Las torturas en las prisiones de Putin

Una ONG filtra imágenes de guardias orinando sobre reclusos o violándolos con palos de escoba

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Una vista exterior de un centro penitenciario de Rusia

MoscúPresos desnudos, vejados y apaleados. Es lo que muestran las impactantes imágenes difundidas en los últimos días por la ONG rusa Gulagu y varios diarios independientes del país que ya han provocado las primeras dimisiones. La organización a favor de los derechos humanos, calificada por las autoridades rusas como “agente extranjero”, ha filtrado vídeos que muestran a guardias torturando a reclusos en las prisiones de la Rusia de Vladímir Putin, orinando encima suyo y violándolos con objetos como palos de escoba. Prácticas que desde Gulagu aseguran que son habituales en todo Rusia. La ONG, de hecho, afirma que tiene cerca de 40 gigas de vídeos con más pruebas grabadas en las regiones de Saratov y Vladimir (Rusia europea) e Irkutsk (Siberia).

El fundador de la ONG, Vladimir Osechkin, ha explicado que se trata de grabaciones del 2020, que se hicieron públicas a través de un programador que cumplía condena en uno de estos centros. El informático está actualmente en otro país, que no se ha hecho público para proteger su seguridad. La página web de la organización es inaccesible desde Rusia, puesto que está bloqueada a petición de los servicios secretos y los servicios penitenciarios rusos desde mayo de este año.

Según Osechkin, que también vive fuera de Rusia, esta filtración supone “el fracaso más grande y más escandaloso de los servicios de inteligencia rusos”. El portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, se ha pronunciado sobre las imágenes: “Por lo que sabemos, el Servicio Penitenciario Federal está trabajando en ello, y si se confirma la autenticidad del material por supuesto que se empezará una investigación muy seria”.

Torturas y falsificaciones

La ex miembro de la Comisión de Monitorización Pública (el ente oficial que se encarga de vigilar que se cumplan los derechos humanos en las prisiones rusas) Marina Litvinovich asegura que el peor problema de las prisiones rusas es que “se sigue torturando”, que “se falsifican casos penales y que hay mucha gente inocente que acaba encarcelada”, según ha explicado al ARA. Un ejemplo muy sonado fue el del periodista Ivan Golunov, que fue encarcelado acusado injustamente de tenencia de drogas. Después de algunas protestas en las calles y la condena de la mayor parte de los medios del país, los policías que lo inculparon fueron expulsados del cuerpo y detenidos, y él fue liberado.

Según Litvinovich, “las reglas [de las prisiones] son tan inhumanas que atentan contra la salud y la vida de las personas”. La ex funcionaria fue cesada hace unos meses, según su punto de vista, por su “actividad y principios” en la Comisión de Monitorización Pública.

Prisión para los opositores

Voces discrepantes con Vladímir Putin, como el bloguero Alexéi Navalni, conocen bien las prisiones rusas. Él lleva detenido desde enero de este año, cuando volvió de Alemania, donde recibió tratamiento después de ser envenenado. Anteriormente había estado encarcelado en varias ocasiones por condenas diferentes. Y su estancia en la colonia penal podría alargarse por, supuestamente, haber creado una "organización extremista".

En Rusia hay diferentes tipos de instituciones penitenciarias; hay prisiones que son similares a sus equivalentes occidentales, pero también hay colonias penales. Estas instituciones heredadas de la Unión Soviética tienen las peores condiciones para un recluso. Tal como narra Litvinovich, hay una clasificación no oficial de estos centros en función de quién controla su funcionamiento en el interior. Si está considerada "roja", "la administración lo controla todo", detalla, mientras que una colonia "negra" está controlada por delincuentes. "Se podría decir que la administración obedece a los ladrones", explica.

Navalni está encerrado en una de las tipificadas como rojas. Desde allá, el bloguero ha relatado las estrictas normas que se aplican, como por ejemplo castigos en caso de no devolver el saludo a alguien o de usar palabras malsonantes, la obligación de ver propaganda estatal ocho horas al día o que despierten al recluso cada hora durante la noche, oficialmente, para controlar que no se ha fugado.

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