

Uno de los programas más morbosos y obscenos de Mediaset es Codigo 10. El martes por la noche, en Cuatro, hacían gala de su estilo con un asunto sórdido e intrascendente: las peleas y amenazas entre el cuñado de Joaquín, el ex jugador del Betis, y su expareja. El drama da igual. El único mérito que le llevaba de invitado a la televisión era ser pariente de un futbolista. Estaba tan iracundo que ni se entendía lo que decía. Pero hubo un clímax inesperado. Parte de su familia había puesto en duda que él fuera invidente y, por tanto, decidió demostrarlo en un ejercicio cargado de una indudable fuerza dramática. Fuimos testigos de un momento televisivo delirante: "¡Se ha puesto en tela de juicio hasta que soy ciego! ¡Y estoy hasta los cojones ya! ¡Soy ciego de verdad, maldita sea!", y con agresividad se puso los dedos en la cara y se arrancó las dos prótesis oculares que disimulaban su ceguera. "¡Mira mis ojos!", exclamó alargando la mano a los dos presentadores, mostrándoles los dos ojos falsos en la palma. El susto del cámara fue tal que abrió de repente la imagen a un plan general para no enseñar de demasiado cerca aquella escena digna de una tragedia griega. Nacho Abad y David Alemán, los dos conductores del programa, quedaron garratibados. Ese acto de ira superaba toda la escabrosidad que habitualmente exhiben en sus vídeos. Encontrarse ambas prótesis a medio metro de distancia y el invitado con las órbitas oculares medio vacías no les hizo tanta gracia. El hombre, que seguía en estado de cólera, siguió con su acto de sacrificio. Se puso los dedos en los ojos despejados y se abría las tartaletas para enseñar que no había muñequita de los ojos ni posibilidad de ver: "¡Mira si soy ciego! ¡Mira si soy ciego!", insistía enfurecido. Y dirigiéndose a su expareja, que debía de estarle viendo desde casa, gritaba increpándola: "¡¿Has dormido conmigo y no te has dado cuenta que me quitaba las prótesis cada noche?! ¡Mentirosa!". E insistía en enseñar los ojos de cristal: "¡David! ¡Nacho! ¿Lo veo?". El presentador, consternado, le pidió: "José Manuel, ponte las prótesis, por favor. No hacía falta, eh…". El invitado, dispuesto a probar su inocencia, incluso pedía que le llevaran una lata al plató para hacer pipí en directo para que se la analizaran y demostrar que no consumía drogas.
El tal José Manuel se volvió a colocar las prótesis, pero, volviendo de la publicidad, el programa repetía la escena entera del vaciado de tartaletas.
Recuperábamos la televisión de otra época, pasada de rosca, que manipula a los invitados como títeres, en los que la cámara es utilizada como una máquina reveladora de la verdad. Aquel hombre simbolizaba una especie de héroe mitológico tronado, que hacía uso de su ceguera para demostrar un conocimiento superior inaccesible para el resto de mortales, una verdad más profunda. El espectáculo, patético y cómico a la vez, parecía una parodia de la tele más infame, que solo puede ser un castigo de los dioses de la pantalla.