'La fuga': mucho más que un par de abusadores

El martes se estrenaba, por fin, un Sin ficción del que TV3 nos ha hablado mucho en el último mes. Es como si ya lo hubiéramos visto, lo que ha provocado cierto desconcierto. La fuga, el documental sobre los abusos de los Jesuitas de Caspe y del Sant Ignasi de Sarrià, se estrenó a finales de mayo en varios cines de Catalunya. Los Telenoticias hicieron referencia, lo promocionaban y emitían sus primeros fragmentos y las declaraciones de algunos testigos. Desde entonces, han ido aportando nuevas informaciones: la aparición de una carta de los jesuitas de Bolivia que demuestra que ya conocían los abusos, los jesuitas admitiendo la mala gestión, que los jesuitas catalanes estaban en el caso de los abusos en Bolivia, nuevas denuncias de víctimas a raíz del documental y mayor promoción del documental antes de la emisión en TV3. La actualidad ha terminado pasando por encima del documental. Y, en cierto modo, le han trinchado informativamente antes de su emisión televisiva.

Por otra parte, las promociones televisivas de La fuga de los últimos días escogían instantes de las víctimas de los abusos llorando o con expresiones de sufrimiento. Una utilización del dolor de estos testigos de forma frívola con fines publicitarios. Una cosa es llorar frente a una cámara en el contexto de una historia, y otra muy distinta que extraigan ese fragmento para hacer anuncios. Una prueba más de esta tiktokización de la tele, más pendiente del negocio que del sentido común.

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La fuga es un documental necesario, por lo que tiene de denuncia de unos casos de extrema gravedad y por su capacidad de resarcir a las víctimas validando su experiencia, permitiéndoles apropiarse de la historia que los jesuitas les negaron. Era conmovedor escucharlas y entender todo el sufrimiento que han arrastrado, por los abusos y también por el descrédito y el desprecio con el que se les trató posteriormente. El documental reconstruye muy bien lo ocurrido. Algunas recreaciones quizás eran innecesarias y, en algunos casos, parecía excesivo llevar a las víctimas al lugar de los hechos. Devolver a uno de los testigos a la piscina de la casa de colonias y que acabara poniendo una corona de flores era desmedido y hacía sufrir. Hay que ir alerta cuando las pretensiones plásticas y simbólicas del documental obligan al testimonio a asomarse al trauma.

La fuga quizás se centraba demasiado en la descripción de cada abuso y, en cambio, relegó a un apunte final a todos los personajes que encubrieron a los pederastas. El abogado Francesc Jufresa habla de las personalidades de Barcelona que intentaron que se retiraran las acusaciones contra Lluís Tó. Y Alessandra Martín queda asombrada cuando descubre, entre el papeleo del juicio, un informe de su maestra en el que le acusaba de ser una niña “coquetona” cuando tenía siete años. O la utilización de sus dibujos para desacreditarla psicológicamente. Todos estos encubridores son cómplices y, como dice el abogado, terminan formando una organización criminal. El papel de estraza de Pau Vidal, delegado de los jesuitas de Catalunya, se consuma cuando un rótulo final nos advierte que la orden religiosa ha vuelto a proteger al abusador del impacto televisivo. Tal y como hace el documental Athlete A (Netflix) sobre los abusos de Larry Nassar, el médico de la selección de gimnasia de EE.UU., también debe señalarse con nombres y apellidos toda la estructura que toleró y facilitó los abusos, los intermediarios que participaron de la coacción a las víctimas. Es aquí donde debe ponerse el acento periodístico. Porque las cifras de abusos de la Iglesia demuestran que el problema es estructural y que no son casos aislados, tal y como les conviene a los jesuitas.