Una quimera, aparte de un monstruo con cabeza de león, cuerpo de cabra y cola de dragón, es también una creación imaginaria del espíritu que se toma como realidad. La plataforma 3Cat ha estrenado un curioso experimento televisivo que juega con esta idea de la fusión de múltiples fragmentos aparentemente inconexos para construir una historia a medio camino entre la ficción y el documental. Kimeras, escrito con K porque siempre queda más disruptivo, es un proyecto en el que han colaborado seis guionistas. Cada uno de ellos ha diseñado una propuesta y escrito un guión que posteriormente se complementa con múltiples imágenes de archivo que no están vinculadas entre sí ni tienen que ver con la historia que se cuenta.
Es la reformulación de un recurso audiovisual llevado al extremo. A menudo se utilizan imágenes de archivo en documentales para dar contexto sin que necesariamente los hechos que se muestran representen directamente la historia que se cuenta. Sólo contribuyen a reforzar el significado de lo que se relata. Kimeras lo hace de forma radical: imagen y texto no tienen nada que ver, pero fusionándolos evocan un nuevo mensaje.
Es inevitable que el experimento nos remita, salvando las distancias, a la maravillosa película My mexican Bretzel de Núria Giménez Lorang, que en 2019 ganó los premios Gaudí a mejor documental, guión y montaje. La directora aprovechó las películas de las bobinas de cine doméstico de su familia, donde aparecen sus abuelos, para construir la vida imaginaria de Vivian y Léon Barrett. El resultado, que puede recuperar en Filmin, es un melodrama clásico que te arrastra a pesar del desconcierto inicial.
Ninguno de los seis capítulos de Kimeras no tienen ni el virtuosismo ni la fuerza de My mexican Bretzelpero intentan que el espectador participe del mismo juego a partir de la dicotomía entre la parte visual y la sonora. Nos lleva a cuestionarnos el valor de la imagen, la semiótica y los procesos narrativos. Es una construcción traviesa de fragmentos y significados, un uso más o menos audaz de la fusión de lenguajes, que puede sugerir reflexiones en torno a la verdad, la mentira y la producción de ficción.
No todos los episodios son igual de exitosos. El primero, El alien y el imbécil, de Pep Bras, es un relato a través de los ojos de un extraterrestre que llega a la Barcelona de los años cuarenta. El segundo, Otra historia, de Natza Farré, pone en contraste el relato mediático patriarcal con la realidad cotidiana de las mujeres. Fernanda Rossi aborda la okupación en clave de comedia peculiar, y Alberto Marini nos cuenta la leyenda oscura de la tradición castellera.
Hay buena voluntad, pero el resultado global es muy justito e irregular. Hay guiones muy flojos y la locución en algunos casos es inexplicablemente amateur. Todo esto acaba teniendo un regusto de un trabajo de facultad para principiantes. Ahora bien, no puede decirse lo mismo de la búsqueda documental de imágenes, que es extraordinaria e hipnótica. Es lo que marca la diferencia, y sabe algo de grave que un trabajo tan exhaustivo y delicado acabe desembocando en una idea que, haciendo honor a la quimera, funcionaba mejor en la imaginación que en la realidad.