Guerra Israel-Palestina

El kibutz de Be'eri, la zona cero del trauma de Israel

La pequeña comunidad perdió a un 10% de la población y ahora es una base militar para la incursión terrestre

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Soldados israelíes pasan por delante de los restos de las casas, tras el ataque de hombres armados de Hamás

Enviada especial a Be'eri (Israel)Las casas del kibutz Be'eri aún tienen los platos en la mesa, como los dejaron el 7 de octubre cuando Hamás atacó a esta y otras comunidades israelíes junto a la frontera de Gaza. En esta comunidad mataron a 108 vecinos y un número indeterminado fueron secuestrados, según el último balance oficial, y dos semanas después queda un rastro de muerte: casas derrumbadas por los cohetes, otras con disparos en las paredes, bicicletas aparcadas en las puertas, libros medio calcinados, ventanas rotas, sofás patas arriba, neveras llenas de víveres y, en los patios, columpios, un colchón ensangrentado... Muy cerca retumban los cañones con los que la artillería israelí bombardea Gaza, que está a solo unos cuatro kilómetros, entre el estruendo de los aviones de guerra. El kibutz se ha convertido ahora en un área militarizada donde cientos de soldados israelíes esperan la orden para invadir la Franja.

Esta pequeña comunidad, donde vivían un millar de personas, es un símbolo del golpe sin precedentes que ha sufrido Israel. Rami Gold, uno de sus residentes, habla desde el patio de la guardería frente a un centenar de medios de todo el mundo, incluido el ARA, a quien el gobierno israelí ha invitado a visitar el lugar durante una hora. "Debemos volver y reconstruirlo todo, ayudaremos a nuestra gente a volver, los convenceremos de hacerlo. Pero no podrán volver hasta que no sea un lugar seguro: las cosas en Gaza deben cambiar. Quien haya hecho esto debe ser castigado y si la invasión terrestre debe tardar, era necesario hacer algo". Desde el ataque del 7 de octubre, en el que murieron 1.400 israelíes, Israel bombardea sin cesar la franja de Gaza, donde murieron al menos 4.650 palestinos, según los respectivos gobiernos.

Los kibutz son comunidades que se crearon en la segunda mitad de los años cuarenta, en un proyecto que en su inicio prometía combinar el sionismo y el socialismo, basado en cooperativas agrícolas o industriales. El de Be'eri se fundó en 1946 y su principal actividad era una gran imprenta que entre otras cosas fabricaba los carnés de conducir israelíes y tarjetas de crédito.

Antes de llegar al kibutz hay grandes extensiones de cultivos de árboles frutales, otra fuente de ingresos, que requiere un gran consumo de agua junto al desierto del Neguev. A diferencia de la mayoría de estas comunas, que con los años se privatizaron, el kibutz de Be'eri mantenía en parte ese espíritu y muchos en Israel lo consideraban un lugar de gente de izquierdas. Gold, un veterano paracaidista de la guerra del Yom Kipur de 1973, cuenta, con un fusil M-16 colgado en el hombro, que su cuñada era "una mujer de 70 años, pacifista, que dos veces a la semana iba a la frontera de Gaza a recoger a enfermos para recibir tratamiento". También la mataron en el ataque.

El ejército del Mando del Frente Interior de Israel inspecciona los restos de un edificio destruido en el kibutz Be'eri, en el sur de Israel

"No vamos a parar hasta que no quede nada de Gaza"

El hombre relata que despertó con el sonido de las alarmas por los cohetes lanzado desde la Franja, pero que pronto descubrieron que "eran una distracción". Los milicianos palestinos habían hecho un agujero en la valla que rodea a Gaza y también se habían infiltrado en la que rodea el kibutz. "Cogí el rifle y fui corriendo hacia allí", con la guerrilla de emergencia de la comunidad, formada por diez hombres. "Había 150 miembros de Hamás ante nosotros atacándonos con metralletas y granadas de mano. No sé cómo algunos de nosotros sobrevivimos. A nuestro alrededor familias enteras eran masacradas o quemadas vivas –recuerda–. La guerrilla está pensada para aguantar media hora o una hora hasta que llegue el ejército, pero habían pasado 10 horas y nos quedamos sin balas", añade.

Ela, un taxista de la localidad israelí de Ashdod, algo más al norte, pasea entre la destrucción. Colchones ensangrentados, libros de cuentos medio quemados por el suelo. "Mataron y secuestraron a mujeres y niños. Esto es lo que hacía Hitler", proclama. Y pide venganza: "No pararemos hasta que no quede nada de Gaza, y me da igual lo que diga el mundo. La gente de allí son como animales, el ejército debe matar a todo el mundo, también a los civiles. Tienen que limpiar Gaza". Asimismo, critica al gobierno de Benjamin Netanyahu por no haberlos protegido: "Tenían a todo el mundo en Cisjordania para proteger a los colonos allí, pero a la gente de los kibutz nadie los protegía".

Se hace difícil entender cómo las familias de los kibutz se podían sentir seguras dentro de ese tipo de oasis, tan cerca de la Franja, de casas de una planta en medio de jardines. A diferencia de los palestinos de Gaza, todas las casas de esta comunidad y las otras cercanas a la frontera de Gaza tenían por ley una habitación del pánico donde refugiarse de los cohetes, pero estaban diseñadas para resistir las explosiones, no un ataque de milicias, por lo que las puertas no podían cerrarse por dentro, precisamente para facilitar que se pudiera acceder desde fuera una vez pasado el peligro. En una de ellas encontramos un rastro de sangre que parece de alguien que fue arrastrado hacia fuera.

Junto a un polideportivo del kibutz, decenas de soldados israelíes esperan la orden para entrar en Gaza. Algunos tienen entre 19 y 20 años y dicen sentir "buenas vibraciones" y estar preparados para lo que sea necesario. Están convencidos de que su ejército es invencible. David Baruch, mayor del ejército israelí, dirige las operaciones de los del kibutz, y explica así la situación: "Si entramos y cuándo lo hacemos depende del gobierno: será en el momento que todas las piezas hayan encajado; tenemos planes y estamos preparados, lo haremos en el momento oportuno". Lanza un mensaje para Hamás: "Estad preparados: cuando vengamos, no quedará nadie de vosotros". Le preguntamos qué va a pasar después, y responde, lacónico: "Eso lo dejo para los políticos".

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