Desánimo en las redacciones de la propaganda rusa

Los medios oficialistas del régimen acumulan bajas y deserciones

Daria Gavrilova
4 min
Un plató del canal de Moscú Tsargrad TV.

BarcelonaCuando llamo a la periodista que se atrevió a hablar conmigo, la primera cosa que me dice es: "Me lo he pensado y mejor que no mencionemos el nombre exacto de la empresa donde trabajo". Es el tiempo de la guerra. Ahora, la gente que vive en Rusia no quiere dar su nombre ni mostrar la cara: cualquier resistencia podría ser penalizada. Prestar cualquier tipo de ayuda a un estado extranjero puede considerarse traición a la patria: 20 años de prisión. Y, después, está la "ley de fake news": de 3 a 15 años por ofensas como por ejemplo usar la palabra guerra.

Mientras tanto, los medios estatales rusos tienen más trabajo que nunca. Según un análisis elaborado por la BBC, los canales de la televisión rusa Piervy Kanal y Rossiya han cambiado el horario de emisión y prácticamente han eliminado todo el contenido de entretenimiento. El grueso de la parrilla es ahora un canal de información dedicado a lo que denominan "operación especial". Los rusos, cuando ponen encienden el televisor estos días, ven reportajes sobre "los nazis ucranianos", "los héroes rusos" y los supermalvados, claro: la OTAN y los países de Occidente.

La propaganda parece impenetrable. Pero, ¿quién trabaja? ¿Y qué piensan de todo? Yo he hablado con Karina –no es su nombre real, evidentemente–, que trabaja en una cadena de televisión internacional de noticias financiada por el estado ruso. "Hay poca gente que apoye esto", dice. "Solo he visto a una persona en la oficina con una camiseta marcada con la Z. 'Y lo pillé viendo a Soloviev!" Explica esta anécdota con el horror típico de un ruso liberal encarado a Vladímir Soloviev, el propagandista número 1 de Rusia, que conduce un programa dominical en el Piervy Kanal donde suelta perlas como esta: "La libertad existe cuando no hace falta tener que escoger".

Karina fue a trabajar para este medio hace un par de años. "Nunca fantaseé con que trabajaba en un medio independiente. Lo entendía todo perfectamente, pero mantenía una especie de ilusión infantil…". Explica que la cadena de televisión está diseñada para los países extranjeros, así que antes del 24 de febrero las noticias sobre Rusia eran una parte minúscula de todo el espacio informativo. "Escribir las noticias sobre controversias entre Estados Unidos y Rusia siempre me incomodaba, pero de esto había muy poco. Escribíamos sobre todo de América Latina y para mí era siempre un placer".

Según relata, hoy la atmósfera en la redacción es gris: depresión, desesperación, cuchicheos. Desde que empezó la guerra, hubo una ola de bajas por voluntad propia. La gente se iba. "Aquí no solo trabajan rusos. Un 30% del equipo son extranjeros. Todo el mundo es pacifista, en general. Otra cosa es cómo reaccionan. Algunos están en contra de todo lo que está pasando y dicen «Esto no se puede justificar de ninguna manera». Los hay que están en contra del bombardeo de civiles, pero sostienen que «Occidente no es mejor»". Karina pertenece al primer grupo. "Los tanques han venido de un solo bando y todo el mundo sabe cuál es", dice.

Un cojín para poder marcharse

Cuando Karina contactó conmigo, escribió: "Aún trabajo aquí". Dice que los acontecimientos del mes pasado le han hecho perder la fe en los medios de comunicación y que quiere cambiar de profesión. Pero no lo puede hacer todavía. "Muchos de mis compañeros quieren marcharse del país. Yo también. Pero la gente necesita oportunidades reales. Nadie quiere marcharse sin un plan. Especialmente ahora, cuando las tarjetas bancarias no funcionan y las fronteras están cerradas".

Lo que explica esta periodista se repite en otros medios estatales: el miedo, el desaliento, las bajas. Dos periodistas de los medios clausurados por el gobierno desde que empezó la guerra, Masha Borzunova, excorresponsal del canal Dozhd; e Irina Babloian, expresentadora de la radio Eco de Moscú, escribieron un artículo impactante sobre el estado de ánimos en las redacciones de los medios estatales. Incluso los periodistas que ya se habían marchado hablaron bajo nombres falsos. Un extrabajador del canal Rossiya relataba: "Una cosa son las palabras y otra las acciones. Me levanté el 24 de febrero y pensé «¡Hostia! Si quieres apagar una hoguera, apaga la hoguera, ¡pero no quemes todo el bosque!»". Pidió la baja al día siguiente.

Otra historia que se recogía es la de Oleg, nombre cambiado, extrabajador de Piervy Kanal, que fue despedido por hablar en Instagram sobre las protestas contra la guerra y "los tiempos difíciles a los que nos enfrentamos". Lo detuvieron y lo multaron con 250 euros. Cuando hablé con Karina me explicó que una amiga suya del digital Lenta.ru –depurado por Putin en 2014– había recibido un PDF con instrucciones detalladas sobre qué podía hacer y qué no. Escribir algo contra la guerra en sus perfiles personales en las redes era una de las líneas rojas.

Portada crítica del último número de 'Zhelud', una publicación mensual que se edita en el barrio universitario de Lomonósov.

Para publicar su artículo, Babloian y Borzunova crearon un blog en Substack que se puede ver como el resurgimiento de la histórica samizdat, la prensa partisana y clandestina. Es una corriente de información crítica modesta pero creciente. Zhelud, la publicación mensual del barrio universitario de Lomonósov, en Moscú, sacó un número con la portada en blanco y dos cintas policiales amarillas cruzadas, como vallando el paso. "No ha pasado nada. Circulen, circulen. Está en curso una operación especial. Nadie se está empobreciendo, la economía se fortalece…". Uno de los esfuerzos más notables, la Resistencia Antibélica Feminista, publica cada semana en su canal de Telegram un PDF con artículos antibélicos, agrupados y listos para imprimir: "¡Ponedlos en los buzones de los vecinos!", piden. Pura samizdat en la era digital. Son pruebas de que esta guerra de información también tiene un frente interno.

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