Dos segundos para ver el cuerpo del papa Francisco
Miles de personas se despiden del pontífice durante la última jornada que su féretro se ha expuesto en la basílica de San Pedro
RomaLa primera alarma ha sonado en el móvil hacia la una del mediodía. La segunda, tan solo media hora después. Estridente, con un pitido imposible de no oír. Como la alarma que tendrían que haber enviado en Valencia para alertar a la población sobre la DANA, pero en este caso el mensaje es de Protección Civil de Italia para avisar que la plaza de San Pedro del Vaticano quedará cerrada al público este viernes a la cinco de la tarde. El texto está escrito en italiano, inglés, francés y español para que nadie pueda decir que no lo ha entendido. A la una, no obstante, la plaza continúa llena y siguen llegando ríos y ríos de gente que quiere ver por última vez al papa Francisco antes de que sea enterrado este sábado.
Se nota que los italianos tienen esto por la mano. No es para menos, ya han enterrado decenas de Papas. Unas calles se han habilitado para llegar hasta la plaza de San Pedro, otras para salir, y hay vallas por todas partes que regulan el flujo de gente. También se han instalado diversos campamentos de emergencia de la Cruz Roja, lavabos portátiles, pantallas gigantes para que la gente pueda seguir el funeral, y una especie de andamio enorme para que las televisiones coloquen sus cámaras. Pero lo que más impresiona es el despliegue humano. Desde el momento que sales del metro en la parada Ottaviano, ya hay decenas de voluntarios con armillas de color fluorescente que indican a la gente por dónde debe ir. También se han desplegado la policía, los carabinieri, el ejército… No falta ningún cuerpo de seguridad, ni helicópteros que sobrevuelan constantemente la zona.
“Francisco era un Papa muy cercano al pueblo. Él decía que rezáramos por él, y para eso he venido: para rezarle y para verle por última vez”, dice Magali Morales, una peruana de 50 años que espera pacientemente en la cola para entrar en la basílica de San Pedro donde el cuerpo del Papa yace expuesto por tercer día consecutivo. Como ella, hay miles de fieles más que los mueve la fe. Algunos incluso esperan el milagro: “Tengo un hijo ingresado en el hospital. He sentido que tenía que venir aquí”, confiesa la italiana Flora Galattola, que también hace cola.
Otros, sin embargo, están allí por un simple ejercicio antropológico: “No somos creyentes, pero estábamos de vacaciones en Roma y teníamos curiosidad por ver todo esto”, explica Aki Hakkarainen, que es de Finlandia y hace cola con su mujer. Muchos otros no se quieren perder un acontecimiento histórico: “Hemos salido a comer un helado y después hemos pensado que sería interesante venir”, comenta sin más la joven catalana Laia Anton, de 21 años y que hace un Erasmus en Roma.
Incluso hay mujeres en avanzado estado de gestación, ancianos con muletas o personas en sillas de ruedas. A ellos se les da prioridad para entrar en la plaza de San Pedro, pero más adelante se encuentran con otro tapón. Hay tanta gente que la espera es inevitable.
Arcos de detección de metales
Bajo la mítica columnata de Bernini se encuentran los escáneres y los arcos de detección de metales. Hay más que en la terminal 1 del aeropuerto de Barcelona. Por allí hay que pasar todas las pertenencias antes de acceder a la plaza: bolsos, mochilas, abrigos… Y, como en el aeropuerto, también hay que armarse de paciencia. Sin embargo, no hay ni un empujón, ni una mala cara, ni una palabra fea. Nada. Llama la atención la calma y el respeto con la que todo el mundo espera su turno.
Una vez dentro de la plaza de San Pedro, la basílica con su fachada imponente ya está a pocos metros. Aun así todavía queda al menos una hora de espera para llegar hasta sus puertas. Algunos aprovechan para hacer fotos con el móvil. De fondo, se oye el agua que brota de las fuentes monumentales. El lugar es especialmente agradable, si no fuera porque todos los que esperan hacen cola desde hace horas.
Por fin llega el momento: la entrada a la basílica de San Pedro. Muchos se santiguan en cuanto ponen un pie dentro del templo, otros tocan la puerta de la entrada con las manos como si les fuera a conferir súper poderes, y algunos empiezan a rezar entre dientes. Dentro todo es silencio y recogimiento, y se ha habilitado un amplio pasillo con vallas que conduce al río de gente hasta los pies del ataúd del pontífice. Cada vez falta menos para llegar: cinco metros, cuatro, tres, dos, uno… ¡Por fin!
"No fotos, no fotos", "no se detengan, no se detengan", repiten insistentemente dos hombres vestidos con traje de chaqueta negro, que están justo delante del ataúd y dificultan su visión. Mueven los brazos como si fueran guardias urbanos para obligar a la gente a seguir andando. No es posible pararse ni un segundo. Cuatro guardias suizos impertérritos, que parecen figuras de cera, custodian el féretro. A lado y lado también hay sillas de madera donde rezan y están sentados cómodamente curas con sotana y monjas con hábito. La estampa no puede ser más significativa.
“Si Papa Francisco viviera, no se hubieran hecho las cosas así”, dice un matrimonio de jubilados, Tonino y Carla, que se han desplazado desde la región italiana de Abruzzo para ver al pontífice por última vez y lamentan que casi no lo han visto. Literalmente no les han dado tiempo. “Con Benedicto XVI, no fue así. Te dejaban acercarte más”, aseguran. Otra mujer de Perú también se queja de lo mismo: “Con Juan Pablo II te daban tiempo para arrodillarte ante él. Aquí no se podía hacer nada”.
Antes de salir de la basílica algunos intentan captar con el móvil alguna imagen del féretro desde la lejanía. Pero tampoco hay manera. “Llevaremos al Papa Francisco siempre en nuestro corazón”, se conforma otra mujer, que lo define como el Papa de los pobres. Alguno de esos pobres estaban el jueves por la noche a pocos metros de la plaza de San Pedro, en la Via Conciliazione. Como es habitual, allí duermen algunos sin techos. Uno de ellos, Ahmed, del Pakistán, miraba extrañado el río de gente que seguía llegando a la plaza a medianoche. No sabía por qué, ni tampoco se había enterado de que había muerto el Papa.