¿La visita de Pelosi en Taiwán perjudica a Ucrania? Tres claves de un viaje crucial
La nueva escalada de tensión entre Estados Unidos y China trae más inestabilidad en un momento convulso
BarcelonaNo es exagerado decir que, tal como se esperaba, el polémico viaje de la presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Nancy Pelosi a Taiwán ya ha desencadenado un terremoto geopolítico que tensa algo más las ya deterioradas relaciones entre Washington y Pekín –en plena pugna por la hegemonía mundial– y que, a la vez, amenaza con más inestabilidad a un tablero global que ya es bastante convulso. La reacción de China y la incertidumbre alrededor de Taiwán siguen días después de la visita, pero hay tres apuntes que ya son definitivos. Las implicaciones son tantas que llegan hasta Europa.
¿Más leña al fuego?
"Quien juega con fuego se quema". Supuestamente, y según un comunicado de Pekín, es una de las frases que el presidente chino, Xi Jinping, trasladó a su homólogo norteamericano, Joe Biden, durante la llamada telefónica que mantuvieron hace más de una semana. El objetivo de aquella conversación era calmar la desazón de China ante una posible visita de Nancy Pelosi a Taiwán. Que el Gobierno chino respondería con ira y contundencia si la representante norteamericana ponía los pies en la isla –como ha acabado pasando esta semana– estaba más que anunciado. Ante esta premisa, la posición de Washington era delicada. Si iba, condenaba al mundo a una nueva escalada de tensión entre las dos principales potencias, cada vez más combativas y desacomplejadas a la hora de mostrar su rivalidad. Si no iba, cedía una victoria simbólica a Xi Jinping, que podría presumir de haber intimidado a Washington después de días de amenazas para conseguir que Pelosi optara por pasar de largo de Taipéi.
Es cierto que incluso desde la propia Casa Blanca se había desaconsejado el viaje de la demócrata –por imprudente y, sobre todo, por innecesario–, pero EE.UU. también busca demostrar a sus aliados en la región, clave para frenar la política expansionista de Pekín, que su compromiso es real. O, cuando menos, aparentemente real. "Estados Unidos no os abandonará", proclamó Pelosi desde Taipéi. Horas después, desde territorio chino salían misiles balísticos hacia la isla, los primeros con fuego real desde 1996.
Un mundo, dos bloques
El acelerador geopolítico en el que se ha convertido la invasión rusa de Ucrania dibuja un paisaje global con dos grandes bloques cada vez más visibles, cada vez más distanciados. El clima de guerra fría que enfrenta un Occidente reencontrado y relativamente cohesionado –veremos hasta cuando– contra "la alianza sin límites" entre Rusia y China tiñe buena parte de las crisis y retos que nos preocupan hoy: desde la guerra en Ucrania y sus derivadas económicas –con mención especial para la incertidumbre energética– hasta el juego de alianzas que tiene lugar en territorios de futuro como África subsahariana o regiones emergentes de Asia. La visita de Pelosi también tiene un impacto en todo esto. Ella misma aseguró desde Taipéi que "el mundo se debate entre la autocracia y la democracia". El mensaje es muy similar al que la OTAN transmitió en la cumbre de Madrid el pasado mes de junio, en el que los aliados señalaron abiertamente a Moscú y Pekín como los grandes desafíos. La operación es sencilla: la nueva enganchada entre EE.UU. y China hace más grande el abismo que separa los dos bloques y, como consecuencia inmediata, refuerza la sintonía entre Putin y Xi Jinping, que comparten una animadversión peligrosamente similar hacia Washington.
En la Casa Blanca, los más críticos con la decisión de Pelosi temían que su aventura por tierras taiwanesas echara por tierra meses de esfuerzos diplomáticos para convencer a Pekín de que ayudara a frenar los planes de Putin en Ucrania. Esto ya se da prácticamente por hecho. Pero Xi Jinping todavía se puede poner más a la contra y, por ejemplo, enviar ayuda militar al Kremlin. No tenemos que olvidar que China es uno de los grandes fabricantes de drones del mundo y, con la guerra estancada, Moscú hace tiempo que busca a alguien que le venda grandes cantidades de estos aparatos que tan decisivos son en los conflictos actuales.
El dilema de Europa
Desde Europa, el viaje de Pelosi se ha vivido en un inquietante silencio. Salvo Lituania –que tiene un conflicto diplomático muy abierto con China–, ningún otro país europeo ha querido valorar la visita de la norteamericana a la isla de Taiwán. El Viejo Continente, medio a oscuras ante el miedo de un invierno sin gas e inmerso en una guerra casi existencial con Rusia, puede pensar que lo último que necesita ahora es una crisis con Pekín, el principal socio comercial de la Unión Europea. Pero que ahora Bruselas haya optado por la prudencia no quiere decir que las cosas no hayan cambiado.
El ataque ruso, y el alineamiento de Pekín con Moscú, ha debilitado la posición europea a favor de mantener una postura más o menos cordial con China y ha reforzado a los partidarios de endurecer la respuesta al desafío chino, la demanda eterna de Estados Unidos, que anhelan una Europa más combativa con Pekín. Certificado, pues, el giro geopolítico hacia Asia que anticipó la administración de Barack Obama y que se certificó hace unos meses en la cumbre de la OTAN en Madrid, la Unión Europa queda –de rebote, o no– colocada bien cerca de Washington en su pugna contra China por la hegemonía mundial. Esto tiene, como mínimo, dos grandes riesgos. El primero, perder peso geoestratégico y convertirse en un actor mucho más secundario. El segundo, cometer el mismo error que con la dependencia energética de Rusia y no priorizar la búsqueda de alternativas a los grandes vínculos comerciales existentes con Pekín. En el último informe de prospectiva estratégica de la Comisión Europea, se advertía que en muchas materias primas “la dependencia de la UE de terceros países, incluida China, es incluso mayor que la de Rusia en combustibles fósiles [gas y petróleo]”.