La gente se refugia durante una sirena de ataque aéreo, en medio de hostilidades transfronterizas entre Hezbollah e Israel, en el centro de Israel
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Tras los atentados del once de septiembre, Fred Halliday –uno de los grandes especialistas en Oriente Medio– advirtió de que hay dos respuestas predecibles y casi siempre equivocadas ante cualquier gran conmoción internacional: decir que todo ha cambiado o que no ha cambiado nada.

Si intentamos valorar cuál ha sido el impacto de los ataques de Hamás del 7 de octubre y de la posterior represalia israelí cabe recordar sus sabias palabras. Ni Oriente Medio ha cambiado radicalmente, ni sigue exactamente igual. Los protagonistas, además, son los mismos. Fijémonos pues en qué tendencias se han acelerado, revertido o mantenido.

De entre las primeras, habría que empezar por la polarización y radicalización de posiciones. Las voces de los partidarios de la paz y de la negociación a ambos lados se ven superadas por los decibelios de quienes claman revancha. La paz nunca es imposible, pero el camino a recorrer es ahora más largo y empinado, como saben los que insisten en resucitar la solución de ambos estados.

De hecho, la violencia ha traspasado todos los umbrales imaginables. Hay 1.139 víctimas israelíes y 251 rehenes del 7 de octubre, y cerca de 42.000 víctimas palestinas directas en Gaza, con una mayoría de civiles en ambos casos. The Lancet calcula que las víctimas en Gaza podrían llegar a 180.000 si sumamos las indirectas. Añadamos que Israel habría lanzado 80.000 toneladas de explosivos sobre Gaza.

Esta espiral de violencia, mayoritariamente contra civiles, incluidos muchos niños, ha llevado a la Corte Internacional de Justicia a pedir medidas inmediatas a Israel para garantizar que su ejército no viole la Convención sobre el Genocidio y al fiscal del Tribunal Penal Internacional a solicitar que se emitan órdenes de detención para líderes de Hamás y Netanyahu y su ministro de Defensa por presuntos crímenes de guerra y contra la humanidad.

Foco de inestabilidad global

También son significativos los cambios que implican una reversión de tendencias o el paro de procesos en curso. Hasta hace unos meses, Irán parecía ganar influencia en un Oriente Medio multipolar atravesado por múltiples líneas de fractura y donde proliferaban los focos de conflicto. Pues bien, por un lado, la cuestión Palestina y el encaje de Israel en la región se ha vuelto a situar en el centro del escenario y, por otro, pese a la percepción de vulnerabilidad inicial, la atrevida respuesta israelí y la reticencia de sus enemigos para enfrentarse a ellos, reubican a Israel en una posición preeminente en la estructura de poder de la región. La vía abrahámica, que buscaba la paz regional mediante la normalización diplomática de Israel con los vecinos árabes ignorando a los palestinos, se ha detenido temporalmente. Es cierto que Arabia Saudí exige ahora la creación de un estado palestino como precondición, pero también sorprende que ninguno de los países árabes, como Emiratos o Marruecos, haya degradado sus relaciones con Israel.

El reflejo natural es fijarse en todo lo que se mueve, pero lo que no cambia es tanto o más interesante. Oriente Medio sigue siendo un foco de inestabilidad global, especialmente con la creciente atención a las implicaciones geopolíticas y al riesgo de escalada regional (Líbano, Mar Rojo, Golf Pérsico).

En este proceso Estados Unidos parece ser cómplice o incapaz de alterar la estrategia israelí, hecho revelador para una potencia mundial. Por último, los marcos de seguridad colectiva y las instituciones multilaterales, como las Naciones Unidas, la Unión Europea y la Liga Árabe, han demostrado, de nuevo, su impotencia. La impunidad y la división se han convertido así en una palanca para todos aquellos que quieren seguir escalando el conflicto.

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