ha acelerado en las costas de África occidental durante los últimos diez años: la transformación del pescado en harina de pescado destinada a la exportación, de la que somos beneficiarios –y consumidores.

La mitad del pescado que se consume en el mundo ya no se pesca, sino que se cría en piscifactorías. Este cambio ha hecho posible mantener el consumo de pescado en países ricos y aumentar el consumo en China; pero para alimentar a los peces de piscifactoría hay que utilizar harina de pescado. Durante los últimos quince años, empresas del país asiático han instalado decenas de fábricas en la costa de países como Senegal y Gambia para transformar el pescado local en harina de pescado. Para hacer un kilo de harina hacen falta cuatro kilos de pescado, por lo que la instalación de estas factorías ha afectado directamente a los mercados locales: cada vez hay menos pescado, y el que queda es más caro. En Brikama, en Gambia, el precio del bonga –el pescado destinado a la población más humilde– se ha multiplicado por cinco en una década.

El segundo punto de presión han sido los tratados de pesca. Tanto en Senegal como en Gambia, desde 2014 ha habido tratados con la UE que benefician especialmente a los barcos españoles. Esta situación, unida a la flota de barcos chinos y surcoreanos presentes en la región, ha disparado las protestas de los pescadores africanos, y sus gobiernos tienen pocos recursos para evitarlo. Endeudados y con la necesidad de conseguir dólares, cada vez más países del continente africano convierten su pescado en una fuente de divisas: por eso firman los tratados con la UE o atraen a las fábricas. Este noviembre, el precio en el mercado internacional de la harina de pescado era de 1 dólar con 62 céntimos por kilo. Con un precio tan bajo, la única forma de ganar más es aumentar las cantidades que se venden en el extranjero; algo que beneficia a los países compradores, que así tienen un suministro regular y a precios asequibles.

Comida para los cerdos

En el sur de Europa la harina de pescado se utiliza en las piscifactorías y también para alimentar a cerdos. Dicho de forma llana: el efecto mariposa de la economía global retira el pescado de los platos africanos para poder alimentar a cerdos catalanes. En un giro del destino, algunos de estos africanos se encontrarán con los cerdos cuando trabajen en los mataderos de la Plana de Vic. Por eso la crisis en Badalona empieza en Senegal, y es una situación que sobrepasa el ámbito municipal. El actual orden global pretende cuadrar dos conceptos: por un lado, que las mercancías africanas circulen libremente hacia los países ricos; por el otro, que las personas afectadas por la pérdida de estas mercancías no se muevan. Por eso buena parte del mundo occidental se encuentra atrapado en la misma contradicción que el alcalde Albiol: necesitamos a los africanos –y sus recursos– lo suficientemente cerca como para poder explotarlos, pero los queremos lo suficientemente lejos como para estar protegidos. Y los africanos no están dispuestos a desaparecer.

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