El ataque ruso en Ucrania

Tren de regreso a la guerra

Muchas personas que huyeron de Ucrania vuelven al país a pesar del conflicto

La estación de tren de Lviv, viernes por la noche.
4 min

Enviada especial a KievSon voluntarios y visten un chaleco de color amarillo fluorescente para que se les vea desde lejos fácilmente. Están en la estación de tren de la ciudad polaca de Przemysl, a tan sólo unos 12 kilómetros de la frontera ucraniana, donde a medida que pasan las horas se acumula más y más gente que no pretende huir de Ucrania, sino todo lo contrario: regresar al país en guerra. “Dicen que aquí en Polonia no han conseguido ayuda, pero no es cierto. Nosotros les podemos encontrar un lugar donde dormir o incluso los podemos trasladar a otra ciudad en autocar”, resume en pocas palabras uno de los voluntarios, que dice que no tiene tiempo de estar hablando con periodistas porque su objetivo ahora es convencer a toda esa gente para que no regrese a Ucrania.

A las doce del mediodía son relativamente pocos los que esperan para subir al tren de vuelta al país en guerra, pero a las cinco de la tarde ya hay al menos unas 300 personas que conforman una fauna humana peculiar entre la que hay mujeres gitanas cargadas con criaturas y bolsas, hombres con estética militar y personas que no parece que tengan nada de especial a simple vista pero que aún así se disponen a meterse en la boca del lobo. Incógnitas de la guerra. También es todo un misterio de que la red de ferrocarriles ucraniana continúe funcionando con una cierta normalidad a pesar del conflicto. Eso sí, es imposible saber la hora de salida y de llegada de los trenes, ni cuánto va a durar el trayecto.

Cruzar la frontera

El tren que une la ciudad polaca de Przemysl con la ucraniana de Lviv, que está a unos 90 kilómetros de la frontera, sale finalmente a las seis de la tarde, a pesar de que estaba programado para las tres y media. Es un tren de aquellos antiguos, que recuerdan a los de la época soviética y en los que casi hay que trepar para subir a los vagones porque están altísimos. Sin embargo, el interior parece reformado y está dividido en diferentes compartimentos. Una mujer con uniforme azul y cara de pocos amigos distribuye a los pasajeros en los diferentes compartimentos después de diversas escenas de nervios y empujones para subir al convoy. Nadie se quiere quedar en tierra después de más de cinco horas de espera.

Kíiv

Przemysl

(Polònia)

Koziatin

Lviv

Vínnitsia

Itinerari

del tren

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“En Polonia tenía comida y un sito para dormir. Me han tratado muy bien pero no hay nada como estar en casa”, comenta Nata, una ucraniana de unos treinta y muchos años –no quiere desvelar su edad- que es una de las personas que viaja en el tren con el objetivo de llegar a Kiev, la capital del país, a pesar de que las tropas rusas están a pocos kilómetros de la ciudad. Parece convencida de lo que dice, pero no puede evitar que se le salten las lágrimas cuando recuerda el día que empezó la guerra. “Al principio tenía miedo, por eso me fui a Polonia, pero ya no. Te acabas acostumbrando”, asegura.

Dimitri, o mejor dicho Dima –así es como todo el mundo le conoce, asegura-, regresa porque su madre está enferma y vive en Kiev. Y porque sus amigos le envían cada día fotos y mensajes de las atrocidades que están pasando en su país, y así es imposible quedarse tranquilo y de brazos cruzados. “Tal vez me una a la lucha”, afirma. Hasta ahora trabajaba en una granja en Inglaterra. Tiene 37 años.

El tren se para de repente al cabo de media hora de trayecto. Los teléfonos móviles cambian automáticamente de hora: antes marcaban las seis y media de la tarde y ahora ya son las siete y media. Es evidente que el convoy ha entrado en territorio ucraniano. Los vagones se quedan sin luz, sólo con las de emergencia encendidas, y la mujer del uniforme azul cierra una a una las cortinas del vagón para que esa luz mortecina no se pueda ver desde el exterior y el tren no se convierta en un objetivo de las tropas rusas. Miembros de las fuerzas de seguridad ucranianas suben entonces al convoy y revisan la documentación de los pasajeros uno a uno. El proceso se hace eterno. El tren está parado durante tres horas.    

“Me han pedido el pasaporte tres veces. ¿A qué quieren que venga a Ucrania? ¿A comprar helado?”, se queja un estadounidense indignado de que las fuerzas de seguridad le hayan sometido a casi un tercer grado. Es un militar retirado que también viaja en el tren con el objetivo de llegar a Kiev. “He venido a ayudar, a matarlos a todos, pero si no quieren, regreso a mi casa”, suelta. Habla tan rápido y con un acento americano tan cerrado que a veces es difícil de entender.

También es complicado sacar el agua clara con Daniel, un joven de 21 años de la República Checa, que viaja en el mismo compartimiento que el americano y con un mismo destino: Kiev. Es un chico delgado con tatuajes en las manos y el pelo peinado hacia delante tapándole parte de la cara, a quien hay que arrancarle las palabras con sacacorchos. “Vengo a luchar”, afirma. ¿Por qué? “Porque siento que tengo que venir a luchar”. Y de ahí no lo sacas. Asegura que tiene entrenamiento militar, pero no aclara dónde lo ha conseguido. Ni tampoco concreta cuánto tiempo tiene previsto quedarse en Ucrania: “Un año, dos o toda la vida”, responde de forma lacónica.

El tren llega a Lviv casi a media noche. Allí los pasajeros que viajan a Kiev cambian de convoy y siguen el trayecto durante once horas más. El tren en dirección a la capital para en la ciudad de Vinnytsia, donde baja buena parte del pasaje, y en la de Koziatin, donde bajan unos cuantos viajeros más. Se puede decir que el convoy llega a Kiev casi vació. Para entrar a la ciudad, hace un rodeo por el suroeste para así evitar las tropas rusas, que se concentran a pocos quilómetros al norte de la capital. Este sábado la ciudad está tranquila. No ha habido ningún ataque.

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